Murió el dictador, ellos no

Una semblanza de cuatro estudiantes de la UNLZ que fueron desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar argentina. “Moncho” Pérez, Julio Molina, Pablo Musso y el “Gallego” Fernández en el recuerdo de familiares y ex compañeros.

Julieta Romero

Lomas de Zamora, 15 mayo (AUNO).- Los estudiantes de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) “Moncho” Pérez, Julio Molina, Pablo Musso y el “Gallego” Fernández fueron referentes políticos de diferentes partidos desde 1973, que al luchar por una universidad con más acceso a la comunidad y militar políticamente fueron desaparecidos por el gobierno de facto del fallecido dictador Jorge Rafael Videla. Un breve repaso de sus vidas en la voz de familiares y compañeros.

MONCHO PÉREZ
El militante comunista Ramón “Moncho” Pérez, al momento de su desaparición, el 9 de noviembre de 1976, era presidente del Centro de Estudiantes de la facultad de Administración de Empresas en la UNLZ, uno de los “mejores alumnos” y una figura clave de la resistencia estudiantil lomense a la intervención de la universidad.

Su hermano, Alberto Pérez, aseguró a AUNO que “Moncho” era “muy reservado” respecto a lo que pasaba en la facultad y también contó durante dictadura, cuando se juntaban los domingo en la casa de sus padres, “no hablaban de lo que hacían ni dejaban de hacer” durante la semana porque “no querían que nada le pasara al otro”.

A pesar de ser comunista, Ramón impulsó junto a Julio Molina y Pablo Musso, dos militantes peronistas vinculados con Montoneros, la Federación Universitaria de Lomas de Zamora (FULZ) porque “planteaba que la lucha debía darse junto con otros sectores” políticos. Por esto lo echaron de la Juventud Comunista.

“Los dirigentes eran Julio y ‘Moncho’. Ellos tenían la habilidad de poder aunar los esfuerzos por una facultad democrática con más participación para todos. Las asambleas eran multitudinarias. Eran personas valerosas con ideales claros que se jugaban por ellos y la participación era del conjunto de los estudiantes”, rememoró a esta agencia la militante del partido Comunista y estudiante de periodismo de la UNLZ Genoveva Ares.

Al haberse fundado en 1972, la UNLZ era de las más nuevas en esa época, fue la última en ser intervenida durante el gobierno de Isabel Perón y, por lo tanto, la última en mantener en su cargo a Julio Raffo, un rector elegido por alumnos, docentes y ex alumnos, quien fue reemplazado.

Desde la FULZ, Moncho participó activamente de la resistencia a la intervención de la universidad con la toma del rectorado en 1975, que se encontraba sobre la avenida Hipólito Irigoyen, cerca del colegio Mentruyt en Banfield, donde funcionaba la UNLZ antes de tener el campus en camino de Cintura y donde fue asesinado Hugo Hansen, el 30 de marzo de 1974.

Por otra parte, Alberto describió a Ramón como una “muy buena persona” que “ayudaba a sus compañeros a estudiar y a capacitarse”, ya que “hablaba mucho de política y les enseñaba”. Destacó, además, que Moncho era “muy buen hermano” y que ambos padecían “hermatitis”.

Moncho, además de militar, trabaja en la oficina comercial de la embajada de Cuba, cosa que antes del golpe militar del 1976 ya estaba “mal visto”, aunque a él “le encantaba” porque ahí “estaba en su salsa”, reseñó su Alberto.

En 1976, Ramón tenía 28 años y un hijo de seis con el que vivía junto a su esposa. “Varias veces, grupos de oficiales lo habían seguido hasta su casa a la salida de la facultad y él zafó porque llevaba las llaves encima y corrió hasta la puerta”, explicó su hermano.

En 9 de noviembre de ese año, un grupo de tareas irrumpió en su casa a la madrugada y se lo llevaron. “Moncho está desaparecido porque sabía que su casa estaba siendo vigilada se quedó para que no le pase nada a su hijo. Su compromiso era con su familia, como persona”, destacó Ares.

