Lomas de Zamora, julio 31 (AUNO) – “Siéntate en silencio y acata mis palabras, no sea que ni todos los dioses del Olimpo puedan socorrerte cuando yo me acerque y te ponga encima mis inaferrables manos”.
La violenta amenaza la realiza nada más y nada menos que el jefe de todos los jefes: Zeus. Se lo dice a Hera su esposa, que se había puesto preguntona, hacia el final del canto I de la Ilíada (vv.565-567).
Hera está enojada con su esposo por-que ella odia a los troyanos y le pide que ayude a los aqueos. Esa violencia verbal, con promesas de ir más allá, lo hace en el contexto de una agria disputa entre Agamenón, el jefe del alto mando aqueo, y Aquiles. Estos se pelean por dos mujeres, que a su vez son botines de guerra. De allí la cólera del último.
Lo que sigue a la reprimenda de Zeus tiene una escalofriante vigencia. El narrador dice que Hera “sintió miedo y se sentó en silencio doblegando su corazón”. Entonces salta Hefesto, el hijo de ambos, pero no para salir en defensa de su madre: “A mi madre yo exhorto, aunque ella misma se da cuenta, a que procure complacer al padre Zeus, para evitar que vuelva a recriminarla mi padre y a nosotros nos perturbe el festín”.
Hefesto después le pide a la madre que atraiga a su padre “con halagadoras palabras”. “Soporta, madre mía, y domínate, aunque estés apenada; que a ti, aun siéndome tan querida, no tenga que verte con mis ojos apaleada”.
Hay allí un hondo parecido con ese famoso consejo que habría dado un policía cuando una mujer fue a una comisaría a hacer la denuncia después de varias golpizas: “Hacele un guisito que se le va a pasar”, que equivale más o menos a decirle cositas lindas a Zeus para que se calme.
En los versos subsiguientes de ese mismo Canto, Hefesto justifica su proceder porque él mismo siente también temor de la violencia de su padre. Recuerda dirigiéndose a Hera: “(…) Ya en otra ocasión, a mí, ansioso de defenderte, me arrojó del divino umbral, agarrándome del pie”.
Como se lee, no era la primera vez que su padre procede de manera violenta contra su madre e incluso contra el hijo que fue víctima por atreverse a defenderla. Se podrían comprender las palabras del hijo, que es también el herrero del pueblo, desaliñado y rengo, porque en definitiva quiere evitarle a su madre una paliza.
El canto termina cuando todos los dioses se marchan cada uno a su casa. Zeus también y se acuesta a descansar. Y a su lado, Hera. Es decir, que todo continua como si nada hubiera ocurrido. Se trata de la sumisión total. Hasta un nuevo hecho de violencia verbal-psicológica, que en definitiva configura también un maltrato físico o una agresión directa contra el cuerpo como la sufrida por Hefesto.
La violencia contra Hera aparece otra vez en el canto XV de la Ilíada “(…) ¿No recuerdas cuando estabas suspendida en lo alto y de los pies te colgué sendos yunques y te rodeé las manos con una cadena áurea irrompible?” (vv.16-20).
Si bien Hera interviene en la asamblea para interceder a favor de los aqueos, no deja de ser por ello un sujeto pasivo y finalmente sumiso. Se va a la cama junto al agresor, que tiene nada más y nada menos que carácter divino. Está en la cúspide del poder. Todo ello se puede leer en la comedia, poesía épica, la historiografía y la tragedia. Pensemos en los raptos de mujeres, por ejemplo.
Las múltiples formas de violencia del hombre hacia la mujer en la literatura y en la historia de la Antigüedad no suele ser un tema abordado por las cátedras de esas disciplinas en las universidades nacionales. Aunque escasos, hay estudios sobre el tema.
Indagar el androcentrismo en la ficción no tiene otra meta que recuperar la memoria y sacar de la opacidad ese maltrato hacia la mujer que está explícito y ‘naturaliza-do’ en la literatura del mundo occidental y cristiano. Ni el Martin Fierro escapa a eso.Los textos de escritores griegos y romanos de la Antigüedad están repletos de maltrato hacia las mujeres. Y son personajes de la elite.
