Un viaje entre música, literatura y teatro en un solo escenario

En una típica noche calurosa de primavera, el actor español José Sacristán recitó una serie de poemas cuidadosamente seleccionados de su compatriota Antonio Machado, que develaban la rememoración del paso del tiempo, del amor, de la búsqueda de la libertad transitoriamente perdida, de la desolación, de los tiempos felices y de la muerte, y con los cuales deleitó a los ciudadanos de Burzaco en un espectáculo de más de una hora. Luego fue declarado «ciudadano ilustre».

Lomas de Zamora, noviembre 21 (AUNO).- Aplausos. Dos siluetas posaban en el oscuro escenario. Tímidamente, las luces iluminaban a un hombre, sentado y vestido con sobretodo, sombrero y bastón, y a un pianista. De fondo, una pantalla que también estaba oscurecida. De repente, el piano irrumpió con la finura de sus cuerdas y descomprimió las ansias de los espectadores, que habían colmado el auditorio en pocos minutos. La escena no reflejaba a un músico solista, sino al reconocido actor español José Sacristán, acompañado por el compositor Facundo Ramírez, quienes entregaron, mediante un entrecruzamiento de literatura, música y teatro, el espíritu de Machado al público de Brown, cerca de las nueve de la noche en el “Centro de Arte y Cultura” de Burzaco.

El son del piano. Luego, un diálogo: “¿Nos vamos, dónde?”, preguntó el poeta. “Donde a usted disponga”, replicó el acompañante. Así comenzó el viaje que emprendió hacia diferentes nortes: la rememoración del paso del tiempo, del amor, de la búsqueda de la libertad perdida por un sistema autoritario, de la desolación, de los tiempos felices y de la muerte.

“De momento, llévame al mar”, pidió el poeta, a medida de que se acercaba al extremo del escenario. Con la vista fija hacia un punto de ese mar imaginado, pero real, el Machado de Sacristán, acongojado, se quejó de su España.

Una estrofa que dialoga con el piano se impone en el silencioso auditorio. Detrás, la pantalla se ilumina poco a poco: “Otra vez –-otra vez— ¡Oh triste España!/cuanto se anega en viento y el mar se baña/juguete de traición, cuanto de traición/en los templos de Dios mancha el olvido/cuanto acrisola el seno de la tierra/se ofrece a la ambición, ¡todo vendido!”

Luego, una voz más arrogante se escuchó y con pasos más firmes sobre el escenario, el poeta bregó: “El hoy es malo, pero el mañana es mío”. Las miradas de cada persona del público consentían esos versos esperanzados. Teatro que denuncia, pero no es más que una de las tantas aristas desde donde se lo puede abordar. Reducirlo al simple reclamo es atentar contra la misma idea del teatro. Sin embargo, Sacristán no cayó en esta reducción, sino que logró crear, poetizar a través de su palabra, del sonar de la música y de sus técnicas escénicas, sus gestos y sus silencios que bien acompañaron a las palabras.

En el viaje poético, los versos de amor, ese sentimiento que une sin fronteras, también tuvieron su puerto. El amor buscado, añorado que presenta siempre contradicciones como las que recita el español: “Escribí en tu abanico/ te quiero para olvidarte/ para quererte, te olvido”.

Mientras tanto, el piano se oyó más alegre y la pantalla que acompaña se tiñó de rojo. Se logró escuchar alguna risa tímida en el transcurso de esos versos.

Algunos, más instruidos en Machado, recitaban en voz baja: todo amor es fantasía/ él inventa el año, el día/la hora y su melodía/inventa el amante y, más/la amada. No prueba nada/contra el amor, que la amada/no haya existido jamás”.

Antes de estas palabras que penetraban en todo el auditorio, Facundo Ramírez pronunció una afirmación, que se escuchó como un anuncio revelador: “Dicen que el hombre no es hombre hasta que no oye su nombre de una mujer”, a lo que Sacristán respondió, asintiendo con su mirada y con el movimiento de su cabeza, que “puede ser/puede ser”.

El sarcasmo, la crítica a los gobiernos del “laissez-faire” persistió e insistió, como lo suelen hacer las preguntas filosóficas, en el transcurso de la puesta artística: “Yo no sé, don José, cómo son los liberales tan perros, tan inmorales. Pasados los carnavales, vendrán los conservadores, buenos administradores de su casa. No se preocupe. Nada eterno, ni gobierno que perdure ni mal que por cien años dure”.

Pasados unos minutos, recitó: “Y lo mismo que nosotros, otros se jorobarán, así es la vida”, lo cual desató risas de complicidad sobre el concepto que muchos de los espectadores tenían sobre sus gobernantes.

Poco a poco, Sacristán desmenuzó a los poemas de Machado y a Machado mismo, hasta que su voz, firme, concluyó el viaje: “Y cuando llegue el día del último viaje/y esté al partir la nave que nunca ha de tornar/me encontraréis a bordo ligero de equipaje/casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Las luces se oscurecieron como la pantalla, que fue hábilmente utilizada para denotar cada momento del camino, del viaje. El piano se apaciguó y la oscuridad reinó, nuevamente. Así, se repitió la escena del comienzo, pero con un agregado. Los flashes de las cámaras fotográficas no paraban. Las ovaciones no faltaron y tampoco, los aplausos.

EV-AFD
AUNO-21-11-11

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