Pérez rememoró que el día anterior a la desaparición, “Moncho” fue a visitarlo para prevenirlo de que “se cuidara”, “que estaban viviendo momentos malos”.

“Moncho dijo que prefirió quedarse. Es difícil tomar una determinación cuando sabés lo que te puede pasar. Yo también era militante comunista y pensaba que no me iban a llevar, pero realmente estaban buscando a todos los que se oponían. Empecé a presionar por la libertad de él. Para que supiesen que no era alguien que pasó desapercibido. Lamentablemente no se pudo hacer nada los compañeros tenían miedo y había mucha represión”, rememoró.

JULIO MOLINA
El primer presidente de la FULZ fue Julio Molina, un militante peronista que no sólo luchó en la toma del Rectorado sino que decidió que “si perdía la vida, la iba a perder acá en la Argentina”.

La familia Molina no tuvo mucha información sobre la desaparición de el “Gordo”, lo último que supieron fue que tuvo aportes legales hasta “abril o mayo de 1978”, lo que les dio la pauta que hasta ese entonces “estaba trabajando”.

Su hermana, Norma Molina, se enteró hace 10 años, al encontrarse con un amigo de él, Roberto Morando, que Julio había estaba “viviendo con un amigo en un departamento” y que su dueño le comentó a Morando que “los chicos no venían hacía una semana”. Ante la revelación su compañero “tuvo miedo y se fue a otra provincia”.

El padre de Julio “trabajaba en los barcos” y le ofreció a su hijo “llevarlo a los puertos de Italia o España” y Julio le respondió que “la lucha estaba con sus compañeros, en Argentina, y que si perdía la vida la iba a perder aquí”.

Mientras era presidente de la FULZ, militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) y, a través de esa organización, luego de que el rectorado fuese intervenido, cortó junto a sus compañeros la avenida Hipólito Irigoyen “para que las clases continuaran frente a la redacción del diario La Unión”, según explicó a AUNO Mónica Jatar, integrante de la JUP.

Jatar señaló que Julio fue “uno de los dirigentes más importantes” que tuvo la UNLZ y que era una persona “alegre y comprometida”. Genoveva Ares dijo que él tenía “fortaleza de poder expresar lo que sentía” y “la certeza de poder realizarlo”.

“Cuando mataron a Hugo Hansen, cayó en los brazos de Julio. La última vez que lo vimos fue en octubre de 1977, cuando vino a casa por el Día de la Madre”, rememoró Norma quien estuvo a su lado el día que tomaron el Rectorado.

Como no tenían ningún tipo de noticias, la familia Molina creía que e algún momento Julio “iba a volver”, que “seguramente estaba en otro país”.

Los hermanos Molina “eran muy unidos”, Julio le transmitió a Norma, cinco año más chica, desde sus ideales y la militancia peronista de izquierda vinculada a Montoneros hasta el gusto musical por bandas como The Beatles y The Rolling Stones.

“Julio era bastante callado, hablaba lo justo y lo necesario. A veces, cuando papá lo retaba, él no decía nada y eso lo irritaba. Con mi mamá era más compañero. Era muy casero. Mi madre siempre lo esperó. Decía que iba a volver”.

PABLO MUSSO
Estudiante de periodismo, militante peronista, guitarrista, delegado en su lugar de trabajo, pero fundamentalmente un “joven solidario”, son algunos de los conceptos que definieron a Pablo Musso durante toda su vida universitaria, hasta su desaparición en 1976, a los 25 años.

Los hermanos Musso, Pablo y Fernando, aprendieron de chicos, junto a su padre, “a ayudar a los demás” y comenzaron a trabajar en la sociedad de fomento de Villa la Perla, en la localidad de Temperley, donde se dedicaban a “la parte social y a las necesidades del barrio”.

