Skay, a la vuelta de la placita Temperley

h4. Junto con su banda Los Fakires, el ex guitarrista de los Redondos deleitó con un recital perfecto y poderoso a las 1800 personas que poguearon con el inevitable “Ji ji ji”, y temas de sus discos Talismán y La Luna Hueca.

María Daniela Yaccar

Lomas de Zamora, junio 23 (AUNO).- El 12 de abril en Gualeguaychú volvieron los Redondos… Pero a medias. Mejor dicho, no. No volvieron. Hay que ser justos: Skay era un engranaje importante o, mejor dicho, fundamental de la maquinaria ricotera. Un pilar. El “sólo les pido que se vuelvan a juntar” se escuchó tanto en el hipódromo entrerriano —en el recital más grande de la historia del rock nacional— como en el Auditorio del Sur el viernes cuando, pasadas las 22, el hombre del gorro marrón deleitó con su guitarra hendrixiana y, sobre todo, con su carisma.

Verdaderamente, fue un show impecable: el recital sonó perfecto y poderoso. Skay tiene un carácter bello. Es carismático, se lo ve humilde y, además, es lindo verlo sobre el escenario meneándose para atrás para enfatizar algún acorde —como en sus mejores épocas— o sonriendo ante el entusiasmo colectivo. Y aunque el público reclamaba la vuelta de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota —¡hasta había chicos con remeras del Indio!—, coreaba todos y cada uno de los temas del guitarrista. Incluso los más nuevos, los de “La luna hueca” (2013), el disco que Skay Belinson y Los Fakires presentaron en esta oportunidad.

Fue impecable, también, porque el ex redondo disfrutó cada momento. Eso se nota y eso es lo que genera el disfrute en el que mira. Y también se notó lo bien que la estaban pasando sus músicos, que bailaban y parecían entregarse al poder dionisíaco del lenguaje universal. Y fue un recital con mística: en un pasillito de hierro, a la izquierda del escenario, estaba la Negra Poly, pareja de Skay desde los tiempos en los que, jóvenes, probaban cómo era la vida en comunidad.

Místico fue también el momento en el que sonó ni más ni menos que “Ji ji ji”, en un lugar pequeño, para unos pocos privilegiados que estaban viendo a un tipo que hizo historia en el rock nacional hacer un tema que hizo historia en el rock nacional. Obviamente, hubo pogo (casi que en todo momento). Y como el auditorio estaba repleto era bastante difícil no quedar atrapado en él.

De la banda que compartió con el Indio Solari, Semilla Bucciarelli, Walter Sidotti y Sergio Dawi, Skay también desempolvó “Superlógico”, en una versión fascinante, con guitarra acústica. Y “El pibe de los astilleros”. Pero eso fue todo. El resto fue el Skay solista. El que le canta a la luna —¡permanentemente!—, a lo mitológico, el que combina temas oscuritos con canciones de lo más sencillas que, por lo que se vio, ganan muchísima potencia en vivo. Muchísima.

Es difícil pensar al Indio sin Skay y a Skay sin el Indio. El que fue a una misa india al menos una vez en su vida ya puede dormir tranquilo, porque vivió una experiencia extraordinaria. Pero la música de Carlos Solari parece hecha para ser escuchada en casa o con auriculares. No solamente por lo introspectiva que es en su carácter, sino también porque el Indio ya no canta como antes, y porque uno de los puntos fuertes de su trabajo son los juegos que hace con las voces. Y no hay modo de traducir eso al vivo. Cuando suma la voz de otro, algo de la esencia del tema se resiente.

Por el contrario, el Skay en vivo es mucho mejor que el Skay para consumo personal. Porque tiene energía, porque es híper rockero, porque es creativo con las violas y porque se comunica con sus músicos bastante más de lo que el Indio lo hace con los suyos, que quedan rendidos ante su majestuosidad. El punto débil de Skay son las letras, un tanto monótonas o demasiado sencillas. Y su voz, que no tiene muchos matices (por cierto, el viernes estaba demasiado baja como para terminar de apreciarla) pero que, aún así, seduce.

Lo cierto es que Skay es un guitarrista (también compositor y cantante) pero lo que menos hace son solos. Hace temas apoyados en riffs que el público corea porque funcionan como estribillos. Abrió con “Lluvia sobre Bagdad” (de Talismán). Del último disco, sonaron, entre otras, “Sombra golondrina”, “Arriba el telón” y “El sueño del jinete”. Un momento emotivo fue con “Flores secas” (también de Talismán, 2004).

Lo que los fans vienen diciendo en los foros, en YouTube o en diferentes ciberespacios; lo que incluso vienen diciendo los periodistas especializados es que, tras la separación, el Indio se quedó con la masividad, con la popularidad de Los Redondos, mientras que Skay se quedó con otra cosa. Con el costado under, con la mística, la leyenda. Puede ser. Sí. Se percibió algo de esto el viernes en el Auditorio: “La dimensión más pequeña tiene otra gloria que en los lugares grandes no sucede”, dijo él en 2013 a Página/12.

Sí. En la repartija de bienes gananciales, Skay se quedó con algo, con eso. Porque el Auditorio tiene capacidad para no más de 1800 personas. Porque el viernes ni siquiera había escenografía, sólo luces cambiando de color. Porque estaba la Negra Poly. Porque sonó “Ji ji ji” cerca de la estación de Temperley, a media cuadra de la placita.

MDY-AFD
AUNO-23-06-14

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