Lomas de Zamora, diciembre 13 (AUNO).- Parada en el centro de la escena extiende sus brazos, sonríe y sin previo aviso las palabras salen de su boca con la fuerza de un huracán. Su pelo verde, a veces trenzado y otras suelto, destaca entre quienes la rodean. El público, habitué de las movidas culturales en las que recita, la observa e interrumpe sus conversaciones, porque no puede evitar sentirse atraído por el calor de las palabras que vocifera, acompañadas de gestos pronunciados. “Vení, contemplemos el paisaje del espanto”: así cierra uno de sus poemas y la pena invade la cara de So Sonia, que siempre relata que lo escribió por tristeza.
Con 30 años recién cumplidos, la artista elige que se la nombre sin apellido: “So Sonia” ya se convirtió en su “sello”. Por de más conocida en el under, es imposible definirla en una palabra. Es poeta y cantante, y ocasionalmente se sube a las tablas para actuar. Fin de semana tras fin de semana, los curiosos se reúnen en Espacio Asterisco, su casa devenida rincón cultural de Banfield, para presenciar y participar de las diferentes actividades que se realizan por las noches: lecturas, recitados de poesía, recitales en formato acústico y experimentaciones escénicas los jueves, en el tradicional “Zafarrancho”.
Ubicado en General Levalle 1293, el espacio surgió en 2011 como consecuencia de la muerte del abuelo de Sonia. En ese entonces, se le dio una oportunidad “única” de tener un lugar físico para materializar su proyecto cultural que hoy es Asterisco. De las paredes cuelgan libros, y hay dibujos y recuerdos. “Me pareció que nunca más iba a tener la plata para poder comprar una casa, entonces tuve una sensación de responsabilidad. Más conociendo cómo funciona la propiedad privada, que es un invento que está malparido”, explica a AUNO.
—¿Por qué?
—Porque se basa en la desposesión de la sociedad entera. Que la tierra sea de alguien ya es base de una situación de dominación, entonces me pareció que estaba bueno hacer algo compartido. Tampoco me la doy de solidaria: no me puse un comedor. Podría haber hecho algo más, pero busqué desde el egoísmo de lo me gustaba y de poder dedicarme a algo para dejar de ser empleada en un comercio, y ahí salió la idea de aprovechar el espacio físico para armar una movida.
—¿Cómo fueron estos seis años?
—Fue un aprendizaje muy fuerte de construir otras formas de trabajo. Eso me parece que es lo más importante. Fue a los golpes. Me di la cabeza contra la pared por haber flasheado una cosa súper cooperativa que no. Para solucionarlo fui inventando. Siempre el gran desafío de los que laburamos en la autogestión es “¿cómo no reproducir lo que conocemos?” Por más que seas autogestivo, si no tenés un laburo intenso y profundo de conciencia, el default es el capitalismo y la mierda. Estamos re metidos en ésa y no conocemos otras formas de trabajo. Ése es el desafío más grande.
—¿Y durante este último año?
—Se consolidó algo diferente en la circulación de la gente. También en hacerme cargo de cuál es el lugar que ocupo yo, cómo me vínculo con las otras personas que empiezan a formar parte del proyecto, probando todo el tiempo y laburando mucho la comunicación porque no hay un modelo a seguir. Hay que estar todo el tiempo preguntándole al otro “¿vamos bien por acá?”, “¿esto sirve o no sirve?”. Probamos, deshacemos y hacemos. Es re importante generar una gran red.
El slam
Los fines de semana en Asterisco se realiza el slam, una competencia en la que sus participantes interpretan una poesía en tres minutos para ganarse una copa, hasta llegar a fin de año que se hace la final. Esta contienda poética anual, importada de los circuitos porteños, fue puntapié para la creación de una editorial independiente que homenajea con su nombre al perro de Sonia, “El Rucu Editor”. Pionera en traer al sur esta propuesta, este sábado juega de local en el tomo II de la “Trilogía Slam”.
—¿Cómo instalaste en la zona este formato?
—Fue simple: lo conocí, me voló la cabeza y, como me manejo con un gran entusiasmo frente a todo, fue “miren lo que conocí”. Quería que todo el mundo lo conozca. Era un formato increíble con un potencial zarpado y dije “bueno, ya está. Está esto y yo tengo un espacio: hagámoslo”. Con un amigo, Dogo, nos preguntamos qué hacía falta para hacerlo y no faltaba nada, como mucho un espacio, alguien que lo coordine y conocer las reglas, que son re simples.
—¿Siempre hubo tantos poetas para el slam?
