Vecina e historiadora de Esteban Echeverría, Liliana Matheu prefiere definirse como “divulgadora de historias”. Recuerda las celebraciones de carnaval en Monte Grande a través del tiempo, como en los años setenta, cuando el corso de la calle Alem recobró vida a partir de que comparsas de localidades vecinas como los “Mimosos de Burzaco”, los “Corazones Luminosos de Longchamps” y los “Rebeldes de Glew” fueran convocadas, además de figuras de Titanes en el ring.
Coautora del libro Crónicas del siglo, que incluye un punto de vista sobre este fenómeno, Matheu describió que, a partir de 1912, el carnaval era “uno de los pocos momentos de esparcimiento que tenía la gente en el ámbito público, en las calles.”
La historiadora se desempeñó como secretaria de Cultura del municipio en 1988 y desde hace pocos años dedica su tiempo a desplegar su mayor pasión: investigar y escribir sobre la historia local para recuperar, como premisa fundamental, la identidad echeverriana, bonaerense y nacional.
Durante unas cuantas décadas se dedicó a la enseñanza en varios colegios secundarios de su localidad, además de ser formadora de docentes de nivel terciario en la materia que la constituye, la historia. Escribió junto a una colega, Silvia Cebreiro, Crónicas de un siglo, libro acerca del acontecer durante cien años en su pago chico.
Sus páginas dan protagonismo a las voces que habían sido omitidas, testimonios de habitantes anónimos que con su actividad cotidiana sostienen el crecimiento de la comunidad. Un relato rico en vivencias, datos y contexto histórico que sobrepasa las fronteras de su distrito de nacimiento. Una grata narración de los carnavales de antaño y una perlita que no se agota en anécdotas, sino que profundiza en los porqués laberínticos de la historia.
-¿Qué es lo que moviliza su actividad, su tarea?
-El gusto por difundir. No sólo difundir sino convocar a pensar con espíritu crítico todas las cuestiones que tienen que ver con el devenir de nuestro país metido en un mundo en permanente cambio y de mi localidad metida en ese país también en permanente cambio. Ese es un poco el perfil de mi tarea y de mi vocación.
-¿Cómo se actualizan esos conocimientos y su difusión?
-Nosotras tenemos una página en Facebook que se llama “Haciendo Historia en Esteban Echeverría”, que sigue los lineamientos de una obra que escribimos con la profesora de historia e historiadora, Silvia Cebreiro, en 2013, a raíz de que nuestro distrito cumplía 100 años de vida institucional, editado gracias al auspicio municipal. Crónicas de un siglo atraviesa aquello que pasaba en lo local desde 1913 hasta 2013.
-¿Qué sucedió después de la publicación de Crónicas de un siglo?
-La obra nos permitió dar charlas con la asistencia de numeroso público. Por ello pensamos que más allá de esos encuentros muy positivos era conveniente tener dentro de una de las redes sociales como Facebook, un espacio para transmitir ya no un contenido tan extendido como podía ser contar la historia de un siglo sino tomar momentos del devenir actual relacionándolos con los que se vivieron en el distrito en diferentes momentos, por ejemplo, el tema de los carnavales.
-¿Qué podría relatar de los carnavales en Monte Grande, por ejemplo?
-Soy una ciudadana montegrandense al igual que mis padres, así que tengo memoria propia y memoria de la tradición oral de lo que habían sido los carnavales. También he tenido ocasión de leer la valiosísima colección de diarios La Voz del Pueblo que atesora el municipio, donde aparecen imágenes y relatos.
-¿Cuándo se producen los primeros corsos en Monte Grande?
-Por lo que pude registrar recién en 1912 empezaron a hacerse los corsos. Todavía eran calles de tierra donde circulaban carruajes. No hay fotos de esa época. Lo nuestro era muy paisano, muy pueblerino. Monte Grande como cabecera de distrito comenzó siendo un pueblo rural y lo que hemos podido recopilar es que la gente que tenía posibilidades de salir a pasear era la que veraneaba ocasionalmente en Esteban Echeverría, los dueños de las casas quintas y de las estanzuelas como las de las familias de los fundadores de nuestro partido, que se iban en sus carruajes lujosos a Adrogué, al famoso hotel Las Delicias, o a Lomas de Zamora. En cambio acá, el paisanaje, no tenía mucho más que los boliches donde se podía encontrar para disfrutar de bailes o de juegos. Más adelante, en la Sociedad Italiana, que fue una de las primeras entidades que surgieron en la localidad, hubo bailes de carnaval donde se mezclaban un poco más las distintas clases sociales.
– ¿Y los festejos de carnaval en las calles?
