La rubia, pequeña, adolescente, con cortos de jean desflecados y musculosa clara se lleva la mayor parte de los piropos, y su amiga se sonroja igual que ella. Le seguirán más cabelleras claras, más remeras y tops ajustados, y todo en apenas una veintena de minutos, el tiempo que se toma la tarde para despedir la fase vespertina de la segunda jornada de acampe que realiza más de un centenar de recolectores de Esteban Echeverría (por ahora empleados de Covelia S.A.). Así también comenzó el relevo de varios por los que habitualmente recorren las calles durante la noche recogiendo bolsitas y escobando el cordón de las veredas.
Se quedaron unos treinta, los suficientes para controlar que nada le suceda a los camiones que están estacionados en los cuatro vértices que forman la manzana de Sofía Terrero Santamarina, la calle donde se erige el palacio municipal y la plaza Bartolomé Mitre, la principal de Monte Grade. Ninguno de ellos pasa los 50 años, y se quedaron los suficientes como para hacer sentir que el reclamo va en serio.
Lo que no están seguro de que sea lo necesario es el alimento: la olla popular —el cronista se equivoca y se deja llevar por el eufemismo también popular, ya que se trata en realidad de una sartén— sofrita trozos de zanahoria y tajadas en juliana de cebollas, ajíes verdes y rojo, más algunos daditos de tomate. En fin, la cena.
Como en el convoy de los viejos films del género western, el transporte —otrora caballos, hoy casi una quincena de camiones Ford— rodea en forma de caravana a los comensales aunados ante los maderos crepitantes que hacen las veces de fogón y calientan la cena. Intercambian anécdotas de viajes, de mujeres y de otras yerbas, pero también de otras luchas sindicales.
GRD-AFD
AUNO-02-02-08
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