Aquella noche de las fogatas y el «Que se vayan todos»

«Corralito», «cacerolazos», «saqueos», «estallido social» y el repetido hasta el hartazgo «¡Que se vayan todos!». Las esquinas de los barrios se encendieron con fogatas ante la hipotética amenaza de que «otros» de otros barrios avanzaban a puro saqueo.

Lomas de Zamora, diciembre 22 (AUNO).- “Corralito”, “cacerolazos”, “saqueos”, “estallido social” y el repetido hasta el hartazgo “¡Que se vayan todos!”. Más que expresiones, estigmas de un período de la historia no muy lejana en que la incertidumbre, la desesperanza, el miedo y la desesperación detonaron juntos el 19 y 20 de diciembre de 2001.

Días tan turbulentos como paranoicos marcaron el final de 2001. La tensión iba en aumento con el correr de las horas, mientras que los todopoderosos medios de comunicación transmitían lo que sucedía “en vivo, en directo”, sin descanso y repitiendo una y otra vez la desesperación de la gente que ingresaba a los comercios y tomaba alimentos.

Los rumores de que se aproximaba una “incontrolable” manifestación de gente dispuesta a llevarse lo que encontraba era algo que se buscaba hacer sentir y logró hacerse palpitar con profundo nerviosismo. Las esquinas de los barrios se encendieron con fogatas ante la hipotética amenaza de que “otros” de otros barrios avanzaban a puro saqueo. Un operativo psicológico de terror echado a correr por la Policía de la Provincia de Buenos Aires.

El punto máximo que aumentó la bronca y contribuyó a la alucinación fue el estado de sitio decretado la noche del 19 de diciembre por el entonces presidente Fernando De la Rúa, que terminaría al día siguiente con su renuncia y posterior huida de la Casa Rosada en helicóptero.

El miedo fue un factor extendido y contagioso. Muchas personas se recluyeron temeros en sus hogares al resguardo de un “otro” amenazante. Es que si bien la crisis social, política y económica formaba parte de la urgente realidad, el estado de caos fue avivado por determinados intereses políticos y económicos.

Como muchísimas personas, en casa seguíamos lo que ocurría en el país desde el televisor y la radio. También salíamos a la puerta e incluso recuerdo que algunos hablaban de manifestarse hasta algún espacio público del barrio. En esos días y a través del teléfono llegó la dolorosa noticia que anunciaba la muerte de un amigo de la familia. Había fallecido de un infarto luego de haber sido internado, tenía poco más de 40 años y sufría del corazón.

Este problema de salud sumado a la tensión acumulada por esos días, que lo llevaron a subirse con una escopeta a la terraza de su casa por el miedo de que un “otro” entrara y dañara a su familia, fueron los factores que desencadenaron el infarto del que no pudo salir. Como esta historia, otras tantas testimonian la locura, incertidumbre, temor y desesperación vividos por aquellos días.

Pese al estado de sitio, también miles de personas en distintos puntos del país salieron a la calle al compás de las cacerolas, haciendo uso de su derecho a la protesta y pregonando con insistencia “Que se vayan todos”. La represión continuó y con ella las muertes.

El 18 de diciembre de 2001, el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, había escrito una carta a De la Rúa que tituló “Escucha el clamor de tu pueblo”, y en la que exigió intervención ante una situación que explotaría horas más tardes: “Sr. Presidente, ¿Qué piensa hacer? ¿Reprimir a un pueblo hambreado y dolorido? ¿Cerrar los ojos a las necesidades del pueblo? ¿Esconder como el avestruz, para no ver ni oír? ¿Continuar con la política que le imponen desde Washington? ¿Qué privilegia?”. Estas inquietudes expresadas por Pérez Esquivel reflejaban las de un pueblo entero que fue desatendido y terminó padeciendo. Pero, dispuesto a recomponerse y volver a empezar. Hace sólo nueve años.

RCI-AFD
AUNO-22-12-10

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