Por Lucía Zunino y Noelia Ruiz
Durante mucho tiempo se creyó que las mujeres no fueron parte de esta historia. Esa que tiene forma de muchacho inexperto o de hombre con rango militar y con cierta antigüedad en el cargo. Sin embargo, ellas estuvieron. Fueron madres, hermanas, novias, pero también mujeres que se pusieron faquir y vieron brillar el fuego de las bengalas en sus rostros.
Mujeres profesionales y voluntarias juraron a la bandera y se embarcaron rumbo a una Guerra. Instrumentadoras quirúrgicas como Silvia Barrera o soldados que se calzaron las botas cuando su DNI decía que era hombre, como Tahiana Marrone. La diversidad está en la memoria y se expresa en el relato. ¿Cómo se recuerda Malvinas?
Cada aniversario de la Guerra de Malvinas es un estímulo a la reflexión del rol de las mujeres, un libro aparte en la historia de la contienda.
Alicia Panero es profesora argentina de Historia y decidió investigar cuál fue el rol de las mujeres en la Guerra de Malvinas: desde enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas, hasta el trabajo poco conocido en el rol de madres, hermanas y novias de veteranos y excombatientes. El resultado de esta investigación fue el libro “Mujeres invisibles” que se publicó en 2014.
En aquella investigación, Panero pudo saber que, por parte de Inglaterra, las mujeres sólo participaron en calidad de enfermeras de la Marina. En el caso argentino, la realidad fue bien distinta. Hubo presencia femenina en calidad de enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas con un curso de preparación militar en sanidad.
Durante la Guerra de Malvinas, la Fuerza Aérea contó con 14 enfermeras universitarias, que fueron desplegadas al Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia, en la provincia de Santa Cruz. La Armada contó con 59 aspirantes navales de la Base Naval de Puerto Belgrano. En cuanto al Ejército, fueron enviadas 6 instrumentadoras quirúrgicas, que pertenecían al Hospital Militar Central y al Hospital Militar Campo de Mayo. Silvia Barrera fue una de ellas.
Silvia tenía 23 años, venía de familia militar y trabajaba como instrumentadora quirúrgica en el Hospital Militar Central. Se anotó como voluntaria a partir de una convocatoria que abrió el mismo establecimiento en el que trabajaba. La idea era servir en el Hospital de Puerto Argentino, en las Islas Malvinas.
Para ello, se tuvieron que embarcar en el buque ARA Almirante Irízar, el rompehielos insignia de la Fuerza Naval argentina, que contó con 250 camas y trajo de regreso al continente alrededor de 370 soldados y civiles, capacidad que superó a la dotación normal. En 2002, se usó para el rescate del buque de transporte polar alemán Magdalena Oldendorff y actualmente se utiliza para las campañas antárticas hacia bases que las Fuerzas Armadas poseen en el continente blanco.
Según contó la propia Barrera en una entrevista audiovisual para “Proyecto Malvinas 40”, al aterrizar a Río Gallegos se “encontraron solas”. “Nadie sabía ni a dónde íbamos ni cómo. Ese día sí dijimos ‘bueno, y ¿en dónde nos metimos?’”, recordó sobre su primer día en territorio de Guerra.
Estar dentro del buque hospital Irízar podría resultar un poco más aliviador. Estaría trabajando y con otras compañeras, pero eso no sucedió. Viajaron a la Guerra para trabajar como instrumentadoras, pero, ante la desesperación de los soldados de vivir una situación límite como rozar la muerte, hizo que también sirvieran de “enfermeras, psicólogas improvisadas, mamás y hermanas”. Incluso a pesar de que “el trato fue discriminatorio y un poco agresivo al principio” con sus pares masculinos.
Según recapituló Barrera sobre aquellos días, ella y el resto de sus compañeras tendrían que “haber bajado al Hospital de Puerto Argentino”, algo que finalmente no sucedió. “Hubo una controversia entre bajarnos o no. Un poco por cuidarnos y otro por no darnos distinción, porque íbamos a ser las primeras mujeres de Ejército en tener grado militar”, narró la veterana más condecorada de las Fuerzas Armadas y una de las 16 que figura en la nómina de veteranas de Guerra en el Ministerio de Defensa de la Nación .
