La Feria Balboa, por dentro

La crisis económica, posterior a la cuarentena por Covid-19, provocó un crecimiento de puestos en la plaza San Jerónimo, de Rafael Calzada.

Fotografías gentileza Yamila Bonetti (@yamilabonetti).

Los domingos y miércoles a partir de las 7.30 comienza el movimiento alrededor de la plaza San Jerónimo, de Rafael Calzada, en Almirante Brown. Personas, autos, bicicletas y carros transitan las calles aledañas. A su manera, cada une lleva el bulto que minutos más tarde se tenderá o estará sobre un puestito de caños livianos. Pasada una hora, el paisaje, que estaba desolado, estalla en colores de más de 300 puestos de comidas, productos de limpieza y bazar, ropa nueva y usada, herramientas, productos de bicicletería, entre otros. Hace 14 años apenas eran 20, como afirman algunes feriantes que estuvieron desde el principio.

La feria Balboa se llama así por una de las calles que rodean la plaza. La crisis económica, posterior a la cuarentena por Covid-19, provocó un crecimiento de puestos reflejado en los pequeños laberintos que forman las mantas extendidas sobre el pasto. A pesar del aumento de feriantes, no son muches les que quieren hablar, pues hay una sensación de miedo respecto a la Municipalidad: no quieren perder el espacio que semanalmente ocupan para trabajar.

En su casa, una mujer prepara los bultos con ropa usada y “plásticos”. Así llama a los distintos elementos de cocina, limpieza y bazar color pastel que vende. Como si fuera un rompecabezas, las cajas de cartón, que consiguió en la verdulería de la esquina de su casa, serán acomodadas en un carro que hizo su exmarido hace años. En minutos, el armatoste, hecho con “una puerta, fierros que había en casa y la parte de abajo de una bicicleta”, será enganchado a una mountain bike para recorrer las cuadras que la separan de la plaza San Jerónimo.

Mari tiene 52 años y está en la feria desde 2007. Es madre de tres hijes y abuela de tres niñes. De pelo corto y piel adobada por el sol, recuerda que al principio, cuando la feria se realizaba de manera intermitente, “había unas hamacas todas arruinadas, no estaban asfaltadas las calles laterales y no había veredas”.

A pesar de que también funciona los miércoles, el fuerte está en los domingos, ya que la gente tiene más tiempo para pasear. Mari sabe que “no se puede comprar cosas nuevas” y “se desespera por llevarse algo barato a su casa”, entonces adquiere “algo usado, en buen estado y por poca plata”. “Yo misma me visto así”, admite entre risas.

En la plaza San Jerónimo no se paga por establecer un puesto, sino que hay cierta organización entre les feriantes para ocupar los lugares. “Hay un código”, asegura Mari, que en algún momento tuvo que pelear con un hombre por su espacio. Parte de ese código dispone que “cuando alguien no va varios domingos, perdió el derecho a su lugar”.

Según la normativa vigente, una feria en el espacio público es ilegal. Sin embargo, la presidenta del Instituto Municipal de Economía Social (IMES), Ivanna Rezano, entiende que les feriantes “son trabajadores”, razón por la cual “no se les combate ni se les reprime” sino que se busca “orientarlos hacia un mayor nivel de formalización”.

La feria como polo económico barrial

Al promediar las 10, en el patio de una casa frente a la plaza se arma lentamente una cocina. Primero se ubican los caballetes sobre los que descansará un tablón al que se le pondrán los elementos y los ingredientes para la comida del día. A un costado se arma una parrilla en la que el fuego crepitará hasta pasadas las 14.

Si hay algo que recuerdan les vecines de la plaza es que, al principio, la calle Vasco Núñez de Balboa era la única asfaltada. “La feria cambió todo. Primero se hacía en la calle que era de tierra”, evoca Rubén, uno de los vendedores. Tiene 32 años y vive en la casa de su familia. En 2015 empezó a vender desde la vereda su especialidad: empanadas fritas. Hace dos semanas sumó una parrilla, ya que la feria le permitió hacerse conocido y expandirse. Su comienzo como vendedor estuvo marcado por “la necesidad de trabajar y de salir adelante con algo”.

