“Sé que soy un pésimo candidato, pero si gano voy a ser un buen presidente, vas a ver”, me dijo días antes de las elecciones de 2003 Néstor Kirchner mientras tomaba un té con limón y miel. Estábamos solos. El estaba muy convencido y a mí me sonó convincente como nunca, pese a que hacía tiempo que lo conocía.
También le escuché por primera vez la frase que después me repetiría con aire de satisfacción cada vez que tomaba una medida de gobierno osada, que yo no creía que se atrevería a tomar cuando tiempo antes me la había anunciado: “Yo no voy a dejar mis convicciones colgadas de la puerta de la Casa Rosada”.
Cuesta hablar en pasado de Kirchner cuando estoy tan conmovido como la mayoría de los argentinos. Era un tipo que se hacía querer y era leal. Una anécdota lo describe claramente en ese sentido. Una vez, en 2002, durante la cobertura de la campaña electoral me dijo que si llegaba a ser presidente el primer reportaje me lo daba a mí. Había pasado casi un año y yo había olvidado totalmente aquella promesa, a la que consideré una frase de ocasión.
Las autoridades del diario para el que trabajaba (N. de la R.: Clarín) le pidieron una entrevista y les dijo que sí. Pero llegado el día, al enterarse de que yo no estaba en el equipo que sólo integraban periodistas con altos cargos jerárquicos, la suspendió. Tiempo después le pregunté porque había hecho eso. “Las promesas se cumplen”, respondió.
Muchas veces me despertó por teléfono a las 7 de la mañana con los diarios ya leídos para reprocharme algo que yo había escrito y que a él no le había gustado. Alguna vez tuve que admitir mi error en la información; alguna vez fue él quien admitió que lo publicado era cierto, pero que no le hacía gracia. Pero siempre me respetó.
También me respetó cuando en alguna ocasión me ofreció sumarme a su equipo de gobierno y, yo, que sólo sé trabajar de periodista, le agradecí pero le dije que no. Todo bien, sin presiones. Por eso nunca creí la imagen que quisieron dar de él algunos medios y colegas, de un tipo desquiciado y tiránico. Nunca fui testigo de actitudes que dieran con ese perfil. Sí la de un tipo muy apasionado, con sus virtudes y defectos.
Muchas veces me dijeron: “Por qué no escribís un libro sobre Kirchner, vos que lo conocés bien”. Siempre escribí sobre las políticas de Kirchner. Pero a la vez siempre pensé que no tendría suficiente distancia y que la ecuanimidad que exige el trabajo periodístico para escribir sobre Kirchner corría peligro de estar disminuida por el afecto.
Por la misma razón que ayer al enterarme de su muerte no lo viví como periodista político. Lo primero que pensé fue en Cristina, en Máximo y en Florencia y en sus amigos que tanto lo querían. Por el respeto que me merece DsD, me permití la libertad de dar en su página este pequeño testimonio.
- Director de AUNO. Publicado en Diario sobre Diarios