El mundo se encuentra golpeado por el avance incesante del coronavirus, que además de llevarse la vida de miles de personas, ha debilitado las economías a un nivel que va camino a superar la crisis de 1930. En este contexto, los trabajadores sanitarios llevan a cabo una lucha intensa dentro los hospitales como así también en el terreno psicológico, con niveles de estrés y angustia, y al mismo tiempo, deben lidiar con la mirada crítica de un sector de la sociedad que, lejos de los aplausos, parece excluirlos.
Según el portal de la Universidad Johns Hopkins de los Estados Unidos, la pandemia se cobró la vida de más de 220.000 personas, en tanto que la cifra de contagiados ya supera los tres millones. Dentro de este panorama desolador, el personal sanitario en su conjunto, y en especial el que se encuentra en la primera línea de batalla-médicos, infectólogos, técnicos en laboratorio, enfermeros, entre otros-se encuentra expuesto no solo al virus, sino a una carga emocional que supera con amplitud los niveles tradicionales.
En la Argentina, las medidas adoptadas por el Gobierno nacional han evitado, por el momento, el colapso del sistema sanitario y el crecimiento desmedido de la curva de contagios. Sin embargo, las imágenes que llegan de diferentes países, junto a la sobrecarga laboral y el temor sobre lo desconocido, han comenzado a alertar sobre los efectos negativos en muchos trabajadores de la salud.
De hecho, la Subsecretaría de Salud Mental, Consumos Problemáticos y Violencias en el ámbito de la Salud Pública, del Ministerio de Salud bomaerense, publicó un documento con una serie de recomendaciones orientadas a la población, y en donde resalta además la necesidad de acompañar a los equipos de salud que se ven afectados por la sobreexigencia del trabajo inherente a la situación de emergencia sanitaria.
“Esto puede producir tensiones y malestar que es necesario acompañar habilitando espacios de contención y reflexión que faciliten expresar la angustia, el miedo, el enojo, los temores, las vivencias de la impotencia y también omnipotencia que surjan en este proceso”, reza una parte del comunicado.
El efecto psicológico de la pandemia
La gestión de gran cantidad de pacientes con emociones negativas, el agotamiento físico y mental, el temor de contagiar a familiares, junto a los extremos cuidados con los que deben convivir los trabajadores sanitarios, son algunos factores que, según los especialistas, pueden llevar a niveles elevados de estrés, y cuando esta tensión emocional se mantiene en el tiempo pueden aparecer efectos perjudiciales sobre la salud.
María Rosa Guerra es médica clínica e infectóloga, y trabaja tanto en el Sanatorio Modelo Burzaco como en la Clínica Colón de Rafael Calzada. Además, es docente titular de la cátedra de Infectología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Sus 30 años de trayectoria la hacen estar “tranquila a la hora de actuar”, situación que sin embargo no se replica en muchos de sus compañeros.
“Tengo colegas que si bien no han enfermado de covid-19 comienzan a mostrar signos elevados de estrés. Yo soy una persona involucrada con mi profesión, la cual adoro, pero uno ve que sus compañeros empiezan a flaquear, y la realidad es que no todos están preparados para afrontar una pandemia”, afirmó.
En ese sentido, puso énfasis en cómo las precauciones han debido multiplicarse por encima de los cuidados tradicionales, ya no sólo por una cuestión sanitaria propia, sino para evitar un contagio hacia el resto de los compañeros, lo cual eleva al máximo los niveles de tensión y angustia.
Un trabajador que se contagia genera que caiga todo el equipo de trabajo, ya que si cae el médico lo hace también el radiólogo, el kinesiólogo respiratorio, el enfermero, «de manera que se procede a un aislamiento obligatorio del personal que diezma la población de atención del centro». «Se produce un colapso por falta de recurso humano capacitado, ya que no cualquiera está preparado para atender covid-19, lo cual genera así una tensión extra ya que el margen de error es muy limitado”, explicó.
El nivel de agobio con el que trabaja el personal de salud en estas circunstancias es mayor al habitual, y una causa de ello es el temor por cometer un error involuntario que le pueda costar la vida a un paciente. Sandra Gil, médica clínica del Hospital Oñativia, realiza también cuidados paliativos en pacientes terminales.
En relación a la carga emocional con la que debe luchar, manifestó: “En mi caso hago internaciones domiciliarias, no puedo abandonar a mis pacientes, y existe un plus que está ligado a no llevarle otra complicación, en especial por su estado de fragilidad”.
