Las mujeres y el trabajo no remunerado: ¿el aplauso solo para el asador?

Las identidades femeninas se ocupan del 76,4 por ciento del quehacer doméstico. Es decir que la mujer dedica en promedio 6,4 horas a las tareas del hogar.

Estaba en un asado familiar y ya todos se sentaron en la mesa. Prácticamente de manera automática alguien dijo la frase típica cuando la persona encargada de la parrilla, en este caso mi papá, toma asiento tras la engorrosa tarea de estar junto al fuego, padecer el calor y prever que la carne esté a punto y gusto de cada comensal. Lo irónico fue que quien invitó a que celebremos con un aplauso para el asador fue mi mamá. 

Yo no aplaudí, mi hermano tampoco. ¿Qué hay detrás de ese aplauso? ¿Es sólo un ‘gracias’? ¿Por qué agradecemos al asador, que casualmente (o no) está conjugado en masculino, y por qué no agradecemos a quienes pusieron la mesa, prepararon la ensalada y estuvieron en cada detalle? 

Corriéndonos del asado familiar: a tu mamá o esposa que cocina todos los días y prevé que tu ropa esté limpia y planchada, ¿alguna vez la aplaudiste? ¿Es casualidad que siempre sean feminidades las que se ocupan de los quehaceres domésticos, que estén a las corridas con el cuidado de lxs niñxs y que también cuidan a nuestrxs abuelxs?

Las identidades femeninas se ocupan del 76,4 por ciento del quehacer doméstico mientras que los hombres sólo del 23,6, según la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo que realizó el INDEC en 2013. Limpiar, cocinar, planchar, cuidar una persona mayor, estar a cargo de les niñes, coser, bordar y abrir la puerta para salir a jugar. Que no te engañe la canción Arroz con leche, aunque no hay mucho margen de engaño, bastante explícito es lo que se pretende de vos, aunque tan sólo seas una criatura de seis años, ‘la señorita de San Nicolás’ sólo abre la puerta, pero no sale a jugar. 

En diálogo con AUNO, la periodista feminista especializada en economía Estefanía Pozzo precisó que el rol de las amas de casa es fundamental para el sistema económico capitalista en el que estamos inmersos, ya que sostiene todo el sistema productivo y “son imprescindibles” para que la sociedad funcione. “Tienen a su cargo toda la esfera de reproducción de la vida cotidiana. Esto es hacerse cargo de todo lo que implica la manutención de un hogar”, señaló a este medio.

En esa línea, Pozzo destacó que el capitalismo es un modelo construido en base a desigualdades, y en ese sentido señaló que el género y la clase son estructurales, en donde “siempre recaen (las desigualdades) de una manera especialmente pesada en las mujeres pobres”. 

“La desigualdad de género y la sexualización de las tareas hacia dentro del hogar y su rol son una de las desigualdades estructurales del modelo”, apuntó y resaltó: “Desigualdades estructurales hay varias, por ejemplo la de la clase es otra, pero cuando empezás a hacer una intersección de todas las desigualdades estructurales, sin dudas, las mujeres pobres son quienes más le ponen la espalda aportando al sistema sin que el sistema les retribuya de manera paga eso que hacen o cuando se lo retribuyen lo hacen no sólo con bajos salarios, sino que al haber menores niveles de registro, también tienen menos derechos laborales”. 

Aunque algunas mujeres profesionales o de un poder adquisitivo mayor no tengan la necesidad de ocuparse de las tareas domésticas, cuando contratan a una persona para que esté a cargo, ésta también es una mujer. “Eso es la privatización de los servicios de cuidado. El Estado no da, no provee ese derecho público de cuidado y lo que hace es privatizarlo y recae de manera desigual en quienes puedan pagarlo o no, y en el caso de quienes no puedan pagarlo, tienen menos cantidad de tiempo y por lo general lo restan al ocio o al sueño”, explicó la maestranda en Finanzas.

Se habla de que las mujeres tienen una doble jornada laboral o doble presencia, en la que trabajan de manera remunerada fuera de sus casas y, por otro lado, la segunda jornada que es cuando llegan a su hogar. La mujer dedica en promedio 6,4 horas en estos quehaceres mientras que el hombre 3,4 horas. Las mujeres, quienes más tiempo aportan a estas tareas no pagas, disponen de menos tiempo para su formación, trabajo fuera del hogar, y en consecuencia, suelen aceptar trabajos más flexibles, que suelen ser precarizados y peor pagos.

