Borges, como tantos escritores argentinos del siglo XIX y de la centuria siguiente, también aportó a esa contundente ideología fundamental (fundamentalista), según la cual la Argentina es una gran estancia, de la que cual se deriva que es el granero del mundo para el orbe, tal como la definió Rubén Darío.
El escritor que nos ocupa escribió el cuento El Sur y las poesías El Sur y La noche que en el Sur lo velaron, donde se puede leer ese puto cardinal asociado a ese ideario clave.
En el cuento El Sur, se encuentra la pampa bonaerense que está al sur de la Ciudad de Buenos Aires, un espacio ya alambrado en el siglo XIX, por lo tanto, despejada de barbarie indígena, se trata de la pampa convertida en estancias y sembradíos. Esa obsesión no es el sur proletario de Parque Patricios, Pompeya o Barracas del siglo XX, lleno de obreros aborrecidos por Borges.
En el Poema conjetural escribe: “Huyo hacia el Sur por arrabales últimos”. En declaraciones públicas, Borges también ratificó su Sur. “Cuando se camina en el Sur, se siente que se entra en un territorio más seguro, casi definitivo, porque el Sur no es un lugar, es un destino”. (Todo Borges, ed. Atlántida, Buenos Aires, 1977). Es el lugar del país-estancia, el destino buscado por la clase social que representa, para un país destinado a la pobre condición de exportador de alimentos y de forrajes con destino a las potencias de turno.
El Sur del tango no es el Sur que evoca Borges, como algunos quisieron leer. Los arrabales que evoca Borges, sean del Sur o del Norte, son los arrabales anteriores al advenimiento de los movimientos populares y la industrialización. Son los del siglo XIX: “Arrabal es el rencor obrero en Parque Patricios y el razonamiento de ese rencor en diarios impúdicos”, escribe en El idioma de los argentinos. Un inconcebible desprecio por los trabajadores.
Blas Matamoro, en su escritura Detrás de la penumbra está Inglaterra. Dice: “La estructura ideológica de Borges admite este desarrollo: Misoneísmo conservador: Todo el mundo antiguo es más firme. Este aserto se refiere a la imagen cósmica que da el barrio sur de Buenos Aires, es decir el barrio de la residencia aristocrática hasta 1880, en la época mítica de la fundación de la oligarquía nacional”.
De ahí su quejumbrosa escritura ante un mundo que cambia. Es cierto que no es el primero ni será el último que desde la literatura advierte o llora ante los cambios sociales. También famosos escritores hicieron algo parecido ante el derrumbe del mundo medieval.
El Sur: Un mundo más firme
En el cuento El Sur ese punto cardinal es “un sitio preciso de la llanura”, donde están las propiedades de la aristocracia de la que él dice descender. Johannes Dahlmann el personaje central del cuento cuenta que camina por la “geografía de la patria”, en dirección “al pasado y no sólo al sur”. Él viaja en tren “por la geografía de la patria”.
Y qué es lo que, según el narrador, ve Dahlmann desde el tren rumbo a su estancia en el sur de la provincia de Buenos Aires: “Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas (…), vio jinetes en los terrosos caminos, vio zanjas y lagunas y hacienda” y creyó reconocer “árboles y sembrados”.
Dahlmann ve una pampa totalmente ‘civilizada’. Desde la ventanilla del tren observa los elementos ordenadores de lo que se supone, según el credo sarmientino, representan la civilización.
“Dahlman pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur”, dice allí. Por otra parte, el personaje puede ser asociado fuera de la ficción al propio autor/Borges cuando refiere que “había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores” y porque escribe: Dahlmann “(…) era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba (…)”.
“Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguos y más firme”. Esas líneas encierran una cabal visión de mundo de Borges. El Sur de Borges no es un sur bárbaro, sino civilizado.
En el poema Adrogué, también la cuestión de la propiedad del Sur puede ser leída: “Duermen del otro lado de las puertas / aquellos por obra de los sueños / son la sombra visionaria dueños / del vasto ayer y de las cosas muertas” (vv. 21-24).
Los libros o el cuchillo íntimo
En el poema El Sur podemos leer una amorrada nostalgia por sus antepasados y el patriciado; y por los grandes caserones con patio, aljibe y servidores negros, es decir, esclavos. “Desde uno de tus patios haber mirado las antiguas estrella”, escribe.
