En 2008, Andrés Cayul, profesor de la cátedra de Salud Pública con orientación sociocultural de la Facultad de Medicina de la UBA, propuso a sus alumnos viajar a Resistencia, Chaco, para trabajar en barrios marginados. En ese encuentro entre alumnos y la comunidad Qom, los futuros médicos recibieron clases por parte del Ministerio de Salud de la provincia y conocieron el trabajo realizado por los “agentes sanitarios”, las personas que trabajan por la salud insertados directamente en los barrios.
Pasaron dos años y la cátedra volvió a proponer un viaje. Los nuevos estudiantes, junto con quienes ya habían pasado por la experiencia, comenzaron a trabajar sobre la importancia de los agentes, sobre todo cuando asisten a comunidades originarias, con una lengua distinta y que muchas veces es una barrera para quienes forman parte del sistema de salud. En ese segundo viaje, fueron los alumnos quienes dieron a los agentes clases de “salud prevalente”.
En ese 2010 se concretó la formación del Voluntariado en Salud Comunitaria (VOSACO), un grupo que además de contar con especialistas de la salud y estudiantes de medicina, incorporó profesionales de la rama del trabajo social, la comunicación y la psicología, para avanzar en el cuidado de la salud más allá del bienestar físico y los avances farmacológicos.
Con la experiencia adquirida y con un tercer viaje que contó con la colaboración de Unicef, la organización comenzó a encarar la cuestión sanitaria desde la práctica, a partir de la capacitación a los agentes y el desempeño como nexo entre estos y la Dirección de Salud Indígena, creada por el Ministerio de Salud para tratar las carencias de los pueblos originarios.
“Viajamos tres veces y siempre nos pasa de adaptarnos y entender recién cuando estamos allá. Nosotros tenemos que reconstruir conceptos y realidades que no son más que las nuestras, la que nos dio la educación en Capital Federal y aprender a mirar la realidad del interior del país, de los pueblos vulnerables”, expresó ante AUNO-Tercer Sector Federico Fernández Casal, médico e integrante de esta agrupación, que toma a la salud como esa necesidad de romper las barreras culturales a partir de un aprendizaje recíproco.
Más allá de que en todos los viajes la organización lleva insumos para donar, resaltan que sus actividades no tienen que ver con una obra de caridad. “Nosotros llevamos ideas que son perdurables y una vez que se comparten y aceptan, se convierten en herramientas que se van transformando”, puntualizó Fernández Casal a la hora de hablar de la esencia del concepto de “salud comunitaria”, aquella que entiende a las carencias materiales como el resultado de la falta de respeto por los derechos, el aprecio y el reconocimiento de los otros como seres humanos con beneficios.
Entendiendo estos aspectos, no es casualidad que la población elegida para el abordaje de la salud comunitaria haya sido la de los pueblos originarios, ya que pensar en esta disciplina es pensar en cuestiones sociales como factores determinantes de la salud física, emocional y psicológica. “Estudiando epidemiología y su relación con la situación de la salud en Argentina, los pueblos originarios tienen los mayores índices de mortandad y de analfabetismo, la peor esperanza de vida y las necesidades básicas insatisfechas. Por eso pensamos en que las cosas básicas deben resolverse desde las bases, desde lo social. Lo económico y material es consecuencia de ese abandono”, concluyó Fernández Casal.