«El arca», de Ignacio Gómez Bustamante, en el Espacio Leneas

Un hombre hundido en la vacuidad de la vida. Un grupo que viene a ¿salvarlo? ¿salvarse? Se expande una bacteria que reproduce la estupidez humana, y está por llegar el apocalipsis. Una obra con preguntas sobre la existencia.

Sorprendentemente, Ignacio Gómez Bustamante escribió El arca entre mediados de noviembre y comienzos de diciembre de 2019. El principal planteo de la obra es este: la bacteria Arquea Stupidia, descubierta en 2002 en un laboratorio de California, es muy antigua, pero su «velocidad de reproducción» y su «poder infeccioso» han aumentado en el último tiempo «a pasos agigantados». Se contagia por el agua, la saliva, el aire, pero sobre todo a través de otros mecanismos, como: la agrupación de más de tres personas que piensan lo mismo. La «diseminación de conceptos morales en forma de proverbio, sentencia políticamente correcta o slogan publicitario». Las redes sociales. La televisión.

Las moléculas que componen la bacteria llevan en su interior una «enzima específica»: la estupidez. De todas las formas de vida que pueblan el universo, la humana es la más vulnerable a este mal. La glándula hipofisaria es la encargada de producir anticuerpos contra la Stupidia, y su estímulo es: la palabra. Es decir que cada vez que el humano se comunica fluidamente mediante ella se producen anticuerpos.

El de El arca parece un texto posterior a la experiencia de la Covid 19 y desprendido de ella, ya que pone ante los ojos de sus espectadores el avance de otra posible pandemia aunque, más que biológica, mental, cultural, lingüística. Sin marcar una época clara, nos ubica en un punto temporal en que la «significativa reducción de palabras con las que el humano se comunica» o «la miseria lingüística que acota la cantidad de términos a sólo aquellos necesarios para la roñosa supervivencia cotidiana» ha dado por resultado una «híper proliferación de la idiotez humana». Antes, nos recuerda la obra, la gente era buena o mala. Ahora, simplemente, es estúpida. Y esto se tornó mortal.

La premisa es filosófica. El combo de elementos de la puesta es extraño, aunque no nuevo en la trayectoria del director y autor, que también es concertista de piano. Una idea jugada y urgente, palabras que por momentos se acomodan y entretejen en forma de poesía, cuerpos al servicio de una historia a la vez que nos muestran costados más cercanos a la danza o la danza-teatro, como cuando en ronda bailan «Youkali», de Kurt Weill (el músico que escribió óperas sobre textos de Bertold Brecht), interpretada por una de las actrices (Catalina Encabo).

Son muchos los actores y actrices, 19 en total, de la Compañía del Banfield Teatro Ensamble: Pablo Rodrigo Batista, Luciana Carusi, Sebastián Carzino, Santiago Castro, Agustina Echavarría, Encabo, Trinidad Ferrari, Julieta González, Nora González, Alejandra González Vidal, Ludmila Guida, Karina Iozzi, Bárbara Kuglien, Jonathan Facundo Lucero, Cristian Lukaszewicz, Sandra Sotelo, Martín Sutelman, Paula Tarsitano y Pablo Villamayor. Lo multitudinario es otro sello del artista. Cuando se amontonan de golpe en el alargado escenario del Espacio Leneas (Ramón Falcón 140, Lomas de Zamora) comenzamos a entender que todo lo que pasará tendrá que ver con la tensión entre lo individual y lo colectivo, una discusión presente, también, en Leviatán, otro espectáculo de Gómez Bustamante en cartel en el mismo centro cultural.

