Lomas de Zamora, junio 06 (AUNO) – “Pobre comisario Laurenzi. Las cosas que me ha tenido que aguantar… ¿Cuánto tiempo, por ejemplo, hace que vengo explotando sus recuerdos? El sólo habla, yo escribo. ‘No hay bicho más peligroso que el hombre que escribe”, suele decir mirándome de reojo. ‘Explota a los amigos, se explota a sí mismo, explota hasta las piedras. ¿Hay algo sagrado para él? ¿Hay algo intocable para él? ¿Conoce la piedad? ¿Conoce la simple decencia? No. Y todo por ver su nombre en alguna parte. Gente rara…’.Cuando el comisario Laurenzi se pone así, yo me limito a sonreír”.
Así empieza Walsh su cuento Zugzwang, que firmó como ‘Daniel Hernández’ y que fuera publicado en la revista Vea y Lea, en 1957.
Laurenzi, el comisario que aparece en varios de sus relatos, que es el alter ego del escritor o periodista, es el que en ese cuento emerge como el que diagnostica sobre qué es un periodista y sobre lo que hace.
Es sabido que todas aquellas cualidades pueden encontrarse concentradas en sobredosis en una misma persona, en un mismo periodista, y que suelen estar al servicio de joder al de al lado y nunca al servicio del común oficio del periodismo, que no es el más maravilloso y tampoco el peor.
Ese relato fue escrito durante el proceso de la dictadura del 55, que Walsh apoyó, e indudablemente es un enjuiciamiento a periodistas y al periodismo de su contemporaneidad.
Un oficio común que en los albores del siglo XXI se halla en una dramática decadencia, tanto el que se verifica en las grandes corporaciones como el que se observa hasta en el diario o la radio del más ínfimo de los pueblos del país.
Diremos que, para horror de los profesores de literatura, que Walsh por medio de su famoso personaje, enjuicia y/o se enjuicia en tanto periodista. Tal vez sea acertado decir que todo aquello que el comisario señala con malevolente sabor está al servicio de “el violento oficio de escribir”.
Esas últimas cinco palabras le pertenecen. Aseguró en ocasión de unas declaraciones periodísticas: “En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía”. (12)
Se trata sin dudas de una metáfora, que está en dramática consonancia con la experiencia de mundo real y que además es una propuesta que está muy distante de la “despolitización” que se realiza de su obra en las cátedras de letras, en el mejor de los casos, porque sus textos no pocas veces son ignorados con una planificada precisión.
Rogelio García Lupo señaló que “volver a leer el periodismo de Walsh es encontrarse con una mirada sobre su tiempo, a menudo generosa, frecuentemente ácida, pero nunca recargada por el discurso. Escribió con una franqueza que en su época causaba tanto estupor como ahora, al releerlo”. (8) Está bien eso.
El brutal balance del comisario en torno a que los periodistas no conocen la piedad, ni la simple decencia y que además son gente “rara” está totalmente vigente en el alba de la presente centuria.
Si se tomara a cien periodistas y se les preguntara a boca de jarro por qué Walsh firmaba con el pseudónimo ‘Daniel Hernández’, especialmente por qué ese nombre de pila, difícilmente contestarían con certeza acerca de esa elección.
Bibliografía
Walsh. La máquina del bien y del mal, Buenos Aires, Aguilar, 1992.
Rodolfo Walsh. El violento oficio de escribir. Obra periodística 1953-1977, Buenos Aires, Planeta, 1995. Con un prólogo de Rogelio García Lupo.
AUNO 07-06-14
HRC