-Fue pasando el tiempo y por las décadas del ’40 y ’50 eran furor los corsos de la avenida Leandro N. Alem, la calle más transitada, comercial y la que más fue cambiando de fisonomía a lo largo de los años. Había ocurrido un cambio social importante en el país que también se nota en nuestra localidad. Ya no era esa gente del patriciado de los orígenes la que vestía a sus hijos con tanta galanura. Era la gente del pueblo, los trabajadores, que en ese momento tenían una mejor condición económica por lo que se veían disfraces muy elaborados en los palcos atestados de chicos y chicas que rodeaban la avenida Alem cuando se hacía el corso. Después las cosas fueron cambiando y se hicieron más habituales los festejos en las calles, los bailes en los clubes sociales que empezaron a surgir a partir de los ´40. Los más famosos, sin querer olvidarme de ninguno, fueron el Club Jornada, el Club Atlético y el Club Echeverría. En el Jornada se hacía el baile infantil con certámenes para los mejores disfraces. Puedo dar testimonio de ello porque fui una de esas niñas que participaba con otros vecinitos de las danzas festivas y del uso de trajes muy elaborados.
– ¿Dónde se producían los famosos bailes de carnaval más populares?
-En el Club Atlético, entrada la década del ´60. Eran típicos bailes para la juventud donde se presentaban figuras nacionales e internacionales del mundo de la música como Sandro o Joan Manuel Serrat. Ya no era el tema del disfraz sino el encuentro de la juventud para bailar y escuchar música. También en los ´70, el corso en la calle Alem recobró vida cuando empezaron a acudir comparsas de localidades vecinas. Recuerdo a los “Mimosos de Burzaco”, los “Corazones Luminosos de Longchamps” y los “Rebeldes de Glew” como algunas de las que venían. Un dato curioso: comenzamos a ver travestis en estos corsos, vestidos como vedettes de la revista porteña que tenían un atavío digno de mencionar. Generaban mucho interés por parte del público y también muchas discusiones porque había una mojigatería en nuestra sociedad de aquellos años que generaba controversias, por ejemplo, con el párroco que decía que era “un espectáculo nocivo para los niños y los jóvenes”. Este tipo de cosas nos resultan “pintorescas” si las vemos desde nuestra perspectiva actual.
-¿Cómo continúan los corsos?
-Pasó algo en la historia local que no se puede entender si no se entiende lo que está pasando en el resto del país y en el mundo. Allá por los años ´73 y ´74 ocurrió la crisis del petróleo. Los Países Árabes se habían organizado en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que regulaba el precio del petróleo por lo que los países que no se autoabastecían empezaron a tener problemas energéticos. El presidente argentino entonces era Juan Domingo Perón en su tercera presidencia y dijo entonces que había que ahorrar energía. Por entonces, el intendente local Oscar Alberto Blanco dictó una disposición por la cual en Esteban Echeverría no habría más corsos porque “había que ahorrar energía”. Este corte drástico anticipó lo que vendría años después.
-¿Qué sucedió con los carnavales durante la dictadura?
-A partir de 1976, el país cayó bajo las garras de la sangrienta dictadura y todo lo que tenía que ver con reuniones públicas, sobre todo de carácter festivo, desapareció, y disminuyeron notablemente las expresiones de la cultura popular. El gobierno militar eliminó del calendario los feriados de lunes y martes de carnaval. De ahí en más las cosas fueron cambiando notablemente y aún en la recuperación democrática el festejo de los carnavales nunca volvió a tener la potencia que había tenido. Aquello del corso como posibilidad de encontrarse, festejar y animarse con disfraces y juegos con agua fue perdiendo su significado.
-El Festival de la Alegría, de Esteban Echeverría, que se realizó en estos días, o el Paseo Dorrego por ejemplo… ¿serán entonces una proyección de esas expresiones aplacadas en el tiempo?
-Sí, el Festival de la Alegría aporta el carácter festivo que deben tener los espacios públicos. Es muy importante recuperar la calle para el festejo comunitario.
AUNO-24-02-2020
MTR-MDY
Maria Marta dice:
Me encantó el relato. Me llevo a mi infancia, los disfraces, los pomos de agua y las pizzetas en Alem. Y me volvió a mostrar lo intrincado de la historia popular, familiar con la realidad política, social y económica de nuestro país y del mundo. Gracias!
Florencia dice:
Hola!
Armando dice:
Muy buena nota y muy buen recuerdo aquellos bailes de carnavales en el club Atletico y en la Sociedad Italiana.
Respecto al corso de la avenida Alem , recuerdo mi participación con los primeros habitantes de Canning , por aquella epoca un caserio , de los suburbios de Monte Grande , en que nos agrupabamos para viajar sobre la caja de camiones cargados de baldes de agua en actitudes mas belicosas que fraternas , de manera de hacer notar nuestra presencia.
Asi como los Vikingos tan mal no nos fue.
Un abrazo Armando