Lomas de Zamora, feb 09 (AUNO) – Todos sabemos que Jorge Luis Borges después de varios años de haber escritos sus primeros poemas y textos en prosa comenzó a abominar de algunas de sus propias creaciones iniciales.
Por ejemplo, borró de su Obra Completa textos dedicados a Rosas y de elogios a quienes echaron a los ingleses en las invasiones de mil ochocientos y tanto; y corrigió otros.
Así fue como resolvió también reunir en una antología lo que a él le gustaba: “He recogido lo que me agrada o lo que me agradaba en el instante en que lo elegí”, dice Borges en el prólogo a su Antología Poética 1923-1977, Buenos Aires, Losada, 1998, p. 8.
El poema de 27 versos había sido publicado en 1925 como parte del libro Luna de enfrente y que después él incluyó en el Tomo 1 de su O.C., 1974.
En aquella antología coloca en quinto término el poema ‘El general Quiroga va en coche al muere’. Por lo tanto, es un texto que al autor le agradaba. Es un homenaje, aunque no pierde el sentido crítico hacia el personaje histórico que inspiró los versos.
En ese poema, Borges ubica la muerte, paradójicamente, del lado de Quiroga y no desde los espacios de los asesinos (materiales, Santos Pérez, Reynafé; intelectuales, ¿Rosas, López?).
El escenario de la muerte (Barranca Yaco, Córdoba) no es iluminado por la llegada del general y su comitiva, sino oscurecido por el arribo de Quiroga. Elípticamente la banda de asesinos es ubicada del lado de la civilización.
El poema empieza así: “El madrejón desnudo ya sin una sed de agua / y una luna perdida en el frío del alba / y el campo muerto de hambre, pobre como una araña”.
Esos tres primeros versos del poema contienen referencias a la pobreza, la desnudez, la animalización y la muerte. ¿Qué otro espacio podría estar reservado a la barbarie?
¿En qué otro escenario podría morir el personaje, según la ideología borgeana? Se trata de un espacio menesteroso, digno del destino final de Quiroga, de acuerdo con la visión de mundo de quien lo escribió.
Incluso en la actualidad sigue siendo un lugar solitario y alejado de los centros poblados como Sinsacate, Jesús María o Totoral. En 1835, esa ligera y angosta hondonada rodeada de talas, algarrobos y churquis era sin dudas inmejorable para cometer uno de los asesinatos más alevosos de aquella centuria.
Ir contento al muere
Después, los versos van reforzando aquella mirada. Dice que Quiroga viaja en “un galerón enfático, enorme, funerario”.
Se lee que es “enfático y enorme”. La descomunal barbarie viaja en un enorme coche fúnebre, desproporcionado como la misma barbarie que encarna el personaje que viaja en él, según la mirada ideológica de Borges.
Otro verso dice: “Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!”. Aquí aparecen otros temas como el coraje, la angustia de morir, entre otros, que el escritor dejó por escrito en varios textos. Por ejemplo, en el cuento El Sur.
Quiere decir que Quiroga va pleno de presunción hacia su propia muerte, contento por su presunto destino. No tan sutilmente, Borges asegura que su personaje busca la muerte porque es la muerte misma, basado sobre la tradición histórica en torno a los avisos ignorados por el caudillo acerca de la espera de una partida para asesinarlo.
Escribe que “el general Quiroga quiso entrar en la sombra”. Es muy fácil leer aquí que es el lugar por antonomasia destinado a un personaje ubicado del lado de la barbarie. La luz le está vedada. La comitiva que acompaña al personaje central tiene pinta de “muerte”, en “la negrura”.
Como Quiroga ya estaba en la sobra terrenal, pero quiere entrar en la sombra del más allá. Borges entrevé a un guapo que justifica en los versos.
La penúltima cuarteta borgeana se inicia así: “Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco / hierros que no perdonan arreciaron sobre él…” Un juego de luces y sombras se lee allí.
Quienes matan a Quiroga son “hierros que no perdonan” y son los que aparecen al amanecer, cuando el espacio se ilumina. ¿Cómo perdonar a quien va de lo más orondo a la muerte, que además arrastra a ella al resto de sus acompañantes?
El verso veinticinco del poema dice que Quiroga “se presentó al infierno que Dios le había marcado”. Este verso tiene al menos dos temas fundamentales que pueden ser encontrados en cualquier otro texto de Borges.
El narrador no lo manda al infierno, sino que Facundo va solo al infierno porque –al parecer- ya sabe de antemano el lugar que le correspondería al morir. Ese lugar, obvio, no es el cielo.
El otro punto de importancia es que Quiroga tenía asignado el infierno por mandato de Dios. Es decir, el día que muriese, sea cual fuere la causa de su deceso, ya tendría de antemano asignado el lugar donde tenía que presentarse.
Eso encierra un caprichoso fatalismo histórico imposible de ser modificado. Un juego carísimo a Borges: el respeto por el orden establecido, la condena de la historia, aunque el poema en cuestión es el intento por dar una versión de los hechos.
Un puñado de versos alcanzan para ubicar al personaje objeto del poema de lado de las sombras, es decir, de la barbarie, lectura que carece de originalidad porque Sarmiento ya lo había hecho en su obra capital, en 1845.
Borges se hace eco también de la tradición que arraca con el texto de Sarmiento según el cual el asesinato fue tramado por Rosas: “Y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel”.
AUNO 09-02-13
HRC
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