Cuando el conflicto bélico finalmente terminó, el buque Irízar quedó prisionero de los ingleses durante 4 días, Silvia estaba adentro. “Cuando volvimos, nadie nos preguntó dónde habíamos estado”, rememoró. Tuvo que pasar “casi 15 años” para que “el mundo” se enterara que un grupo de mujeres participó de la Guerra de Malvinas. “Al ser pocas mujeres, realmente nadie se preguntó ‘¿hubo mujeres en Malvinas?’”
Lo cierto es que siempre existió una realidad muy heterogénea en torno a Malvinas y es entonces cuando empiezan a haber memorias en conflicto porque la Guerra tuvo diferentes interpretaciones.
Paula Salerno es doctora en Letras, especialista en estudios sobre el lenguaje y se dedica a investigar cómo los discursos en torno a Malvinas polarizan la cuestión de género. Para ella, “las mujeres en la guerra de Malvinas eran desconocidas”.
En la previa de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, la Presidencia de la Nación -bajo el mando de Cristina Fernández de Kirchner- difundió una propaganda bajo el lema «para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino», en la que se muestran imágenes del exjugador del seleccionado argentino de hockey sobre césped Fernando Zylbergerg entrenando en las Islas Malvinas. Al final del video, una leyenda que reza: “En honor a los caídos y a los combatientes de Malvinas”. Por primera vez desde la democracia, la Guerra y todo su universo simbólico tuvo luz. Las mujeres empezaron a aparecer después.
“Algunas armaron grupos de Facebook en 2010 y empezaron a reunirse”, reconstruyó Salerno. Sin embargo, un gran golpe de sentido fue el libro “Mujeres Invisibles”, de Panero. A pesar de que significó un gran empujón hacia la visibilización femenina en la contienda, Salerno sostuvo que “se habla de las mujeres como si fueran las mismas y no se hace hincapié en cuáles son los reclamos de cada una de ellas o de cada grupo”. “Son diferentes situaciones del pasado y soslayadas en los discursos en general”, dijo en una entrevista para “Proyecto Malvinas 40”.
Memorias y representaciones en disputa
Las memorias de las protagonistas de la Guerra son “memorias conflictivas” porque, “así como sus experiencias fueron distintas, lo que ellas recuerdan y la forma de recordarlo también va cambiando”.
Para Paula existen dos tipos de memorias. Por un lado, la “laudatoria”, en donde las mujeres “presentan sus experiencias y sus reclamos como algo ya cerrado, un proceso que está completado”. “Lograron hablar, entonces hicieron lo que querían”, explicó. Sin embargo, existen memorias “combativas”, que son “más fieles a la realidad porque muestran que recordar Malvinas es un proceso, en donde todavía hay cuestiones pendientes”, según Salerno.
La historia de las mujeres en Malvinas empezó a contarse 30 años después por varias razones. Una es lo que se conoce como “desmalvinización”, un proceso en el cual se pensaba que hablar de Malvinas era cosa prohibida. El primer empujón para volver a hablar empezó con la propaganda de los Juegos Olímpicos en 2012.
“Hubo un silenciamiento deliberado”. Los hombres no hablaban, menos las mujeres. De acuerdo con Paula, ellas “no jerarquizaron sus propias experiencias de la guerra, además de que la sociedad no daba lugar a pensar en la posibilidad de que hubieran existido mujeres protagonistas de la historia”.
Paula pudo entrevistarse con muchas mujeres para realizar sus tareas de investigación. Gracias a ello, consiguió saber que las historias de ellas son muy diferentes entre sí. Algunas fueron a Malvinas como voluntarias a los 15 y 16 años, otras eran profesionales y mayores de edad. El rango etario iba desde los 20 a los 50 años, más o menos. Pocas se llevaron buenos recuerdos, dentro de todo lo que se puede vivir en un conflicto bélico, donde la experiencia humana se lleva al límite con tanta sangre y muertes a la vista. Otras vivieron situaciones que las marcaron de por vida, como la imposibilidad de volver a amamantar a un hijo por el frío que pasó gracias a lo finito de un traje militar.
