Martina Cruz: «El arte puede ayudarnos a no perder la cabeza»

En cuarentena, la joven poeta de Temperley da talleres virtuales en torno al encierro y el fin del mundo. Y cocina dos nuevos trabajos.

Lomas de Zamora, marzo 25 (AUNO).- Martina Cruz es oriunda de Temperley y a diferencia de lo que se puede imaginar admite no escribir poesía desde chica. La poesía llegó después, mucho después. Hoy sus obras viajan gracias al espacio virtual por Latinoamérica y también son traducidas en Estados Unidos y Alemania. Actualmente se encuentra trabajando en dos proyectos literarios.

La poeta se atreve a definir a la literatura como un espacio en el que unx se puede sentir menos solx. Por eso recomienda sustancialmente el encuentro con un libro en estos días, el que sea, y durante la cuarentena brinda talleres virtuales de poesía. Algunos de los disparadores para escribir que propone en sus clases son “el encierro” y el “fin del mundo”. Recuerda a su papá, aunque asegura que los recuerdos ocupan «demasiado espacio», y se emociona con su poeta preferida, Alejandra Pizarnik.

¿Emerge -o no- la poesía desde este encierro? fue una de las preguntas de AUNO. “Hay que frenar esa idea de que tenemos que ser productivas sí o sí y que sí o sí hay que escribir”, asegura la artista. Porque “tener tiempo no significa nada”.

Respecto a su recorrido literario: su primer poemario fue Camino negro al fondo, editado por El Rucu Editor y publicado en 2017, un relato siempre presente que pone los pies en el Conurbano. Luego llegó Call center, que editó Rama Dorada, con una lógica más desde el humor. Al año siguiente, 2018, nació de sus «tripas» y de las de una amiga escritora, Camila Guardia, Esto no es un poema de amor, para repensar el amor romántico. Y su primer libro, Cuando se incendia mi casa, fue publicado el año pasado tras un trabajo codo a codo con la editorial Elemento Disruptivo.

En estos meses la artista se encuentra envuelta y con el cuerpo puesto en dos trabajos. Uno junto a la editorial Nuestra América y otro con Ausencia Editora. Cruz se anima a adelantar algo: “Una de las plaquetas se va a llamar Un idioma que hace ruido de fósforo, y en vez de poema es una serie de manifiestos y de gritos”. En cambio, el otro poemario estará relacionado con las técnicas para renunciar y la pregunta principal es “¿a qué se renuncia?”. “Pero no tengo respuestas a nada de eso”, admite.

Piensa que hay algo más allá del papel. “Si queremos realmente que el discurso llegue a otros espacios, no lo vamos a lograr si no nos metemos en los barrios”, reflexiona sobre sus versos feministas y su trayectoria en diferentes eventos con perspectiva de género por la zona sur, a los que de todas maneras asiste y celebra.

Martina tiene 22 años y la cabeza rapada, gesticula mucho cuando habla y habla rápido, como si estuviera recitando en público o como si perdiera el colectivo.

-¿Quién es Martina Cruz?
Mi terapeuta tampoco lo sabe, yo no lo sé. Persona, humana, aunque hasta ahí. De Temperley, que es un dato que me identifica. Antes podía decir «tengo rulos», ahora ni siquiera. Intentando hacer lo mejor que puedo. Estudio Guión en la ENERC, antes estudiaba Letras, pero lo abandoné violentamente. Creo que siempre estuve intentando y buscando formas y herramientas para contar historias. Ir a ver pelis, teatro… estar todo el tiempo queriendo que me cuenten historias. Con mi familia también: quiero que me cuenten historias y las cuentan a su manera. Siempre quiero que me cuenten cosas, que me cuenten qué comían a los diez años, no me importa, cualquier anécdota habla mucho de quiénes son.

-¿Y cuándo aparece la poesía?
Apareció muy tarde, porque yo pensaba que era un embole. Es más, estaba muy segura de que era un embole. La poesía llegó de pedo en San Marcos, un pueblito de Córdoba, estando de mochila. Aparecieron las librerías itinerantes y alguien me dijo “che, por qué no leés esto”, y era Pizarnik. Lo compré con los últimos 15 pesos que tenía. Cayó muy del aire, lo leí y pensé “esto es increíble”. Me voló la cabeza. Estuve craneando con Pizarnik todo ese verano, y fue “ok, la poesía puede ser esto y no sólo la cursileada y la cosa embole que me dieron en la secundaria”, que obvio no me representaba.

