Lomas de Zamora, set 16 (AUNO) – El peronismo, desde su nacimiento, fue sujeto de la literatura argentina y de otros países. Entre los textos que comprenden ese fenómeno político y entre quienes lo atacaron se cuentan por centenares. Poesías, cuentos y novelas tienen al peronismo como protagonista fundamental.
“Las épicas lluvias de setiembre” es la metáfora que ese escritor porteño utilizó para celebrar el golpe de Estado del 16 de setiembre de 1955 a manos de la contrarrevolución fusiladora.
Borges dedicó varios escritos en las que se refiere al peronismo de uno u otro modo. A veces en forma explícita y sin tantas metáforas y en otros está apenas aludido. El tema está en ‘La muralla y los libros’, ‘Página para recordar al coronel Suárez, vencedor en Junín’,‘La redención’; La fiesta del monstruo, El gremialista y La sierva (escritos junto a Adolfo Bioy Casares); y en ‘La ceguera’, ‘El Puñal’, ‘El simulacro’, ‘Sarmiento’, ‘Otro poema de los dones’, ‘Buenos Aire’ y Ragnarök’, entre otros.
Aquí leeremos otro de los poemas dedicados a celebrar la derrota del peronismo a manos del golpe del 55. Se trata de un puñado de versos que incluyó en su libro El Hacedor (1960) y que tituló: ‘Mil novecientos veintitantos’.
Confiesa amargamente en ese poema: “La rueda de los astros no es infinita /y el tigre es una de las formas que vuelven/pero nosotros nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto, /el tiempo en el que nada puede ocurrir. / El Universo, el trágico universo, no estaba aquí / fuerza era buscarlo en los ayeres; / yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos y Ricardo pensaba en sus reseros”.
“No sabíamos que el porvenir encerraba el rayo, /no presentimos el oprobio, el incendio y la tremenda noche de la Alianza; /Nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las calles, la historia, la indignación, el amor, / las muchedumbres como el mar, el nombre de Córdoba, / el sabor de lo real y de lo indecible, el horror y la gloria”.
Examinaremos esos versos. Dice que vivían desterrados a un tiempo cansado en que ya no ocurriría nada, como reclama su ideología, “el tiempo en el que nada puede ocurrir”. Lo deja expuesto claramente. Se trata de la opción por el orden y la calma sociales. Muy propio del nativismo y ajustado a las necesidades del poder económico.
Entonces, si bien se refiere a lo que le pasaba en la década aludida en el título de los versos, cuando dice “nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto” tiene un correlato, o al menos eso intenta postular, con el siglo XIX, con los esclavos y aguateros; a los tiempos sosegados anteriores a cualquier ruido que suelen ser pretéritos a todo y que muchas veces hasta es posible que no tengan una fecha precisa.
En Borges, es clave su petición por los tiempos anteriores a las revoluciones, a las Guerras de la Independencia, a las Montoneras o anteriores a la irrupción del peronismo.
En el plano simbólico se corresponde con la construcción ficcional de un tiempo estanciero-saladeril y sosegado, que en la realidad suele ser desordenado, bullicioso y cargado de violencia hacia, por lo general, los de abajo.
Porque si bien la historia humana de aquí y de allá nada tiene de sosegada, el escritor de las circularidades opta por la sublimación de la historia del siglo XIX en vez de la historia argentina que echa a andar por las calles, sea la de ayer o de la hoy.
Ese pequeño poema que no llega a los veinte versos está perfectamente delimitado por dos tiempos históricos. Encontramos, como en otras composiciones, el procedimiento de la brevedad para abarcar dos siglos de historia argentina.
Vivía en un tiempo en el que el trágico universo no estaba. Es decir, nada ocurría en su ficción cachacienta, que se daba de patadas con la violenta realidad política, social, laboral y sindical de los tiempos en que le tocó vivir y especialmente con la que convivió en la década del veinte, que es cuando empieza a publicar. Ello no significa que los tiempos que lo esperaban fueren sosegados.
Entonces, por un lado están los ayeres en que en nada parecería ocurrir, cuando él comenzó a escribir sobre tapias y cuchillos y Guiraldes escribió Don Segundo Sombra, novela en que el gaucho está totalmente entregado al trabajo de estancia.
Tapias y cuchillos no alcanzan para detener el oprobio
Sin embargo, el tiempo que alude el título del poema era con olor a inmigrantes y a pólvora; con movilizaciones por las calles, totalmente electrizante; con represión, fusilamientos y después, a la vuelta de la esquina, otro golpes de Estado. Por eso urde una mitología de tapias y cuchillos que es una manera nativista de huir de la realidad.
El hombre que creía saber su destino admite que no sabía lo que le deparaba. Lo que le deparaba a su clase social. Porque cuando escribe “nos creíamos”, “no sabíamos” o “nada nos dijo”, ese nosotros, es el inclusivo que incluye a su sector mandón que entró en espanto. Se acabó lo infinito y el azar; les cayó un rayo y llegó el incendio y el oprobio. Con Jauretche aprendimos que lo que para la clase pastoril oligárquica y sus voceros es oprobio, para el pueblo es felicidad.
Con amargura escribe: “Nada nos dijo que la historia argentina echaría a andar por las calles, la historia, la indignación, el amor”. Claramente que lo que echa andar por las calles corresponde a la aparición del peronismo.
Mientras que la “indignación y el amor” le corresponde a la clase social aquí señalada con un ‘nosotros’. Se podría reescribir aquel verso de su propio poema ‘Buenos Aires’: “No nos une el amor, sino el espanto”. Quedaría de la siguiente manera: “Nos nos une el amor sino la indignación” o: “Nos une la indignación y el amor” frente al Otro que anda por las calles.
Podríamos seguir con las reelaboraciones: “Nada nos dijo que la historia argentina metería las patas en la fuente”, que se traduce metafóricamente como: “Las muchedumbres como el mar”.
Son como el mar porque se mueven, porque el mar a veces se mueve suavemente y otras veces en forma violenta, te arroja a las orillas o te mete más adentro. Hasta allí los versos alusivos al peronismo.
Luego utiliza apenas cuatro palabras para aludir a la fenecida ‘revolución libertadora’. Porque ante “las muchedumbre como el mar” opone “el nombre de Córdoba”, epicentro de la reacción oligárquica del 55.
El último verso, como el penúltimo, tiene en la primera mitad otra referencia al peronismo que para nuestro escritor posee “el sabor de lo real y de lo increíble, el horror”. Si no fuera por “el horror” eso tiene un eco cercano a una publicidad de gaseosa. Y culmina: “y la gloria”, que es el golpe del 55, hecho por el que lagrimea de satisfacción.
Es algo así como el horror a la deconstrucción de su ‘realidad’. Como si se le habrían acabado las ganas de tomar distancia irónica del mundo de la experiencia de lo real.
AUNO 16-09-13
HRC