Una cosa de mujeres

Otro eje central es que el reconocimiento de estas tareas está ante la ausencia. Solemos valorar este trabajo cuando falta, cuando vemos la casa desordenada o los platos sucios sobre la bacha. ¿Alguna vez se discutió quién lo haría? Se suele dar por sentado que lo tienen que hacer las mujeres.

Se suele plantear que la falta de reconocimiento social e invisibilización de quienes realizan los quehaceres domésticos es porque el mismo sistema económico las desconoce. Sin embargo, en el potencial caso de que el modelo capitalista recompensara estos trabajos, solucionaría una parte pero quitaría el foco de algo central, que es la feminización del trabajo doméstico. 

Si el sistema económico lo reconociera con un valor monetario, estaríamos hablando de que esa tarea socialmente es relevante. Yo creo que es en base a cómo la cultura se organiza y naturaliza, por eso es que no se valora”, planteó Pozzo y sostuvo que si pensamos que con ponerle un sueldo empezaríamos a valorarlo, produciría cambios en la cultura. Lo que queda por indagar, continúa la colaboradora del Washington Post, es de qué manera se organiza una sociedad y sobre todo, “si hay o no actividades naturalizadas en las que el sexo o género determinen a qué sector de la economía se debe pertenecer”.

Asimismo, se sostiene que las mujeres hacen estas tareas por ‘actos de amor’ o porque realmente son buenas para las tareas de limpieza y tienen una aptitud especial de cuidado, cuando en realidad se trata de ideas avaladas por planteos biologicistas y naturalistas en base al instinto maternal y, por tener un útero, básicamente. “Todas esas cuestiones son mandatos. Son construcciones que así como las armamos podemos empezar a cuestionarlas”, evaluó Pozzo y destacó que el cuestionamiento no debe ser a nivel individual, porque queda en lo “anecdótico”, sino que “el asunto es de qué manera se genera una crítica social y colectiva respecto de eso, y así poder cambiar la estructura”.

Los roles de género desde que somos pequeñas, pequeños y pequeñes la sociedad enseña cómo debe ser nuestra vida adulta y sobre todo lo que se pretende de nosotrxs. Estas características que hacen al género determinan qué significa ser un hombre cis o mujer cis. Afortunadamente, estos roles responden a una cultura y un momento histórico determinado. En ese sentido es que, se pueden cambiar, pero mientras tanto definen desde nuestras infancias las oportunidades, roles, responsabilidades, formas de sentir y modos de relacionarnos.

En este sentido, Pozzo subrayó la importancia de la puesta debida de funcionamiento de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) y la Ley Micaela para desandar estas construcciones que tan impregnadas tenemos en nuestra cultura. “Ambas leyes son necesarias. La ESI es a nivel escolar, pero tenemos muchas personas que están tomando muchas decisiones y no podemos esperar a que las generaciones que están recién escolarizándose tengan otra perspectiva sobre los derechos que tenemos todas las personas mas allá del sexo o del genero con el que nazcamos o el que percibamos”, advirtió.

El desarrollo de una economía con perspectiva de género es vital porque “si una persona está tomando decisiones sobre la política económica y no tiene en cuenta cuáles son las desigualdades estructurales que produce un sistema económico, en dónde están las mayores urgencias, cuáles son las mayores necesidades, es ciego a lo que mandan esos sectores que son vulnerados y que de ninguna manera por sí mismos pueden solucionar su situación”, apuntó.

El Estado y la política pública tiene una importancia fundamental en la reducción de las desigualdades, para eso hace falta tener perspectiva de género y saber que, por ejemplo, es muy difícil el ingreso al mercado de trabajo para las mujeres jóvenes y sobre todo si viven en determinados puntos del país, o que existe una política salarial diferencial entre varones y mujeres por hacer las mismas tareas, e incluso el impacto en las oportunidades laborales de las personas que gestan y atraviesan un embarazo”, aseveró. Y puntualizó: “En una economía feminista, no hay que tener solamente en cuenta el sistema productivo sino también el reproductivo, y sobre todo, hacer que las vidas de todas las personas valgan la pena ser vividas”.

AUNO-22-3-21
KK-SAM

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