Lomas de Zamora, marzo (AUNO).- El aparato represor que empezó a gestar el terrorismo de Estado con la creación de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), en 1975, condicionó la estructura de los partidos políticos. Luego de la Masacre de Pasco, el entonces concejal Hugo Sándoval, por su condición de referente de la Juventud Peronista en Lomas de Zamora, debió abandonar su casa y alejarse de la militancia para cumplir un único objetivo: sobrevivir y mantener la memoria.
Visitar a la familia una vez por mes y de noche, tirarse de un colectivo y caminar kilómetros entre pueblo y pueblo por miedo a un pasajero que lo observaba de manera extraña, y vivir constantemente en busca de hospedaje y alimento, fueron algunas de las dificultades que vivió en su paso por la clandestinidad, hasta casi el final de la dictadura.
“En ese momento estábamos jugados. Teníamos la pastilla (de cianuro) en el bolsillo de la camisa y los compañeros que la usaron sabían que les iban a pegar, los iban a torturar y los iban a matar igual. Era preferible perder en combate y no perder entregado”, contó a AUNO
De esa época, Sandoval recuerda que volvía a Lomas de Zamora todos los meses, pero solo de noche. “Venía a ver a mi viejo, mi mujer y mi hija, que tenía 2 años. Yo no podía tener a mi hija conmigo. Hoy ella está pagando todo lo que pasó. Ahora estoy disfrutando con mi nieta lo que no disfruté a mi hija”, cuenta y entre lágrimas y con la voz entrecortada.
Para quienes habían sobrevivido a la matanza de Témperley, la construcción de la memoria era un objetivo irrenunciable y una amenaza persistente. “Mucho dolor y mucho honor”, sintentiza. “Si estoy vivo se lo debo a mis compañeros que no me delataron y a la gente anónima que me dio su casa para poder dormir y comer –-afirma—. Porque mis hermanos no me abrieron la puerta cuando yo estaba mal. Me la abrieron mis compañeros, sabiendo que si me mataban a mí los mataban a ellos también”.
Otra vida sacudida desde aquella noche de los fusilamientos fue la de Gloria Benítez, la única militante que el grupo de tareas de la AAA no secuestró de la casa del entonces concejal Héctor Lencina, una de las víctimas. Ella era pareja del cafetero del Concejo Deliberante y militante Aníbal Benítez y estaba embarazada. “No sabía que hacer, no tenía plata para irme, no tenía cómo moverme y era complicado estar en una casa porque la gente tenía mucho miedo”, revela.
Lo peor era “el temor del día a día, porque todos los días caían (morían o eran secuestrados) compañeros. Yo ayudaba en el comedor comunitario del barrio, colaboraba para que los chicos tuvieran la taza de leche. Después tuve que madurar de golpe, tomar conciencia y crecer humana y políticamente”, indicó a AUNO.
“Tuve la suerte de que compañeros del partido trabajaban e hicieron una vaquita para pagarme un alquiler –-destaca—. Luego conseguí un trabajo en una casa de familia e iba con mi nene en el cochecito hasta Lomas, y así fui pasando los meses.” Más allá de las carencias económicas, una incertidumbre se cernía sobre los días que pasaba en la clandestinidad: “Había gente que decía que Aníbal estaba (vivo) y otra que no lo estaba. Me acuerdo de que me decían que estaba en Solano, y entones yo empezaba a caminar y a caminar. Después me decían que lo habían visto por Lomas y era caminar y caminar de nuevo…”
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AUNO-20-03-15