-¿Qué encontraste en Pizarnik?
-Pizarnik en ese momento era obvio que me iba a interpelar porque mi viejo estaba muy enfermo y se estaba muriendo, y viene una mina a teorizar sobre qué es la muerte. A mí ya se me había muerto gente de mi familia, pero siempre esos bisabuelos, tío abuelos muy lejanos, que no terminás de entender bien nada, pero después de ahí no se me había muerto nadie cercano. Entonces de pronto me preguntaba qué iba a pasar cuando se muriera mi papá si eso era inevitable. Yo tenía millones de dudas y de angustias a punto de explotar, y de repente cae esta mina, ¡obvio que iba a empatizar con lo que le pasaba! La idea de la muerte y de la palabra… Todo el tiempo Pizarnik es cuestionar el lenguaje, la muerte, qué es la soledad, qué la vida, y en ese momento todo estaba sobre la mesa. Nunca me resultó cursi. Daba las buenas preguntas, no dio ninguna respuesta, pero me encaminó una bocha a eso. Porque la literatura siempre es eso, sentirse menos solo. Me sentí menos sola, fue eso, obvio que empaticé. Y cuando lo recomendé tuvo que ver con la misma lógica: “Mirá, esto te puede hacer sentir menos sola”.

-¿Qué significado tiene para vos tu primer libro?
-Los primeros poemas del libro tienen que ver con la tripa y el corazón abierto a los duelos. Habla sobre cómo hacer un duelo pero sin respuesta, ya que yo no tengo ni idea cómo se hace, pero hice uno, y creo que todos los hacemos sin saber cómo hacerlos, y no hay una manera en la que esté bien. No sabemos si hay una buena forma pero hacemos nuestro mejor intento. Pasa de los primeros poemas, de algo mucho más idealizado del pasado, de las relaciones y los vínculos, a darse cuenta un poco qué es lo que hay después de toda esa idealización, quién nos estuvo haciendo el aguante, y sí, son las amigas. Reencontrarme con mi abuela, mi mamá, mi hermana; con todas las mujeres de mi familia. Porque el recuerdo de mi viejo ocupa demasiado espacio, en general recordar ocupa demasiado espacio y no te permite generar nada nuevo con lo que tenés en el momento. Como ahora que no le estoy dando bola a mi vieja, porque estoy pensando en mi viejo que se fue… Entonces hay algo que está funcionando mal y algo que no estoy pudiendo ver de lo que está pasando. ¿Tengo que esperar que se muera la gente que quiero para expresarle que la quiero? ¿Esperar a que se vayan para quererlos? Hay una lógica que todos tenemos, o mínimamente los fanáticos del tango o del trauma tienen, que es querer lo que se nos fue de las manos.

-¿Qué es el amor?
-El amor es uno dando amor. No es que lo que yo siento por mi viejo deja de existir en el mundo, yo lo sigo amando y está bien eso, pero también puedo seguir sintiendo cariño por nuevas cosas o nuevas personas.

-Ahora estás trabajando en dos proyectos. ¿Cuáles son los temas que abordan principalmente?
– Una de las plaquetas se va a llamar Un idioma que hace ruido de fósforo. En vez de un poema es más una serie de manifiestos, de gritos, de rejunte, de cosas que escribí en encuentros nacionales, que tienen una lógica mas de grito. Será lo que tenga que ser; eso ya está resuelto de alguna manera y se supone que para mitad de año estará publicado. En cambio, con la editorial Ausencia, estoy transitando un proceso más extenso. No sé qué titulo va a tener. No lo descubrí. Por el momento le pondría “Técnicas para renunciar”, aunque no sé si alguien compraría algo con este título. La pregunta es un poco si se renuncia o no a un amor que ya no está o si es algo que siempre queda abierto. No tengo respuestas a nada de eso.

-¿Y cómo estás viviendo la cuarentena? ¿Estás inspirada para escribir?
-Lo vivo como puedo, aunque rodeada de una bocha de privilegios. Estuve viendo películas, leyendo y también dando talleres virtuales. Es un contexto reextraño, eso me ayuda para escribir. Pero también creo que hay que frenar la idea de que tenemos que ser sí o sí productivas, que tenemos que escribir y que sí o sí hay que hacer arte de esto. Tener tiempo no significa nada, aunque de todas maneras creo que el arte puede ayudarnos a no perder la cabeza completamente en estos tiempos.

-Por último ¿cómo están siendo los talleres virtuales?
-Los hacemos por un programa que se llama Zoom o videollamada. Es raro pero funciona. El otro día se sumó la sexta alumna. En estos días estamos trabajando y usando como disparadores el fin del mundo, el encierro, y los vínculos que se dan en estas condiciones.

AUNO-26-03-2020
DESP-MDY

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