Es 1980 y en los cines se estrena “Subí que te llevo”. Desde su casa a sus butacas, fanáticos y curiosos deambulan entre uniformes militares. Una voz en off le pregunta a una madre que ve televisión si sabe dónde está su hijo. Sí, asistiendo al estreno de la nueva (y última) película de Sandro y Mariquita Valenzuela. Apaga el televisor y se va a dormir, justo cuando en el cine comienza la proyección. Sandro luce su campera y su auto deportivo. Mariquita patalea su Fiat 600. Discuten, pero ella sube a su Mazda XR7 especial. “Apretate el cinturón que vamos a volar, nena”, le dice. Todas las madres de la sala suspiran. Las novias y las solteras también.
Es 2010 y sólo el suspiro hila estos 30 años. Los cines se convirtieron en templos evangélicos. Las butacas en asientos de madera lustrada. Los uniformes se fueron. La televisión recurre al archivo de sí misma. En el ferrocarril Roca, los rostros en regreso del trabajo, el bar o la vida se desfiguran luego de leer los mensajes de texto que empiezan a llegar desde las 20.45. Alguien camina desde la estación de Banfield hacia Hipólito Yrigoyen, por Beruti, y cruza a la primera pareja de vecinos sobre la vereda. “Tenía un médico a disposición, todo el día, es muy raro si estaba tan bien. ¿Habrá sido algo como lo de Michael Jackson?”, empieza una la paranoia. La otra ni le responde, tiene la mirada y la audición idas. Sólo recuerda…
Y vuelve a ser 1980. En technicolor, Sandro canta “Atmósfera pesada” en un estudio de grabación. Atlético, ágil, divertido. Nadie podría pensar que Roberto Sánchez no disfruta de eso, de estar ahí zarandeando un pañuelo y enfureciéndose en la segunda vuelta de la canción. La cámara enfoca la cinta girando y girando. Y la que recordaba se despabila en 2010.
Las “nenas” de Sandro se reencuentran frente al eterno e inmenso paredón de piedritas blancas de Beruti al 200. No pueden hallar la sonrisa, pero tampoco la buscan. Las reproduce la televisión, que ahora muestra los últimos meses del hijo pródigo de Banfield: recuerda el doble trasplante que el cantante recibió el 20 de noviembre en el Hospital Italiano de Mendoza sin tiempo para borrar el videograph y su “milagrosa evolución” vuelve a ser leída, contrapuesta ahora con otra voz en off: “A los 64 años, en la noche del 4 de enero, murió el cantante Roberto Sánchez. Sandro de América”.
ROBERTO DE VALENTÍN ALSINA
Roberto Sánchez nació el 19 de agosto de 1945, cuando las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki aún retumbaban y la congregación millonaria del 17 de octubre aún no era susurro. De la porteña Maternidad Sardá, sin escalas, fue a parar a un moisés de la casa familiar en Valentín Alsina, Lanús. A Vicente Sánchez e Irma Ocampo no les permitieron el nombre Sandro pero amaron a Roberto y le ofrecieron todo lo que pudieron. Sin saberlo, hasta le estrecharon sus discos de Elvis, que disfrutó en cada recreo de las tareas que sus docentes de la Escuela 3 “República de Brasil”, de Valentín Alsina, le daban. A los diez, Robertito ya disponía sobre su cuerpo, que agitaba incansable al son de las primeras grabaciones de Elvis Presley, el Sandro estadounidense. Llegó 6º grado y egresó dando una demostración de baile con la imitación de su ídolo que en cada reunión familiar repetía, llevándose una ovación y comenzando su carrera.
En el ’59 dejó la escuela, como era costumbre no reprochada en aquellos que debían dar una mano en casa. Carnicero, cadete farmacéutico, tornero, lo que fuere por el mango que luego le sobraría. Pero el adolescente Roberto Sánchez no tenía modo de saber que así sería cuando armó su primer dúo de guitarras y voces con su amigo y vecino Enrique Irigoytía. Era casi un juego inscribirse a todos esos concursos de canto en las sociedades de fomento de la zona, en los que le entraba a lo que tenía más a mano: el tango, el rock y el bolero que se oía en casa. Daba lo mismo si lo hacía con El Trío Azul o Los Caribes, siempre detonaba los aplausos con su sonrisa, sus movimientos y su voz. Luego bajaba del escenario y se escondía para poder fumar.
A los 15 se hizo Sandro para su primera grabación, “Comiendo rosquitas calientes en el Puente Alsina”. En esas cintas posiblemente perdidas tal vez se escuchen aún su guitarreo melódico y sus coros. Pero eso no le bastaba y, en el ’62, ya como Los de Fuego, pudo probarse como voz principal. Al año, ya había logrado que el quinteto pasase a llamarse Sandro y Los de Fuego, pero seguía sintiéndose atrapado en las versiones de Elvis, los Beatles y los Rolling Stones.