Cuando se fundó la UNLZ en el colegio Mentruyt, Pablo Musso fue de la primera promoción en estudiar Periodismo, además trabajaba en la fábrica FIFA de Florencio Varela donde era delegado de los otros obreros.

Peleaba por muchas cosas para la gente. De ahí se relacionó con unos compañeros que eran montoneros. Se les unió, quería cambiar la historia, hablaba y llegaba mucho a la gente, los convencía para que pelearan. Tenía muchos ideales”, destacó su hermano Fernando en diálogo con AUNO.

Mónica Jatar explicó que, si bien Pablo “no pertenecía” a la JUP porque “militaba más a nivel barrial”. “Recuerdo cuando íbamos con Julio (Molina) a las peñas que organizaba Pablo en la sociedad de fomento”.

La noche del 25 de octubre de 1976, un grupo de tareas irrumpió en su casa, llegaron hasta su habitación, que compartía con Fernando, le preguntaron si era Pablo y le ordenaron que se “vistiera y los acompañara”. “Cuidá a los viejos”, fue lo último que le dijo a su hermano.

Pablo pudo haberse ido a Córdoba pero se negó a hacerlo porque “no quería que le pasara nada a su familia”. “Nunca tuvimos data, una vez llamaron a casa porque posiblemente estaría en el Borda. Con mis viejos hemos caminado morgues, regimientos, loqueros, hospitales buscándolo pero nunca lo encontramos”, rememoró Fernando y destacó que Pablo soñaba con “vivir en una comunidad organizada”, que el vecino “tuviese todas las necesidades cubiertas”, que “hubiera más solidaridad” y que “ no estemos en la vida de paso”.

NICASIO “GALLEGO” FERNÁNDEZ
José Nicasio Fernández Álvarez, “Pepe” para sus hermanas y “Gallego” para sus compañeros de cursada, nació en La Coruña, España, el 8 de febrero de 1949 y desapareció, cando le faltaban las “últimas materias” para recibirse en Administración de Empresas el 9 de noviembre de 1976, el mismo día que Ramón “Moncho” Pérez.

El “Gallego”, mayor de seis hermanos, se destacó en colegio primario por su capacidad de hacer amigos” y por su “buena actuación en los equipos escolares de fútbol”, como detalló su hermana Olga Fernández en un escrito biográfico de su hermano.

“No conocíamos la actividad política de mi hermano. Sabíamos sí que intervenía con sus compañeros de facultad en algunas actividades en el Centro de Estudiantes. Agradable y reservado, no nos participaba de hechos que pudieran comprometer la tranquilidad o seguridad familiar”, aseguró.

Durante la educación secundaria, Nicasio se dio cuenta de que tenía “facilidad” para los ejercicios contables y de grande tuvo varios trabajos como auditor y administrador, pero su último trabajo fue en la empresa John Deere, en la localidad de Berazategui, donde conoció a Graciela, su última pareja.

La noche del 9 de noviembre de 1976 un grupo de tareas irrumpió en la casa que “Pepe” y Graciela habían construido detrás de la de los padres de ella. Al grito de “levántense y vayan todos al comedor de adelante”, un grupo de “20 hombres fuertemente armados” ingresó al patio desde las terrazas vecinas, golpearon a Nicasio y lo “obligaron a tenderse boca abajo en el suelo mientras lo interrogaban”, mientras que los padres de su compañera y ella tuvieron que “taparse el rostro con fundas de almohadas”.

Los vecinos testigos del hecho le informaron a la familia Fernández que, antes de huir, los militares “arrastraron a su hermano hacia la calle y lo tiraron en la parte de atrás de una camioneta”.

“A las 0.30 del 9 de noviembre de 1976 se detuvo el reloj. No sólo para Pepe, sino para toda la familia que aún hoy, seguimos preguntando por él. Ni olvido, ni perdón. Justicia es lo que reclamamos y seguiremos reclamando”, enfatizó Olga.

JR-AFD
AUNO-20-05-13

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