Viñas, Fogwill y el peronismo

Un breve examen de los cuentos la ‘La señora muerta’, de David Viñas; y ‘La cola’, de Rodolfo Fogwill, que tienen como punto básico el odio de clase contra el peronismo y la misoginia, entre otras taras.

Horacio Raúl Campos

Lomas de Zamora, feb 22 (AUNO) – La diferencia fundamental de ambos relatos está dada porque el primero es infinitamente mejor que el segundo. El espacio y el acontecimiento común en ambos relatos se corporizan en una cola inmensa de personas que expresan el dolor ante líderes políticos fallecidos.

En el primero, el personaje Moure va a la cola que espera para dar su último saludo a Evita, pero no va a expresar congoja, sino para levantarse una mina. Entabla conversación con una de veinticinco años, a quien oculta sus ideas políticas porque en definitiva había ido a allí de levante y la política podría hacer fracasar ese plan.

Quizás aquí deba buscarse el origen de esa filosofía barrial según la cual a la hora de entreverarse con el sexo opuesto la ideología queda de lado, aunque ello no significa arriar banderas. Allí está además el germen de las vociferaciones que se lanzan en estos primeros años del siglo XXI

Después de un tiempo, consigue el objetivo de llevarla a un hotel y para eso toman un taxi. El luto nacional incluye el cierre de comercios y también los hoteles. Al sexto hotel que encuentran, Moure se percata de ello y se enfurece.

¿Todo está cerrado?, gritó Moure. Hay que aguantarse. El chofer permanecía rígido, conciliador. Es por la señora. ¿Por la muerte de…? -necesito Moure que le precisaran. Sí, sí. “¡Es demasiado por la yegua esa!, grita con rencor”.

Ante esa comprobación, del verdadero pensamiento de Moure, la chica, se enoja y busca bajarse del auto: “Ah, no… Eso sí que no, murmuraba hasta que encontró la manija y abrió la puerta. Eso sí que no se lo permito…, y se bajó”.

Así termina el cuento. El único personaje que tiene nombre en el relato es quien porta el antiperonismo. La mujer, peronista, no tiene nombre. Este tópico suele ser muy usual cuando se hace jugar la fórmula de civilización y barbarie, que se encuentra tamizada en ese texto.

Como no podía ser de otra manera, Moure es un personaje de rasgos delicados, maneja correctamente los diálogos, despliega una estrategia fina para el levante y varias veces piensa: “No me puede fallar”, “papa comida”, “esto marcha solo”.

Siempre evita pronunciarse en torno a Evita o el peronismo cuando en una ocasión ella le pregunta: “¿A usted le gustaba?”. El responde después de un rato: “Era joven”. No puede decir que la odia, pero la simulación política se le acaba cuando comprueba que todos los hoteles de la ciudad y del resto del país están cerrados por duelo.

Insolente y deforme

A los escritores que sirvieron y sirven a la oligarquía les fascina redactar textos maniqueos y la falsificación. Todo condimentado con la siempre fatal oposición de ‘civilización i barbarie’. Eso les permite dar rienda suelta al insulto, animalizar y jugar con los espacios. Cuando la negrada se rebela ante la injusticia social, en forma automática pasa al campo de la barbarie que siempre, para esa visión de mundo, tendrá forma zoológica.

El personaje femenino, en cambio, no es como Moure. Nunca podría serlo. El narrador dice que la joven mujer se encuentra en la cola “con gesto resignado e insolente” y que comenta en voz alta que siente olor a goma quemada.

Moure, entonces, le responde: “Inmundicias. De todos… de todos los de la cola. Hace dos días que vienen haciendo lo mismo”. Allí quedaron configurados los espacios, el ambiente y los personajes generadores del olor. No hizo falta escribir que hay olor a meo y mierda.

En otra ocasión, la misma mujer está afirmada en la pared, siempre en la cola funeraria, y de pronto se mira en una chapa de bronce de un hotel: “Se había apoyado contra la chapa de un hotel y se miraba en el reflejo: era un enorme cuadrado de bronce (…) Y esa mujer seguía mirándose aunque esa chapa la reflejase deformada, con una boca más ancha y unos ojos estirados”.

Sobre ella se concentran todos los rasgos negativos y los lugares comunes asignados al peronismo. Cuando llega el momento de persignarse lo hace con “torpeza” y el narrador va tejiendo también un escenario tétrico sobre un espacio en el que sólo tiene cabida el dolor. Así fue que “el cielo estaba negro y no se veía nada” y la cola es “una mancha larga que se estremecía en medio de la penumbra” y en las inmediaciones había “montones de basura”.