Inevitablemente, la calidad de lo suyo y la creciente tendencia encabezada por Los Cinco Latinos le abrieron las puertas necesarias para oxigenarse. Y así, habiendo cumplido apenas 18, logró un contrato con una subsidiaria de la CBS para grabar el single “¿A esto le llamas amor?” (Paul Anka), que tuvo a “Eres el demonio disfrazado” (Elvis) de lado B pero ningún éxito. Igual, no frenó. Publicó como pudo “Presentando a Sandro”, con otro cover de Presley (“Bésame pronto“ ), el mismo de Anka, uno de Jimmy Gilmer y la “Polka Rock” de Alejandro Chamica. Tampoco pasó nada, pero tampoco frenó. Cuando el verano del ’64 se extinguía, editó más versiones en “Al calor de Sandro y Los de Fuego”. La CBS le prestó más atención y le consiguió una presentaciones en televisión: primero en “Aquí la juventud” y, luego de decenas de shows a pulmón por todos lados, en los “Sábados circulares” de Pipo Mancera. Y entonces ocurrió.
SANDRO DE ARGENTINA
La beatlemanía se desataba y era el comienzo de la curva descendente en antidepresivos de Elvis. La televisión argentina estaba repleta de figuritas de cartón corrugado y este tornero y carnicero venía a sacudir el cuerpo como un endemoniado. Los muchachos empezaban a imitarlo. Las muchachas comenzaban a desearlo. Y entonces, la bendita Iglesia Católica, o más bien sus seguidores, lograron que lo retiraran de aire por “obsceno”. Mancera se interpuso, so amenaza de dejar acéfalos sus “Sábados circulares”, y el calor de Sandro y Los de Fuego siguió ardiendo.
A sus 20, publicó dos larga duración con más versiones de lo que ya era música popular, el blues y el rock estadounidenses, pero casi se hace añicos su anhelo cuando Los de Fuego se desmembraron. Armó Black Combo con sesionistas de jazz y, a los tumbos, reunió canciones hechas con ambas bandas, algunas otras con la orquesta de Oscar Cardozo Ocampo y presentó “El sorprendente mundo de Sandro”, cuando los Beatles arrancaban “Magycal Mistery Tour”. Allí llegó “Solo sin ti”, su primera composición en colaboración con Oscar Anderle, una dupla que luego cobraría una mística tan grande aquí como la de Lennon-McCartney. Pero para el rock que ya se importaba a duras penas era demasiado pop, para el pop era demasiado “sucio”, para la música en general demasiado “mersa” y para el cine le faltaban unos años.
“Beat latino”, contemporáneo de “Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band” y “Their Satanic Majesty Request”, clausuró su etapa rockera y adelantó, en “Como caja de música”, lo que estaba por venir: esas baladas pasadas por el tamiz del bolero y enchastradas con un poco de rock que lo acercarían al cancionero popular latino. No se deshizo de su amor por el rock & roll y, por esa época, alquiló La Cueva y contrató a Los Gatos como banda permanente. Faltaba un año para que apareciera “La balsa” y todavía le tocaba a Sandro encarnar lo nuevo en su pelvis: sin más chamarras de cuero ni jeans desteñidos, de traje o de pantalón pata de elefante, siempre con el pelo ondulado al viento y las patillas marca registrada enmarcándolo.
En una época en la que el amor libre y la primavera de la Generación de Acuario estaban lejos y el poder de la Iglesia volvía restrictivos no solo al sexo y la provocación sino también a casi cualquier modo de diversión joven, Sandro revolucionó el erotismo en escena. O, al menos aquí, supo crearlo importando el estilo de Elvis y dándole su propia pátina latina y gitana. “Quiero llenarme de tí” fue una de las primeras canciones en simbolizar musicalmente toda esa cadencia, y no en vano le valió ganar el Festival de la Canción de Buenos Aires. Su nombre se instaló definitivamente en las revistas de sociedad, el single llegó a Estados Unidos y, para cuando Sandro publicó el LP “Quiero llenarme de tí”, su nombre era patrimonio popular.
“Porque yo te amo”, “Como lo hice yo” y “Una muchacha y una guitarra”, lanzados en el verano del ’68, lo consolidaron en la industria discográfica. El Festival de Viña del Mar lo recibió ese febrero, lo distinguió con el premio mayor y ya no le costó ir a tocar a Perú, México, Paraguay, Ecuador, Venezuela, Colombia ni Uruguay, tampoco a Centroamérica ni a los EE.UU. “Una muchacha y una guitarra”, el LP, fue lanzado en simultáneo en todo el continente. Se acababa la época de los covers. Después vino “La magia se Sandro” y todo se volvió dantesco.