Trato de vender las empanadas baratas para la gente”, asegura el vendedor y reconoce que en el rubro comida es muy difícil que le vaya mal a alguien porque es algo que “siempre se vende”.

La llegada del asfalto incitó el desarrollo de locales que aprovechan la circulación de gente y sacan sus productos a la vereda. De hecho, los domingos suben sus cortinas con la llegada de les feriantes y las bajan cuando levantan los puestos.

Seguridad para vender

Tanto Mari como Rubén coinciden que la falta de seguridad perjudica la labor de les vendedores. Las fiestas clandestinas de los barrios linderos –Guadalupe, San Javier, San Jerónimo, San Cayetano, Sol de Mayo y Santa Clara– provocan conflictos que son llevados a la plaza y terminan de estallar apenas arranca la feria.

“Una vez le rompieron todo el puesto a un hombre”, narra Mari. Ella vive a unas cuadras de la plaza y tiene miedo porque hay quienes “salen a las jodas del barrio, se vienen peleando y sacan armas en la calle”. “Es un quilombo”, reforzó.

Rubén insiste en la necesidad de contar con más seguridad, “más policías” porque “hay problemas con la gente que toma”. Este problema con les bebedores que se pelean en la plaza provoca desgano en les feriantes y les visitantes de la feria.

Casi en el centro de la plaza, se encuentran unos pibes que bailan cumbias salidas de un parlante portátil. Con el correr de la jornada harán desfilar varias botellas de contenido espirituoso hasta que se desarmen los puestos de venta. Como les demás feriantes, suman diferentes cosas que rescatan de los volquetes que hay en la vía pública. Se pueden encontrar repuestos de diferentes utensilios de la casa, cuadros viejos, cajitas de lata o aparatos eléctricos en desuso. Con ellos no hay problemas porque respetan a les trabajadores de la feria.

Asistencia estatal

Existen programas de apoyo que son compatibles con la Asignación Universal por Hije (AUH), que la mayoría de les feriantes recibe. Estos son brindados por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, a través del flamante Centro de Desarrollo Productivo Incuba, que funciona en Cruz del Sur 1195, Burzaco.

Les feriantes pueden acceder, por ejemplo, a un microcrédito de 30 mil pesos con una tasa anual del 3 por ciento que se puede pagar en tres o seis cuotas. Este sirve para el financiamiento de herramientas necesarias para el trabajo. Para solicitarlo se necesita completar un formulario que es evaluado por un asesor. A su vez, para hacerlo efectivo es necesaria la existencia de un garante que no comparta el domicilio de quien lo solicita.

Desde 2016, en Brown funciona el Registro Único de Emprendedores de la Economía Social (RUEES) que contiene la figura legal del “emprendimiento”, es decir que les vendedores resgistrades cumplen el requisito de elaborar sus productos. Pero no contempla a les feriantes ya que, en su mayoría, no producen y se dedican a la reventa.

Por eso es que Rezano celebra la reciente firma de convenio con el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (Renatep), dependiente de Desarrollo Social de Nación, que servirá para “conocer la situación real” de les feriantes y para que se les brinde la posibilidad de ser formalizades y registrades bajo la figura de vendedores ambulantes.

Necesidades de la riesgosa informalidad laboral

Hacer feria es un trabajo”, afirma rotundamente Mari. Sin embargo, les vendedores dependen de un factor que no pueden controlar: el tiempo. Lo ideal es que siempre haya sol, pero no sucede todos los domingos. Frente a esta situación tienen que buscar la manera de recuperar tanto las horas como el dinero perdido.

Cuando la lluvia no les deja trabajar no les queda otra que “aguantársela”, “hacer ferias más chicas durante la semana” o en el peor de los casos “regalar las cosas” una vez que se puede volver a la venta.

Si bien un gran porcentaje de les feriantes recibe la AUH o algún otro subsidio por parte del Estado Nacional que no quiere perder, muches no conocen las herramientas que brinda el gobierno municipal. 

Lo que más necesitan son materiales como carpas, que “organizarían mejor la feria” o vehículos para transportar los productos. Aunque siempre está el miedo de que el municipio les cobre por ocupar espacios. Este miedo parte de la base de que no siempre se vende, ya sea por el estado del tiempo o porque “a la gente no le alcanza la plata para comprar”. 

AUNO-4-12-2021
AEB-MDY

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