Quien también estudió durante más de 10 años los relatos, vivencias y sentires de las Mujeres de Malvinas fue Helen Otero, Lic. en Comunicación y magíster en Partidos Políticos, al lograr rastrear el testimonio de varias mujeres, que analizó en su tesis “Mujeres de Malvinas: voces y representaciones de aspirantes navales de la Guerra”. Allí, arrojó que la mayoría eran jóvenes de clase trabajadora, de entre 15 y 22 años, que buscaban formarse en enfermería y se les obligó a prestar sus servicios solo por haber jurado a la bandera.
“Ellas veían la convocatoria de la Armada Argentina como un espacio de formación y una salida laboral”, aseguró Otero, quien también es curadora de una importante muestra fotográfica llamada “Mujeres, Memorias y Malvinas”, que tiene entre sus imágenes la placa conmemorativa de tres isleñas caídas en combate.
En entrevista para este medio, aseguró que, en muchos casos, estas mujeres, que atendieron a los sobrevivientes del hundimiento del Crucero de Belgrano, tuvieron que enfrentarse a sus familias y hacer colectas de dinero para poder comprar los uniformes y vestimentas apropiadas.
“Cuando estalla la Guerra, se dan cuenta de que se estaban preparando desde marzo para una contingencia de esta envergadura, en la Base Naval de Puerto Belgrano. Fueron ellas las que prepararon el ARA Bahía Paraíso como buque-hospital”. Este buque, similar al Irízar, cumplió un rol trascendental en el auxilio de soldados argentinos e ingleses.
Así y todo, Helen remarca que estas jóvenes “no estaban preparadas profesionalmente, pero mucho menos psicológicamente” para recibir a los soldados heridos. “Llegaban combatientes de las colimbas, pero también señores grandes. Los más chicos pedían por sus mamás después de haber pasado por la cámara hiperbárica, del pie trinchera o estar a punto de ser mutilados”, describió las situaciones en las que tuvieron que poner su corporeidad y, sobre todo, su femineidad.
A pesar de haber desempeñado un trabajo fundamental durante el conflicto, ellas no se consideraron parte de la Guerra hasta bien entrados los 2000. Según cuenta la propia Otero, hubo un momento muy particular que detonó la aparición simbólica de estas mujeres dentro del relato de Malvinas.
Un conjunto de mujeres fundó la agrupación “Mujeres y Malvinas”, bajo el liderazgo de Patricia Lorenzini, en donde deciden juntarse con cierta periodicidad para pensarse en su rol de mujeres dentro del conflicto, a pesar de no haber pisado nunca las Islas. Esta iniciativa sentó antecedente de la gesta de este grupo en pos de visibilizar su reclamo de reconocimiento social y estatal, incluso después de que Lorenzini se quitara la vida en 2017. El grupo empezó a tener más fuerza.
No hay un relato y una memoria en singular, los hay en plural. “Si hablamos de una pluralidad de voces, hablamos de una diversidad de experiencias”, destacó Otero. “Son diferentes, pero hay algunas cuestiones que son muy parecidas, entre ellas, la negación o el olvido de su rol durante la guerra. Donde sólo tiene un protagonismo el varón en la trinchera, pero no las mujeres que estamos esperando en casa, trabajando el doble para sostener el hogar, corriendo a los hijos y a las hijas”, afirmó.
Pero para romper el silencio se necesita un cambio en la sociedad. “Empezaron a hablar en un contexto social que habilitaba el habla de las mujeres y sobre todo porque en 2010-2014 ya estábamos en un contexto de Ni Una Menos, el paro Internacional de Mujeres, el Me too”, contextualiza Paula. El mundo empezó a validar el testimonio y las experiencias de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ+.
Contar Malvinas desde la diversidad
Tahiana Marrone combatió en la guerra de Malvinas cuando tenía 18 años y el DNI decía que era hombre. “Un día estaba al cuete con un compañero, estábamos charlando y nos ve un teniente. Nos pregunta qué estábamos haciendo y le comentamos que pertenecíamos a comunicaciones ‘Ah, aparte de estar al cuete, me vienen bien. Pónganse en fila”, así comenzó el viaje de Malvinas para ella.