Las mujeres objeto de agresión son de la misma jerarquía social que los personajes o héroes, sean guerreros o dioses antropomórficos. Las diosas están dominadas por sus pares masculinos. No se postula aquí que el patriarcado en la ficción (tampoco en el mundo de la experiencia real) sea un fenómeno unívoco y sin fisuras.
Dominación invisible
Arrojar víctimas al mar no es una tarea inventada por el terrorismo de Estado del siglo XX. Posee una larga tradición y ese lugar es utilizado también para cometer homicidios particulares.
Heródoto (s. V a.C.), que fue algo así como un ‘periodista’ viajero de la Antigüedad, cuenta un episodio de violencia dentro de la residencia de un monarca que le resulta “incalificable” por la forma.
“En Creta hay una ciudad, Oaxo, en la que reinaba Etearco, quien, como era viudo, y tenía una hija cuyo nombre era Frónima, contrajo nuevas nupcias para darle una madre a esa hija.
Pero la segunda esposa, una vez instalada en el hogar, creyó conveniente comportarse con Frónima como una verdadera madrastra. La maltrataba y has-ta que finalmente la acusó de impudicia y convenció a su marido de que su afirmación era cierta. Persuadido por su mujer, Etearco tramó contra su hija una acción incalificable.
Resulta que en Oaxo se encontraba Temisón, un comerciante de Tera; Etearco le brindó hospitalidad y le hizo jurar solemnemente que le prestaría el favor que le so-licitara. Después mandó a traer a su hija y se la entregó ordenándole que se la llevara y la arrojase al mar”. (IV, 154).
Etearco lo que hace es contratar a un sicario para que asesine a su hija. Temisón la lleva en su embarcación, la sumerge atada, la vuelve a sacar y la lleva a Tera, donde la entrega a un ricachón, que la toma “por concubina”. El tipo le salva la vida después de torturarla un rato.
Pierre Bourdieu, que estudió la cuestión de la dominación masculina, señala que la jerarquía entre el hombre y la mujer se encuentra legitimada en la sociedad. Ese estado se remonta a la Antigüedad y quedó plasmado en las grandes obras de la literatura del orbe y es tan indiscutible el tema que hasta las profesoras de literatura ven ‘natural’ ese punto.
El sociólogo francés asegura que siempre vio “en la dominación masculina y en la manera como se ha impuesto y soportado el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica, consecuencia de lo que llamó la violencia simbólica, amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación (…) El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que ratifica la dominación masculina en la que se apoya”. (11-22)
Los textos clásicos están repletos de desprestigio, descalificaciones, violencia física y verbal, y hasta violación sexual lisa y llana contra la mujer. Un ejemplo de ello es lo que está en boca de Andrómaca de la tragedia homónima de Eurípides:
“Me acosté por la fuerza con mi amo (…) ¡Ay de mí, por estas desgracias! ¡Oh des-dichada patria mía! ¡Qué terribles cosas me pasan! ¿Qué necesidad tenía yo de dar a luz y añadir una carga doble a mi pesar? Yo mismo fui como esclava hacia las naves de los argivos, arrastrada por mi cabellera, y, cuando llegué a Ptía, entregada como esposa a los asesinos de Héctor” (vv. 390-403).
Bibliografía
Homero,Ilíada , Madrid, Gredos, 1982. Introducción, traducción y notas de Emilio Crespo y revisión del filólogo español Carlos García Gual.
AA.VV., La violencia de género en la antigüedad, 2006. En http://www.femiteca.com. Universidades de Rovira i Virgili de Tarragona y de Barcelona, España.
Herodoto, Los nueve libros de historia, Barcelona, Océano, pp. 271-272. Estudio preliminar de la argentina María Rosa Lida de Malkiel.
Pierre Bourdieu, La dominación masculina , Barcelona, Anagrama, 2000. (Traducción de Joaquín Jordá).
Eurípides, Tragedias I, Madrid, Gredos, 1982. (Traducción y notas de A. Medina, J.A. López Férez y J.L. Calvo)_
*Nota publicada en la Revista El Cruce, año 6, número 37, pp. 48-49, 2014. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
AUNO 31-07-14
HRC-SAM