Lomas de Zamora, junio 28 (AUNO).- Hace aproximadamente dos años empezó a asomar en el horizonte de las noches del Conurbano una propuesta que generó un nuevo público: los centros culturales que funcionan en casas. Esta tendencia en crecimiento comenzó en la ciudad de Buenos Aires en 2004, después de la tragedia de Cromañón, cuando las clausuras de espacios por condiciones inapropiadas dejaban a los bares como única opción de salida nocturna.
En el sur del Conurbano, las razones de apertura de las casas culturales son muy parecidas entre sí. Una de las principales es económica: la necesidad de los artistas de contar con sitios que no cobren para desarrollar alguna rama artística, tanto en lo que refiere a actividades de formación como espectáculos.
Silvina Marcelino, de Casa Elefante (Burzaco), afirma que generalmente las bandas “tienen que pagar para tocar, alquilarse su propio sonido o transar un montón con la venta de entradas”. Tu casa, en Lanús, es la extensión de una sala de ensayo que funciona justo en frente al centro cultural, como relata Nahuel di Salvo: “(La idea) fue conectar a las bandas para que puedan tocar sin que tengan que pagar nada, brindarles sonido, atenderlos”.
Sin carteles que los anuncien ni presenten para “no hacer bandera” por la falta de una legislación que se adapte a su situación en los partidos de Almirante Brown, Lomas de Zamora y Lanús, estos centros culturales conviven casi invisibles a los ojos de sus barrios porque además se manejan “más que nada por las redes”, según señala Matías Suárez, de Casa Puchero, de Banfield.
Estos lugares se consolidan como una nueva opción artística en la zona sur y la concurrencia deja ver que había una necesidad insatisfecha, “un grupo súper groso de gente que en este momento se está moviendo en las casas y que apuesta por eso porque es otra la empatía que hay”, sostiene Marcelino. Los centros fueron una respuesta a esta juventud que no sólo busca divertirse, sino también contenido, la reflexión de todo lo que sucede en este convulsionado momento social que atraviesa el país (¿por qué no “el mundo”?).
Alquiladas o de sus propietarios, las casas ofrecen talleres de arte y música, obras teatrales, bandas en vivo, como cualquier centro cultural. Se encuentran por fuera del sistema municipal.
Los entrevistados también destacan que estos espacios no tienen parentescos con partidos políticos. Ser apartidario no significa ser apolítico, todo lo contrario: la postura política está tomada y es la de difundir las expresiones artísticas que florecen en las calles del conurbano. Como resalta Marcelino, el objetivo “es la puesta en valor del arte que no es productivo tal vez para el sistema, pero sí para personas pensantes; poner en valor la hermandad entre personas que hacen arte y otras que no”.
Un vacío legal
La ley MECA de la Ciudad de Buenos Aires, de 2015, que buscó quitar de la clandestinidad a los cientos de centros culturales autogestivos, sentó un precedente que se pretende extender al Conurbano. Aunque el problema es diferente: la figura legal de centro cultural existe en el mejor de los casos (en Brown y Lomas), pero no corresponde a las nuevas necesidades que generan los CC que a la vez son viviendas. Es decir, exigir las mismas condiciones a estos nuevos espacios es demasiado: las casas no son tan amplias y tampoco tienen la capacidad para generar el sostén económico que tienen los centros que son partidarios o que responden a funcionarios municipales (son los que predominan).
En Almirante Brown existe una ordenanza, la 10.428, actualizada el año pasado, pero que sigue siendo “antigua” y “está obsoleta”, cuenta Marcelino. Para la Municipalidad, “un centro cultural tiene un vínculo con el municipio” y una serie de “cuestiones edilicias resueltas”, como contar con dos baños, una “cantidad de metros y un aforo de tantas personas”. No obstante, la gestora reconoce que el Estado “puede dar una ayuda, un subsidio, pero los requisitos (de la norma) no se corresponden con la necesidad de lo que es una casa”.
En Lomas de Zamora el panorama es parecido porque la ordenanza que existe, la 14.136, es “insuficiente”. Suárez, que es propietario del lugar donde funciona Casa Puchero, considera que “no hay algo claro, ni adaptado a las necesidades actuales de los centros culturales, sobre todo en espacios que tienen otras características”. Esas características son el espacio reducido y la cantidad de público que puede llegar a asistir a una función de teatro, de percusión o a los talleres que brindan durante la semana. La Municipalidad construye centros culturales bajo las restricciones de esta ordenanza, pero no considera las nuevas propuestas que surgen en casas.
En Lanús, el escenario es totalmente diferente porque actualmente no hay ninguna ordenanza que contemple a los centros. La cuestión en este municipio tiene que ver con las habilitaciones. Cualquier lugar que pretenda funcionar como foco cultural tiene que enmarcarse en las figuras de “bar” o “casa de té”. Quienes ponen en funcionamiento un centro cultural no están de acuerdo con estas figuras porque no los representan. Nahuel di Salvo, integrante de Tu Casa, sentenció: “Nos obligan a ser ilegales”. En este momento, se encuentran en diálogo con otros espacios para ser parte del debate de una norma que será tratada en el Concejo Deliberante.
La autogestión como política
Por el momento, algunos de los nuevos espacios culturales que están atravesados por esta problemática de la legislación se nuclean en la Coordinadora Regional de Espacios Culturales Independientes De Autogestión (Crecida), que surgió el año pasado para, entre otras cosas, responder a esta necesidad que crece con el nacimiento de cada centro cultural en el Conurbano sur (ver recuadro).
La autogestión es un hilo común entre los espacios que surgen; no sólo entre ellos sino también entre todos los que son convocados para desarrollar su arte en el interior de un living o en una terraza. Ferias, bandas, actores, actrices y poetas que se gestionan de manera independiente crean redes en las que se conocen todos. No sorprende que quien venda aros en Casa Elefante sea visto una semana después en Tu casa o en Casa Puchero. Pero, ¿por qué la autogestión es la modalidad elegida?
Suárez recalca que, en Casa Puchero, la autogestión les permite mantener una independencia que de otra manera no tendrían. Es desarrollar una red que ofrece trabajo, en lugar de exigir colaboración. También, se abre la posibilidad de trueques con los alumnos de los talleres que no pueden pagar.
“Tenemos nuestras propias políticas, nos solventamos con plata de nuestro bolsillo”, indica Marcelino y resalta que el principal ingreso económico de Casa Elefante pasa por la barra. La situación con el tarifazo de los servicios “complicó” el funcionamiento del CC, ya que “no dan los números”. Incluso lo que sucede con la barra a Silvina le permite analizar que “la gente consume menos, no tiene plata”.
Este problema no le es ajeno a ningún foco cultural autogestivo. El ejemplo más cercano es el de la sala teatral SuperÁ(Longchamps), a la que le llegó una factura de luz de 11 mil pesos, que obligó a replantear el ritmo de su funcionamiento para solventarla. En el caso de Marcelino, al problema de las tarifas se le suma un aumento de alquiler del 30 por ciento.
Sin leyes que reconozcan y regulen a estos espacios, se complica poner la rueda de la autogestión en movimiento. Sin embargo, siguen en crecimiento y ofreciendo más que música: una posición política-económica que tal vez no es nueva, pero que poco a poco se fortalece.
AUNO-22-06-2018
AEB-MDY