Vive en Chañar Ladeado, un pueblo que está a 356 kilómetros de la ciudad de Santa Fe y a 170 kilómetros de Rosario. En realidad es de Córdoba, pero hace unos años se mudó a Santa Fe, provincia en donde el Gobierno destina el 1% de las casas que se construyen a veteranos y veteranas de Guerra. Ella consiguió la suya por insistencia, como su DNI con el cambio de género autopercibido. “Cuando hice el cambio de mi nombre, fue un parto. Tuve que ir a 18 lugares distintos y recorrí diferentes localidades”. Otro fue el caso cuando se compró la computadora. Bastó con un llamado para que el banco corrobore su identidad y deje atrás la idea de una compra sospechosa porque los datos no coincidían.
Hasta los 20 años, vivencióuna identidad intermedia, entre un hombre y una mujer. Un día se animó y fue a un médico que le recomendó hacerse un análisis para medir los niveles de testosterona. Los números le dieron bajos y le recetó testosterona inyectable que, con el tiempo, le empezó a generar problemas de cálculos renales. “A pesar de eso, yo no entendía por qué seguía con todo lo inherente a lo femenino”.
A mediados de 2015, “cansada ya de esa vida”, habló con una endocrinóloga que le sugirió hacer un análisis de cariotipo para medir la cantidad de cromosomas. Ese estudio arrojó que tiene síndrome de Klinefelter. Es decir, que tiene más cromosomas femeninos que masculinos. “Eso hizo que me liberara de un montón de cargas y pesares, tiré todo al carajo. Me ayudó a entender por qué, a pesar de inyectarme toda esa testosterona, seguía teniendo inclinación por lo femenino. Cuando me inyectaba, no me gustaban los varones, ahora tampoco. Con un poquito de sal sí”.
La evolución de las Fuerzas Armadas
En 1982, la existencia de mujeres en las Fuerzas Armadas era apenas una novedad. Las primeras incorporaciones se dieron apenas dos años antes en los cuadros de suboficiales y oficiales del Cuerpo Profesional para luego tener permitido su ingreso al Cuerpo Comando.
A partir de 2006 el Ministerio de Defensa de la Nación propulsó una serie de resoluciones que permitieron su enrolamiento, inicialmente minoritario y restringido a algunos escalafones o especialidades, con un “crecimiento exponencial” de ingresos desde 2010, según el documento “Miltares argentinas”, disponible en el sitio web de esa cartera. Luego la tarea se abocó a garantizar la equidad para acceder a altos cargos y desarrollar sus carreras.
De hecho, fue recién en 2012 cuando se habilitaron las últimas armas “negadas” del Ejército a la incorporación femenina, que eran las de Infantería y Caballería. Mismo año en que se publicó el spot argentino para los Juegos Olímpicos de Londres y en que se avanzó en el reconocimiento de las pensiones para los excombatientes de la Guerra de Malvinas.
Diez años más tarde, la Dirección de Políticas de Género del Ministerio arrojó unas cifras por demás interesantes: del total del personal militar, esto es 82.283 personas incluidos soldados voluntarios, el 19,5 por ciento son mujeres. Número que se contrapone con el de las Fuerzas Armadas británicas, que sólo tienen 12 por ciento de cupo femenino.
Con una representación total de casi 7 por ciento en el Cuerpo Comando, el 14 por ciento se encuentra en el Ejército, 22 por ciento en la Armada y 28 por ciento en la Fuerza Aérea. Asimismo, el máximo grado alcanzado por una oficial es el de Mayor (Ejército Argentino), Teniente de Navío (Armada) y Capitán (Fuerza Aérea), mientras que, en el Cuerpo Profesional, es General y sus equivalentes en las demás fuerzas. Según la proyección del Ministerio, faltarían entre 10 y 15 años para que alguna de esas mujeres llegue a General.
“Los hombres escriben la historia y se habla del coraje, valentía y patriotismo. Siempre en masculino. En las efemérides están San Martín, Belgrano, Sarmiento, y no las mujeres que acompañaron a esa gesta. Y después venimos nosotros, los héroes de Malvinas, y tampoco lo hablan en femenino. Eso fue hace 20 años y aún hoy hay generales coroneles que no saben que hubo mujeres en Malvinas”, concluyó Silvia Barrera.
12-04-2024
LZ-NR-MEM