Yendo a la historia: está, por un lado, Cándido Sandoval (Castro), quien habla a la platea. Podría ser uno de nosotros, pero maneja un tono frío, distante. Es el protagonista. Un muchacho de 35 años que no se cree preparado para el amor, huye de él, se dedica a la Filosofía, termina un doctorado y compra en un lugar llamado El Carancho una casa con fondos heredados. Está decidido a «desaparecer», hundido en la vacuidad de la vida, cuando recibe un misterioso mail firmado por personas de distintas partes del mundo que le cambia los planes (aquí la obra parece anunciar que no falta tanto para que los aparatos lean nuestros pensamientos). Lo visitan, después, los también misteriosos miembros de una «hermandad» llamada El Arca. Son en su mayoría mujeres. Visten de negro y azul (el color del inconsciente y el de la percepción).  Lo alertan de la existencia de la bacteria Arquea Stupidia y pretenden transformar su hogar en un búnker ante la inminencia del apocalipsis. 

Aunque algunos de estos seres pronuncian todavía sus nombres, para ingresar al grupo (o la secta) se han despojado de sus historias e identidades. El Arca es, evidentemente, una alternativa que tiene sus costos. Y no sin semejanzas con aquella humanidad tan estúpida a la que critica, siguiendo, por ejemplo, sin poder discutir, los dictados de un tirano, su presidente (Batista). Una arista que habilita una lectura política en estos tiempos electorales. ¿Es aquello que se propone como distinto verdaderamente distinto a lo hegemónico?

En escena hay otros dos personajes cruciales: Cunegunde (Carusi), la prostituta que enamoró a Cándido, y Aldo (Sutelman), un techista que llega para reparar una grieta pero que finalmente es mucho más que eso. En El arca hay teatro dentro del teatro, un recurso con el que cierra su reflexión sobre las palabras, sus posibilidades y límites, y sobre la propia función de este arte.

-¿Cómo surge la escritura del texto? ¿Qué te motivó?
Ignacio Gómez Bustamante:- Fue medio casual escribirlo a fines de 2019. Hacía un montón de tiempo que tenía ganas de escribir algo sobre temas apocalípticos. Mi director de cine preferido es Tarkovski; sus últimas películas giran en torno a esto. Mi idea original era explorar qué hacen distintos personajes en sus círculos íntimos, sus vidas personales, cuando se sabe que queda poco tiempo, que ya no tiene sentido nada. Cómo se comportarían, qué nueva vida llevarían en el corto tiempo que queda. En 2019 ensayaba con un grupo de alumnos Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, y no funcionaba. Así que decidimos inventar algo nuevo y saqué de la galera esta idea y escribí esto. Terminó siendo, en vez de la vida de muchos personajes en un escenario apocalíptico, sobre la vida de uno y otros tantos que llegan a su casa. Lo de la bacteria y la epidemia fue completamente casual. La estrenamos en diciembre y en febrero pasó lo del Covid y el encierro. El único dato que se menciona en la obra que puede aludir a una contemporaneidad es lo de las redes sociales y la televisión. Tanto por los vestuarios como por lo que se dice podría transcurrir en 1940, 1950.

-¿Qué relación encontrás entre el teatro y la filosofía?
-No creo que sea algo propio. Siento que me dejo llevar por la corriente. Tanto el cine como el teatro en el siglo XX han abrazado a la filosofía. Los temas que se tratan en el cine y el teatro casi como que no pueden prescindir de lo filosófico. Si se trata de teatro serio, que no es comercial, que apunta a algo más profundo, tiene que sumergirse en temáticas que son siempre materiales de filosofía. En lo filosófico, espiritual, sociológico, histórico, las cosas de la vida que importan, los temas trascendentales. Mi papá era filósofo y doctor en Filosofía de la UBA. Mi mamá también. De modo que sé que lo que yo hago no es exactamente eso: Filosofía es una cosa mucho más densa, de Hegel, Kant, Spinoza y textos que son imposibles de entender en una primera lectura. Acá son más que nada juegos de preguntas y respuestas sobre la existencia.

*El arca se presenta los sábados a las 21, hasta el 11 de noviembre. Leviatán está los domingos a las 18.

AUNO-14-10-2023
MDY

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