EL GITANO DE AMÉRICA
Poco más que la década del ’70, con sus umbrales 1969 y 1980, le bastaron para aparecer en una docena de películas y editar 35 álbumes, la mayoría con material original y novedoso, alguna que otra compilación. Logró el primer disco de oro en Estados Unidos, convirtiéndose en el primer latinoamericano en lograr ese reconocimiento de “la industria”. Un productor lo vio gitano y le propuso el nuevo mote, que aceptó en homenaje a su abuelo húngaro. Con los films “Gitano” y “Muchacho” a cuestas, llegó al Madison Square Garden con dos recitales para más de un cuarto de millón de personas, mayormente público propio de la comunidad latina.
Leo Dan, Favio, su ya vecino banfileño Piero, Nino Bravo y José Feliciano, entre otros, fueron encaramándose a la tradición de la balada romántica latina, convirtiéndolo en el género por defecto de la música popular de la región. Así, en el ’71 llegó a meter 60 mil en San Lorenzo. Llegó a Europa, para el Festival de San Remo, fue el primero en adaptar el Luna Park a sitio de conciertos, siguió filmando películas y firmando discos, le dieron la llave de la ciudad de Miami, hizo rebalsar el Maracaná y desapareció de los escenarios argentinos en una gira interminable entre 1973 y 1978, que solo le dejó tiempo para no parar de dar rienda a su pasión por actuar.
Llegó a tener un programa propio al aire, “La hora de Sandro”, todos los sábados. El training en la televisión abierta lo acercó a las telenovelas, incluso a las portorriqueñas. En medio del éxito, Sandro y Oscar Anderle dejaron de trabajar juntos luego de 15 años, y el Gitano se pegó a Rubén Aguilera para componer, primero, “Vengo a ocupar mi lugar”. Volvía la democracia.
Se volvió figura popular y referente para las nuevas generaciones. Llegó al prime-time con “Querido Sandro”, un programa musical que condujo en Canal 13 a principios de los ’90 y que le valió el Martín Fierro en su categoría. Charly García y Pedro Aznar, que tal vez lo recordasen detrás del mostrador en La Cueva, lo invitaron a participar en su disco “Tango 4”, donde le puso voz al “Rompan todo” de los Shakers uruguayos. Celebró sus “30 años de magia” en el Gran Rex, superando a Soda Stereo, la banda de moda, con 18 shows para 60 mil personas. Logró un ACE de Oro a manos de la prensa de espectáculos neoyorquina y, con problemas de salud ya crecientes, siguió festejando sus “35 años de amores y pasiones”, mientras un grupo de nuevas y respetadas bandas del rock latino lo homenajeaban en el compilatorio “Tributo a Sandro”: Bersuit Vergarabat, Attaque 77, Los Fabulosos Cadillacs, Molotov, Aterciopelados.
Cerró la década con el Premio Carlos Gardel de Oro y, a mediados de la pasada, lograría un Grammy Latino por su trayectoria. Los shows empezaron a ser en cuentagotas. No se lo volvió a ver en la gran pantalla y la pequeña sólo lo registró de visita en lo de Susana, Moria, Mirtha.
ATMOSFERA PESADA
El ’92 fue el año “más triste” en la vida de Sandro: murió su madre, le encontraron un eccema pulmonar, no supieron tratarlo y engordó muchísimo, lo que combinado con la disponibilidad escasa de apenas poco más que la décima parte de su capacidad pulmonar y los entre 40 y 80 cigarrillos que consumía por día se convertía en un peligro latente. Lo dejó, pero ya habían sido 35 años, más que con cualquier otro compañero. El mismo tiempo que con la música.
En el ’97 se le diagnosticó un enfisema pulmonar que lo paseó por salas de terapia intensiva y convirtió las habitaciones vacías de su mansión en uno de esos depósitos farmacéuticos donde soñó todo lo que pasó entremedio. En su casa, sobraban los broncodilatadores, comprimidos y, años después, serían siempre pocos los tubos de oxígeno. Siempre menos que las “nenas” que cada 19 de agosto volvían a reunirse allí, sobre esa vereda de Banfield, a 20 metros de la avenida Hipólito Irigoyen, para ponerle color a una zona gris y desolada, pero siempre emocionante de andar con un ajeno al barrio: “¿Ves ese paredón? Ahí vive Sandro”.
Hace dos años, el Incucai lo puso en lista de espera para un doble transplante cardiopulmonar que recién llegó el 20 de noviembre del año pasado. Volvió a tener presencia constantemente en los medios, como en su época dorada, pero sin que su aparición allí despertase alegría. Los partes médicos destaban siempre su buen humor, contaban qué había comido y aseguraban que su evolución clínica era prácticamente óptima. Bueno, eso dejó de ser así ayer y debió recibir dos intervenciones de urgencia para controlar una afección respiratoria devenida en infección generalizada. No pudo completar las críticas primeras 48 horas y súbitamente, a las 20.40 de ayer, la atmósfera pesada pronto se tornó y toda América se largó a llorar.
LP-AFD
AUNO-05-01-10
locales@auno.org.ar