La memoria del genocidio armenio, una cuenta pendiente

A 94 años del comienzo simbólico de la matanza del pueblo armenio, un plan sistemático de exterminio que se extendió entre 1915 y 1923, sólo 22 países reconocieron el crimen de 1,5 millón de personas por parte del Estado turco, que mantiene una política negacionista. Todavía hay cuentas pendientes con una comunidad despojada de su tierra natal.

Fue la antesala del Holocausto judío perpetrado por el nazismo durante la segunda guerra mundial. Fue uno de los hechos más sangrientos de la historia contemporánea. Fue un exterminio jamás reconocido oficialmente. Pero nunca fue castigado. Sin embargo, aunque distintos sectores lo sigan negando, tanto Turquía como la mayoría de los países, el Genocidio Armenio se sigue recordando. Por eso es que a 94 años de la masacre de poco más de un millón y medio de personas de esa comunidad, se conmemorará y homenajeará al pueblo armenio en el marco de la jornada nacional de Acción por la Tolerancia y Respeto entre los Pueblos.

Quizá suene a poco memorar, cuando lo que se intenta mantener latente es el “primer genocidio del siglo XX”. Una definición que se le ocurrió al polaco Raphael Lemkin, experto en derecho internacional para nombrar la masacre del pueblo armenio porque las lenguas universales no alcanzaban para describir tanto horror. Un plan sistemático de exterminio que comenzó en 1915 y se extendió hasta 1923. Los culpables: los “Jóvenes Turcos”, como se conocía popularmente al partido de Unión y Progreso del Estado de Turquía. Lo demás, está a la vista, es historia conocida.

Las excusas de los verdugos no fueron tantas como sus crímenes. Y el exterminio, planificado y ejecutado con premeditación y alevosía, tuvo un propósito específico: los turcos debían apropiarse del territorio de la República de armenia, pero sin armenios. A campo arrasado. Con la meta de expandir sus dominios hasta las orillas del mar Caspio, ubicado entre Europa y Asia, para apoderarse de yacimientos petrolíferos y plantarse ante el mundo como el más fuerte entre los países musulmanes.

Así, desde la madrugada del 24 de abril de 1915, casi 800 intelectuales, religiosos, profesionales y notables ciudadanos de origen armenio fueron despojados de sus hogares bajo arresto, e inmediatamente deportados hacia el interior del Imperio Otomano. Fue el origen de la matanza. Luego se ordenó acribillar a los hombres en edad militar, que previamente habían sido llamados bajo bandera. El resto de la población quedó sin posibilidades de defensa y comenzó la “deportación letal” hacia de los desiertos de Mesopotamia.

En esas grandes extensiones desoladas, parte de la población armenia era obligada caminar días y noches sin parar hasta que moría de hambre o sed. Horrorosas imágenes de hombres y mujeres que eran sólo piel y hueso. Mientras otro millar de armenios era masacrado metódicamente a lo largo y ancho del Imperio Otomano. Un plan que tuvo su sustento en la idea siniestra “solución final”, concepto que Adolf Hitler volvería a utilizar para exterminar a los judíos.

Por lo tanto se puede sostener que casos testigos sobran, tal como la tremenda secuencia que no se podrá olvidar, cuando el mismo líder del Führer le preguntó a sus generales en 1939: “Después de todo, ¿quién se acuerda de los armenios?”, tratando de justificar su plan sistemático de exterminio. No obstante, hasta hoy Turquía lo niega. No admite que se trató de un genocidio, argumentando que las muertes ocurrieron no por un plan de aniquilación dispuesto por el Estado, sino por luchas interétnicas, enfermedades y el hambre durante la Primera Guerra Mundial.

Tal es así que a lo largo del siglo XX, el Estado turco se encargó de mantener engranada su maquinaria del olvido, por todas las vías posibles. A la muerte física, se le sumó entonces la muerte simbólica, como una especie de “aquí no ha ocurrido nada, no hay nada que transmitir”. Y se araron cementerios, impusieron leyes totalitarias llevando el negacionismo al extremo. No había que dejar rastros.

De todas maneras, el genocidio quedó en la historia y fue tomado por las instituciones internacionales. Aunque sólo 22 países democráticos, entre ellos Argentina, lo reconocieron oficialmente. Fue en 2000 cuando intelectuales y estudiosos del holocausto judío exhortaron a dejar de lado el “negacionismo”. Los turcos fueron moralmente condenados, pero nunca castigados por la comunidad internacional, en referencia a los territorios que usurparon y nunca devolvieron. Como si pudiesen vivir con total impunidad.

Podría preguntarse si vale la pena seguir reclamando por ellas después de 94 años, después de tantas luchas, después de tantos silencios. La respuesta inmediata que surgiría es “claro”. Pese a que la mayor parte los armenios haya echado raíces en otros lugares, los derechos individuales y los derechos humanos les permiten esa oportunidad. Y más que eso es una deuda, que va de la mano en conjunto con la búsqueda de verdad y justicia.

Algo a lo que se intenta contribuir en Argentina con la reciente ley 26.199 de Reconocimiento del Genocidio Armenio, sancionada por el Congreso de la Nación el 13 de diciembre de 2006. Que además instituye el 24 de abril como “Día de acción por la Tolerancia y respeto entre los pueblos”. Un aniversario para renovar un compromiso, que a veces queda en el olvido. Para refrescar metas y para asegurarse que la injusticia y la impunidad no se hagan costumbre.

NS-AFD
AUNO-23-04-09
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