Además, señaló una diferencia con respecto al médico europeo, y la cantidad de horas de trabajo de uno y otro: “Es muy raro que un médico allá tenga más de un trabajo, mientras que acá el argentino es raro que tenga solo uno». «Eso marca ya una enorme diferencia en cuanto a la exposición que tenemos, entonces si a la carga laboral con 24 horas de guardia en casos como el mío le sumamos la tensión que tenemos en estos momentos, el cuidado excesivo por cómo protegernos y demás, se genera un desgaste mucho mayor”, reflexionó.
Eugenia de Pedro, tocoginecóloga del Hospital Oñativia y que trabaja en el área de salud del municipio de Almirante Brown, coincide en este punto: “Si bien no estoy desbordada, hay colegas que están muy estresados y se debe a que los profesionales de la salud solemos tener varios trabajos. En esta pandemia hay muchos casos asintomáticos, por lo que se deben extremar al máximo los cuidados ya que uno, por su profesión y tránsito diario, puede ser portador del virus sin saberlo. Eso genera un grado de nerviosismo mayor”.
Al mismo tiempo, está la necesidad de contener y acompañar al paciente, aunque la necesidad de evitar un nivel alto de exposición lleva a tomar ciertas precauciones: “Antes de ingresar a la habitación me interiorizo bien, consulto si hubo picos de fiebre o no, pero una vez que ingreso con mi equipo de protección trato de que la consulta sea un poco más corta de lo habitual”, explicó Gil.
La tensión excede el ámbito laboral, ya que al verse alterado el ritmo de vida habitual se dan otros problemas: “Tengo una hija de 14 y un hijo de 11 que no tienen quién los cuide en este contexto porque mi marido también es médico y ambos trabajamos. El otro día llegue a casa y vi que mi hija en su intento por calentarse la comida cerró mal la llave de la hornalla; me puse a llorar, porque pudo haber ocurrido una tragedia», narró. Y subrayó: «Uno está con el stress de su trabajo y pendiente del teléfono por si ocurre algún incidente doméstico, del que nadie está exento».
La mirada del otro
Mientras en la Argentina el fenómeno de los aplausos encontró eco en determinados sectores, hay otros que ostentan una actitud reprochable hacia distintos trabajadores sanitarios, por miedo a contagios. Esta desconfianza se traduce en situaciones diarias.
“Mi padre se enfermó hace poco, está internado pero pronto volverá a su hogar, y si bien he hablado con tres personas para que lo puedan cuidar la realidad es que por un motivo u otro ninguna aceptó. El hecho de ser un matrimonio de médicos les da temor, de manera que si bien por un lado, hay reconocimiento hacia el profesional de la salud, si se lo puede tener lejos mejor”, manifestó la doctora del Hospital Oñativia.
Resulta inevitable en este punto pasar por alto la desagradable situación acontecida en el barrio porteño de Belgrano, donde una médica que trabaja en el Hospital de Vicente López recibió en su departamento una carta intimidante firmada por sus vecinos, lejos de manifestar apoyo por su labor, sino más bien repudio.
El despreciable hecho no fue un caso aislado. En barrio norte, un urólogo que ejerce su labor en el Hospital Durand llegó a su hogar y encontró un mensaje debajo de la puerta que decía “Buscate otro lugar para vivir. Ponés en riesgo la vida de todos acá, decidís vos o decido yo”. Ya no se trata sólo de lidiar con las tensiones del trabajo, ni con el temor de evitar contagiar a otros, sino también de tolerar la mirada condenatoria de ciertos sectores.
En este sentido, Guerra resalta la importancia de la comunicación por parte de los profesionales: “Por lo general la gente acepta cuando uno les explica las normativas e indicaciones médicas, son pocos los rebeldes que no lo hacen. Es parte de la labor profesional saber explicar y manejar las tensiones con las familias”.
Sin embargo, alertó sobre el componente emocional que atraviesan los trabajadores sanitarios en este contexto pandémico: “No se trata de ser mejor o peor profesional, todos están preparados, pero los médicos no somos extraterrestres que caemos dentro de un guardapolvo, somos seres humanos, y en lugar de acusarlos, hay que buscar una mayor comprensión”.
Ludwing Wittgenstein, filósofo que combatió en la primera Guerra Mundial, afirmó que “lo que no se puede decir, no se puede callar”. Quizás esta frase alcance para comprender que detrás de todo profesional sanitario hay una persona con sus temores y aflicciones, y que este proceso histórico, que sin dudas marcará un antes y un después, no necesita de actos repudiables ni excluyentes.
AUNO-05-05-20
FC-SAM
Maria de los Angeles Minatel dice:
Excelente nota. Muy cuidada y mostrando la realidad de lo que está ocurriendo en Argentina con muchos profesionales. Muchas gracias. Soy medica de cuidados paliativos y me siento muy identificada con todo lo que se dice. Trabajo en un Hospital Nacional y en la Asociacion Argentina de Medicina y Cuidados Paliativos