Tenemos otra pieza poética de Borges: El Poema conjetural (1943), que está escrito en primera persona. El narrador lo hace hablar al personaje central que es Francisco Narciso de Laprida. Los versos llevan el siguiente subtítulo: “El doctor Francisco Laprida, asesinado el día 22 de septiembre de 1829 por los montoneros de Aldao, piensa antes de morir:”
Los cuarenta y cuatro versos del poema que se inician después de ese subtítulo que lo enmarca están informados totalmente por la infausta fórmula ‘civilización i barbarie’. Y el Sur se encuentra comprendido en el primera parte de la disyuntiva exclusiva. Se trata de un poema en que “triunfan los bárbaro, los gauchos vencen” (v. 5).
Laprida era un conspirador aristocrático unitario de San Juan, que los textos escolares presentaron como el laborioso e inocente hombre que preside el Congreso de Tucumán que declaró la Independencia.
El narrador le hace “pensar” a Laprida en las horas finales antes de su muerte: “huyo hacia el Sur por arrabales últimos” (v. 12). He ahí de nuevo el Sur, el espacio apropiado en la ficción, que tiene un puntual correlato con la bicentenaria apropiación en la realidad de la política y de la economía.
Por un lado, Laprida mismo se narra como el hombre de las “leyes y los cánones”, el hombre que declaró la “Independencia de estas crueles provincias” es decir, es un hombre de la ‘civilización’. Enfrente están los “los bárbaros, los gauchos” que no tienen ningún Sur o espacio aristocrático agropecuario, sino que provienen de “la noche lateral de los pantanos”.
Allí están planteados claramente los espacios borgeanos: El Sur es definitivamente la civilización y las Montoneras de Aldao no tienen ningún punto cardinal porque provienen de la “noche lateral”. Como son la barbarie, representan a la oscuridad. Su lugar son “los pantanos” donde habitan insectos y gusanos. Los pantanos son esas zonas donde el mundo no es más firme como el Sur, sino todo lo contrario.
Los bárbaros del poema vienen en busca de Laprida, que los escucha venir, montados, para darle muerte: “Oigo los cascos de mi caliente muerte que me busca con jinetes, con belfos y con lanzas”.
Laprida, según el narrador, anhelaba ser otro, anhelaba ser un hombre “de sentencias, de libros y de dictámenes”. Es decir, anhelaba ser un ‘civilizado’ y estaba a punto de morir bárbaramente “a cielo abierto (…) entre ciénagas”, porque ese espacio cenagoso es el lugar donde uno se puede hundir y perder la vida.
Enfrente de las sentencias, los dictámenes y los libros, es decir, de la ‘civilización’ se ubica la ‘barbarie’, representada aquí también por “la sombra de las lanzas” enarboladas por “los jinetes, las crines, los caballos” o por “el íntimo cuchillo en la garganta”.
Se registra un enfrentamiento entre los libros y los dictámenes contra las lanzas y los cuchillos; Aldao contra Laprida; el Sur contra los pantanos. De Aldao, en el poema, no conocemos nada, ni es descripto, sólo que comanda a los montoneros que dan muerte al congresista de Tucumán.
Aquí el Sur es propiedad de Laprida, es el espacio por donde piensa que puede huir del “cuchillo” de las Montoneras.
Nieto e hijos de estancieros
Escribe Borges: “(…) como tanto argentino, soy nieto y hasta bisnieto de estancieros. En tierra de pastores como ésta, es natural que a la campaña la pensemos con emoción y que su símbolo más llevadero –la pampa- sea reverenciado por todos” (El tamaño de mi esperanza, 1926).
Cuando dice “como tanto argentino”, equivale a señalar como muchos argentinos, como casi todos los argentinos, en definitiva los argentinos son estancieros y, por lo tanto, la Argentina es una estancia.
Sin embargo, la identificación de un sector de la economía con la totalidad del país no es un invento de Borges. Famosos políticos y escritores contribuyeron con creces a crear ese ideario fundacional: Desde Juan Manuel de Rosas con su Instrucciones a mayordomos de estancia (1820), José Hernández y su Instrucción del estanciero (1881), donde propone una Argentina pastoril proveedora de materias primas para las potencias europeas; Joaquín V. González, Rubén Darío y Leopoldo Lugones, entre una extensa lista, contribuyeron con tesón para crear esa idea fundacional que todavía tiene una dramática vigencia.
*Nota publicada originalmente en la Revista _El Cruce _de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
AUNO 20-08-11
HRC