—No voy a decir que no había nada de poesía en la zona. Lo que no había era espacios como el slam, que tiene una gran apertura y es entretenido como espectáculo. La gente está más acostumbrada a un recital de poesía de alguien sentado leyendo con tono monótono. Tal vez es buenísimo el texto, pero no hay un trabajo de poner el cuerpo. Además el slam son tres minutos. Puede haber alguien que no te guste, pero al toque cambia. Siempre te vas a llevar algo por la diversidad. Me parece que eso fue lo que hizo que pegara. Evidentemente, había un montón de gente escribiendo cosas porque se llenó rápido.
—¿Cómo llegás a hacer la editorial?
—Con un amigo que venía mucho y es bibliotecario nos preguntamos: “¿por qué no hacemos una publicación que recopile los campeones del primer año?”. En juego esa pregunta creció: “¿por qué no hacemos una editorial?”, “¿cómo se puede llamar?”. Y la respuesta fue: “Rucu”, como mi perro, el que más sabe de poesía en todo el conurbano sur porque escucha a todos los poetas. Los primeros autores eran todos del slam porque es donde conocemos gente. Ahora tenemos una colección con nueve escritores.
La militancia en la palabra
La palabra es el hilo conector de todo lo que hace en su vida a través de la autogestión, ese intento de cambio económico y paradigmático frente al capitalismo que crece culturalmente. “¿Cómo hacés vos algo menos capitalista, menos patriarcal?” es su pregunta y el fundamento para la praxis. Para un arte que “no tendría que caer solamente en el panfleto o la enunciación”. “Hacer, deshacer y probar todo el tiempo” es la propuesta de So Sonia, que ve al lenguaje como un campo de batalla y en el que ella se transforma en una guerrera contemporánea de la metáfora, con dos poemarios publicados: Florecer o morir (Elemento Disruptivo Editora) y Manada (de su propia editorial).
—¿Qué es un militante de la palabra?
—Creo que el lenguaje es un campo de batalla. Con él se tejen un montón de redes y cuando uno empieza a tomar conciencia de lo que dice, cómo y dónde, se ve cómo se va tejiendo ese entramado. Hay un espacio de empoderamiento ahí. Por más que hablemos el mismo idioma, los grados de conciencia sobre el lenguaje son muy distintos y no es indistinta la manera en que se habla. Militante de la palabra es entender que ahí se está librando una lucha que tiene que ver con las ficciones que construimos. Pienso que todo es ficción y la gran diferencia está en manejarse con la inercia de las ficciones impuestas o de tomar conciencia y elegir las que uno construye.
—¿Cómo se milita en el contexto político actual?
—A veces me desespero y pienso que no tiene sentido nada de lo que estamos haciendo. Que tendríamos que salir a prender fuego cosas en vez de hacer canciones y poemas. Pero no lo creo menos válido, hay un trabajo fundamental en el campo simbólico. La democracia es una ficción, el Estado es una ficción. Y las ficciones se construyen con el lenguaje y la simbología; entonces batallar ahí me parece importantísimo. Estamos en un momento tan extremo que no alcanza… porque es muy a largo plazo el trabajo que estamos haciendo.
-¿Qué sería “militar la palabra”?
—Por ejemplo: yo elijo usar la “e” y no hablar en un universal masculino cuando hablo, cuando escribo e incluso cuando presento un proyecto para el Instituto Nacional del Teatro. No lo hago porque soy una cheta caprichosa de Banfield, sino porque irrumpir ahí es importante. No soy tan estúpida como para pensar que se va a resolver el patriarcado por cambiar una letra. Si no hacés nada en la vida cotidiana para transformar otras cosas es medio pelotudo. Es muy incómodo cambiar el lenguaje porque es cotidiano, entonces deconstruirse ahí es difícil. Yo todo el tiempo me corrijo. Me parece que el laburo se hace en el campo de la metáfora.
—¿Cómo se debería trabajar desde la metáfora?
—Es necesario ir más a lo profundo, caer menos en el panfleto. Me da cosa cuando el arte se vuelve enunciador. Por ejemplo, en un slam: la gente se sube al escenario a decir “Macri es malo” o “violar chicas está mal” y bueno, eso ya lo sabemos. Que lo digan en una plaza u otros lados donde realmente haya que interpelar a la gente que vota a Macri. Quienes vienen a Asterisco no votan a Macri. Yo me pongo en alerta cuando pasa porque la militancia en el arte es una desconstrucción de lo simbólico para construir nuevas ficciones.
—¿Quién es So Sonia?
—Es la validación de una ficción de pensar “So Sonia es esto”. Si me querés conocer a mí es otra cosa. No porque sea un personaje. Está todo bastante fundido porque uno va construyendo una vida donde los límites entre la ficción y la no ficción, entre lo performático y no, son difusos, pero sí es una construcción ficcional. No uso mi apellido porque todo lo que hago como So Sonia, se vuelve mi sello artístico. Si voy a leer a un lugar, si publico un libro, si me hacen una nota, decir mi apellido perdería sentido porque estaría hablando de otra cosa.
AUNO-13-12-2017
AEB-MDY