Después el narrador introduce la misoginia, compartida también por el personaje. Ante el nerviosismo en el que había ingresado Moure al no encontrar un hotel para ir con la joven se pone nervioso. “Moure pensaba que lo que ella le correspondía era quedarse en silencio, tranquilizarlo, pero las mujeres se ponen nerviosas y no sirven para nada y por esos son mujeres”, dice el narrador.

‘La señora muerta’ es un cuento fecundo en maldades. La joven peronista es un objeto. Podría haber estado en la cocina y allí aparecer el acosador. Es un espacio público, al aire libre, donde había concentración de cuerpos-objetos, según la visión de mundo oligárquica. En varios cuentos contra el peronismo las mujeres suelen estar en la cocina o provienen de ese espacio. Sin embargo, en ese escrito la joven lleva a cabo una acción digna. Ante el insulto de Moure contra Evita, la mujer lo abandona.

El movimiento que hace Moure de ir a la multitud peronista que oraba se asemeja al del unitario que va al matadero en el cuento homónimo de Echeverría.

El rencor en la cocina

En ‘La cola’ está también el tópico de la cola esperando para dar el último saludo. En este caso se trata de la muerte de Perón, con una digresión referenciada en la muerte de Evita. La historia baladí de superficie comienza cuando unas chicas de Mendoza se hallan en Buenos Aires para ir a un congreso sobre educación técnica.

Una de ellas se llama Delia y es peronista. Las otras son de izquierda. Todas estuvieron además en una fiesta.

“La peronista estuvo en la fiesta, pero apenas participó: atendió la cocina, merodeó por la biblioteca y festejó algunos chistes, pero la vi rencorosa hacia sus amigas, aunque fui yo quien más la torturó con intervenciones de humor negro sobre cadáveres, política y su finado Perón”, se relata.

Fácilmente se podría concluir que ese sector sufrió torturas en las reuniones privadas, la literatura y en la experiencia del mundo real. Está allí también el lugar común de la cocina como espacio destinado a la mujer y el “rencor”, en tanto sentimiento sólo expresado por personas que adhieren a ese movimiento político.

La literatura y la ensayística contra el peronismo generaron una tradición, que es prolijamente seguida en los albores de la presente centuria.

Aquí se registra también el motivo del levante, aunque no en la cola, sino en la casa donde están las mendocinas y los planes los masculla el anfitrión: “Consumí la mitad de la reunión indagando con cuál tendría mejor chance (…) en una ciudad paralizada” a raíz de la muerte de Perón.

La política es materia de análisis en una conversación que mantienen el personaje (un asesor de prensa) con quien es el presidente del banco donde trabaja, el mismo día de la muerte de Perón. El diálogo gira en torno a la presidencia de Isabel y la posibilidad de un golpe de Estado.

En el relato en primera persona, el personaje después dice: “Recuerdo hacia 1950, en Quilmes, cuando evitábamos circular frente a las unidas básicas peronistas porque ahí estaban los negros. Siempre había un grupo de ellos en la puerta, haraganeando”.

“Los chicos de los negros nos tiraban piedras y cuando los enfrentamos acabamos escapando, golpeados y escupidos, porque ellos siempre escupen en las peleas”, señala. Aquí se hallan de nuevo rastros de episodios de El matadero.

Esos mismos sectores entrevistos como ‘ocupas’, de casas o de instituciones, se puede leer también aquí: “Una vez, en el Náutico, se infiltraron dos. No bien corrió la noticia de que había negros colados en el vestuario y en la pileta de natación, desde la rampa de los botes se formaron grupos que salieron a darles caza”.

Qué premonición. Fogwill, como no podía ser de otra manera, hace suyo ese ideario. “Después de la revolución todo cambió. Perdimos el miedo físico a los negro y parece que ahora ellos nos temen a nosotros (…) Los veo aquí en las proximidades de la cola agotados y tristes”, dice el prensero y fotógrafo. El mejor de los relatos es el de Viñas, que tienen un buen final.

Bibliografía

Perón Vuelve. Cuentos sobre el peronismo, Selección de Sergio S. Olguín, con prólogo de Jorge Laforgue, Buenos Aires, Norma, 2000.

AUNO 22-02-14
HRC