Beatriz Sarlo escribió el libro Borges, un escritor en las orillas, que es el resultado de cuatro conferencias que dio en 1992, en la Universidad de Cambridge. El eje básico que plantea la autora es que Borges “no se instala del todo en ninguna parte: ni en el criollismo vanguardista de sus primeros libros, ni en la erudición universalista de sus cuentos, falsos cuentos, a partir de los años cuarenta”.
Se justifica así el título: Borges está “colocado en los límites, es el escritor en las orillas [destacado HRC], que al mismo tiempo es cosmopolita y profundamente nacional”, oposición que ve como una “tensión”. Como Sarlo es de un país que era y es semicolonia de los británicos y de otras potencias violentas, las conferencias las dio en inglés, que no es una tontería, sino señal inequívoca de que se siente súbdita. Lo dice ella.
A un profesor británico jamás se le habría ocurrido cambiar su lengua en una situación inversa o quizás sí lo hubiera hecho porque en definitiva pertenece a una nación y no a una semicolonia. En definitiva, lo central no es la lengua usada en la conferencia, sino lo que se siente, piensa, la ideología desde donde se ubica.
Inicia el ensayo con una zoncera: En el capítulo Cosmopolita y nacional dice que Borges “ha perdido su nacionalidad” y que navega “en la corriente universalista de la ‘literatura occidental’”. Se confiesa “una provinciana ingenua” por no haber sabido que los libros de Borges se hallan en los anaqueles de todas las librerías inglesas que recorrió. Zonceras puras. Provinciana ingenua, en Sarlo equivale a tilinga, besamanos, súbdita, cipaya.
Comprobó en el corazón de la piratería mundial que “algo de Borges se diluía en este proceso de triunfal universalización”. Profundiza esa desatinada línea al afirmar que “leer a Borges como un escritor sin nacionalidad es un impecable acto de justicia estética”. Otra zoncera. Borges visto así es un impecable acto de mala fe.
Sarlo rechaza con llamativo énfasis la posibilidad de restituir a Borges “a un escenario pintorequista y folclórico”, es decir “argentinizarlo”. Sin embargo, para un escritor inglés o francés no existe algo más apasionado que leer y escribir libros sobre su país y sus pueblitos. Sí se puede rechazar un nativismo xenófobo como se dio y se da en toda la historia de la Argentina realizado por escritores que piensan como Sarlo.
Lo paradojal del planteo reside en que este esquema mental es sostenido por alguien que se presenta a sí mismo como “intelectual latinoamericana de izquierda”. Talvez no sea nada paradojal. Pero, en dos líneas tira abajo todo lo escrito antes: “No existe un escritor más argentino que Borges: él se interrogó, como nadie, sobre la forma de la literatura en una de las orillas de occidente”. Ubicarse en las orillas es reconocer un centro. En ese caso es Europa, roída por sobredosis de neoliberalismo.
La inestabilidad que rige al ensayo está también: “Leer a Borges como un escritor sin nacionalidad es un impecable acto de justicia estética” y se contradice: “No existe un escritor más argentino que Borges”.
Borges no siente nostalgia por la ciudad criolla, como dice Sarlo, sino por la ciudad puerto de espaldas al país, por el patriciado que vivía en el sur de Buenos Aires, en el siglo XIX; y por la orilla sur del Salado bonaerense, donde nació el mundo estancieril. Por eso Borges poetizó tanto el Sur.
En lo único en que se parecen Borges y Sarlo es que los dos son librecambistas. Creen en el libre comercio propalado por la ultraproteccionista Gran Bretaña.
La política
En el capítulo La fantasía y el orden, escribe: “En la medida en que Borges es un extranjero a la literatura universal (…)”. En otra parte del libro Sarlo se desdice porque Borges navega “en la corriente universalista de la literatura occidental”.
Recurre luego a la deshonestidad cuando escribe que Borges “siempre trató de preservar su literatura como espacio libre de pasiones inmediatamente políticas”. En mucha escritura Borge canta a sus antepasados devenidos milicos unitarios, habla del corralón yrigoyenista y narra la historia argentina en pocas líneas; ataca a la historia, a las Montoneras proteccionistas y al peronismo; y se mete de lleno con civilización y barbarie, entre otros temas políticos. Y si no es la política nativa es la conservadora ideología del eterno retorno.
En el capítulo La cuestión política, el tema vuelve con el fin de modelar un Borges químicamente puro, cuando la riqueza reside en lo contrario. Sarlo fija su postura política cuando agrede al escribir “violencia montonera” y a los unitarios los llama “fracción modernizante”. Su cerraron le impide ver, o juega a no ver, que en Europa la relación entre las letras y la política es una práctica que se ejercita sin disimulo.
El orden y el realismo
Sarlo atribuye a la presunta “fracción modernizante” haber impulsado el “orden y hegemonía sobre los poderes hasta entonces autónomos; orden y liquidación de las insubordinaciones regionales y del indio”. Se entiende por qué Sarlo tributa a los medios paquidermos angloporteños. Cuando la guerra era y es entre unitarios (librecambistas) y federales (proteccionistas).
La escritora analiza El informe de Brodie donde Borges abomina de la historia y apuesta a una ideología conservadora: “Sabemos que el pasado, el presente y el porvenir ya están, minucia por minucia, en la profética memoria de Dios (…) lo extraño es que los hombres puedan mirar indefinidamente, hacia atrás, pero no hacia delante”.1 Algo que el mismo Borges hizo hasta aburrirse.
En Borges hay un horror al “desorden” protagonizado por las multitudes organizadas políticamente. El carácter reaccionario de esa concepción no es criticado por la ensayista, sino que lo justifica. Si la historia es una repetición más o menos fatalmente “ordenada” nada queda por hacer a hombres y mujeres. Examinado y examinadora desprecian las expresiones populares ‘desordenadoras’ del mundo arcaico agroexportador de materias primas baratas.
El ensayo pretende dar una versión de Borges y Sarlo pide no verlo asociado a la estética del realismo. Borges desmiente a Sarlo porque en el prólogo a El Informe de Brodie el autor escribe: “Fuera del texto que da nombre a este libro (…) mis cuentos son realistas (…). Observan todas las convenciones del género”2.
Se trata de una vieja lectura de Borges informada por la vieja y falsa dicotomía de civilización y barbarie y por la vetusta historiografía oficial mitrista. El libro no está a la altura de exámenes profundos de Borges como los hechos por Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Anderson Imbert, Ramón Doll, Adolfo Prieto, David Viñas, Jorge Abelardo Ramos, José Hernández Arregui, Arturo Jauretche, Blas Matamoro, Pedro Orgambide y Juan José Sebreli, entre otros.
1 Jorge Luis Borges, ‘El informe de Brodie’, en El Informe de Brodie, Buenos Aires, Planeta, 2001, p.135.
2 Ibíd., pp. 6-7.
*Fragmento de la reseña del libro de Beatriz Sarlo, Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires, Seix Barral, 2003. Escrita en 2005 para el Seminario Investigación en Literatura, a cargo de la doctora en letras María Mercedes Rodríguez Temperley, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Publicado por la Revista El Cruce (editada por la FCS, UNLZ), agosto de 2011, año 3, nº 15, p. 40.