Lomas de Zamora, enero 05 (AUNO) – El Martín Fierro, la poesía que Leopoldo Lugones elevara a obra cumbre de la Argentina durante un acto en un teatro porteño, muestra también (entre una dilatada cantidad de temas) versos claramente xenófobos y racistas.
En no pocas sextinas de José Hernández se lee discriminación, menosprecio, xenofobia y hasta violencia de género. Los versos de esa obra están plagados del viejo recurso de la animalización de personas, que no es un invento de ese guerrero y periodista, porque el motivo se remonta a la Antigüedad.
Por ejemplo, en la Ilíada “los aqueos son abejas y los troyanos saltamontes”. En el canto VI “se compara a los troyanos con corderos que dan balidos; en vano se buscará una comparación tan denigrante para los aqueos”. Por otra parte, Homero les atribuye a varios guerreros de ambos bandos tener características de león o alguno de ellos tener “ojos de perro” o persiguen a enemigos como perros detrás de una liebre.
En el canto I, en el contexto de la pelea entre Agamenón y Aquiles por los botines de guerra compuesto por dos bellas señoritas el último le dice al jefe supremo del comando aqueo: “(…) a ti, gran sinvergüenza, hemos acompañado para tenerte alegre, por ver de ganar honra para Menelao y para ti, cara de perro, de los troyanos”.
La animalización, como Sarmiento de cansó de hacerlo respecto de las Montoneras federales, es el recurso básico y más a mano que tiene siempre el poder oligárquico y sus voceros para justificar aniquilaciones, fusilamientos y desapariciones. El recurso es simple y efectivo: Al tratar a opositores como animales, no son humanos. Por tanto, se justifica su eliminación, la meta perseguida.
Así fue que Hernández, respecto de los indios, escribe: “Allí sí, se ven desgracias / Y lágrimas y afliciones; / Naides le pida perdones / Al indio: pues donde dentra, / Roba y mata cuanto encuentra / y quema las poblaciones”.
Se trata de la clásica diatriba basada sobre la animalización de sujetos sociales. En ese caso sobre los indios que son comparados con “hormigas”, “tortugas”, “peludos”, “saltan como tigres”, o “cabras” y son “cerdudos”; y cuando bailan parecen “fieras”, dan “bramidos” y “rugían”.
Crueles y roncadores
En no pocos tramos, la obra de Hernández es el Facundo en versos. Leemos que son borrachos, dormilones y roncadores; asesinos, invasores, recelosos, salvajes, secuestradores, ladrones, infieles, feroces y crueles; malditos, furiosos, astutos, vengativos, vagabundos, brutos y amenazantes; en fin, “fieros de condición”. Todos esos calificativos están desparramados en los versos de nuestra obra cumbre.
Como si todo ello fuera poco escribe que los indios están fuera del alcance del Gobierno, es decir, fuera del alcance de las armas del Estado. Lo cuenta una vez que el personaje ‘Martín Fierro’ y ‘Cruz’ habían estado en las tolderías.
La siguiente sextina es una de las más fuertes y temerarias: “Allá no hay misericordia/ ni esperanza que tener; / el indio es de parecer / que siempre matar se debe, / pues la sangre que no bebe / le gusta verla correr”.
La siguiente generó también una más que rica e infeliz tradición: “El indio pasa la vida / robando ó echao de panza; / la única ley es la lanza / a que se ha de someter; / lo que le falta en saber / lo suple con desconfianza”.
No se trata de presentar a los atacados por Hernández como todo lo contrario y a partir de allí conformar una idealización. Lo grave es que ese tipo de descalificaciones naturalizadas es un argumento para emprender su posterior represión, muerte, desaparición y reducción a la servidumbre de hombres, mujeres y niños.
Ello se inscribía en una campaña mediática para quedarse con millones de hectáreas de las tierras más fértiles del mundo, que fueron a parar a un puñado de milicos y personajes de la oligarquía, que financió la denominada conquista del desierto.
Después escribe algo terrible: “Tiene (el indio) la vista del águila, / del león la temeridá; / en el desierto no habrá / animal que él no lo entienda, / ni fiera de que no aprienda / un instinto de crueldá”.
“Es tenaz en su barbarie, / no esperen verlo cambiar; / el deseo de mejorar / en su rudeza no cabe: / el bárbaro solo sabe / emborracharse y peliar”. Al versificar sobre indios y negros, sin dudas de que el Martín Fierro es el Facundo en verso. En esos últimos leemos una grave condena a un sector social, porque al no tener deseos de mejorar no pueden cambiar. Entonces, ¿cuál es la solución? El asesinato y la esclavización, que es lo que sobrevino y se buscaba.
“El indio nunca ríe, / y el pretenderlo es en vano, / ni cuando festeja ufano / el triunfo en sus correrías; / la risa en sus alegrías / le pertenece al cristiano”. Fíjense qué zoncera. Qué zoncera pasada por alto por la crítica peronista.
Poetiza después: “Se cruzan en el desierto / como un animal feroz; / dan cada alarido atroz / que hace erizar los cabellos; / parece que á todos ellos / los ha maldecido Dios”.
Después escribe: “Todo el peso del trabajo / lo dejan á las mujeres: / el indio es indio y no quiere / apiar de su condición; / ha nacido indio ladrón / y como indio ladrón muere”. ¡Qué flor de tradición nos legó Hernández!
A favor de la colonia rural
¿Qué se juega básicamente en esa apuesta poética contra los pueblos indios que habitaban especialmente las ricas praderas bonaerenses? Una arista dejada de lado por los críticos y amigos del periodista y guerrero Hernández. Se trata de su propuesta pastoril mera exportadora de materias primas para la Argentina.
“Por muchísimos años todavía, hemos de continuar enviando a Europa nuestros frutos naturales, para recibir en cambio los productos de sus fábricas, que satisfagan nuestras necesidades, nuestros gustos o nuestros caprichos. La América es para la Europa la colonia rural. La Europa es para la América la colonia fabril”,escribe en _Instrucción del estanciero_ (1881).
El sistema escolar, especialmente después de que Lugones legitimara esa obra, hizo propia la poesía de Hernández y los tiernos y no tan tiernos escolares leen esos versos sin ningún espíritu crítico y, lo que es peor, esos escolares después serán maestros o maestras; dirigentes de toda índole, curas, militares, funcionarios, patrones, jugadores de fútbol, mozos, taxistas, periodistas o escritores.
El texto de Hernández, cuya primera parte es de 1872 y la segunda de 1879, ve la luz durante las presidencias de Sarmiento y la de Avellaneda. Son años en que se debate sobre qué hacer con los indios. Es decir, de qué manera desplazarlos o eliminarlos, porque estaban en una de las tierras más fértiles del mundo.
Eso es lo fundamental en la llamada ‘conquista del desierto’, que no era un desierto. Ya estaban batidas las Montoneras federales, consumada la destrucción de Paraguay y ahora había que ir por los indios, para incluir al país a la división internacional del trabajo, que fue una forma de ‘globalización’.
Bibliografía
Pierre Vidal-Naquet, El mundo de Homero, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 41-101.
Homero, Ilíada, Madrid, Gredos, 2006, p.6, Canto I, vv. 158-160. Traducción de Emilio Crespo.
José Hernández, Martín Fierro, Buenos Aires, Colihue, 1999, ‘La vuelta de Martín Fierro’, cap. II, III y IV.
José Hernández, Instrucción del estanciero, Buenos Aires, Claridad, 2008, pp. 11-12.
AUNO 05-01-15
HRC