La Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin) se creó en 1993 bajo un objetivo: comenzar a trabajar desde la Argentina para quebrar la desnutrición infantil y sus causas. Es un plan con amplia proyección, ya que la idea de quienes lo desarrollan es extender la propuesta a los demás países latinoamericanos. Abel Albino, director de la entidad, comentó a AUNO que los centros de prevención ya están funcionando en diversos puntos del país, como Córdoba, Buenos Aires, Rosario y Tucumán.
“El trabajo que nosotros proponemos es un abordaje integral de la problemática social que da origen a la pobreza, ya que la desnutrición es el resultado final del subdesarrollo”, subrayó. “En un principio no pensamos que lo que estábamos haciendo era una experiencia única en el mundo”. Esa tarea se trataba, ni más ni menos, “de dar una respuesta concreta a problemas concretos”.
Si bien la organización también se ocupa de la recuperación de chicos –de hecho, instaló el primer hospital de desnutridos del país-, el eje prioritario es educar para la prevención. De este modo, se trabaja con la comunidad a partir de 13 programas. Algunos de ellos emprenden la tarea de estimular la lactancia materna, mientras que otros brindan educación nutricional.
Sin embargo, el acento también está puesto en áreas que, a primera vista, no parecen guardar una vinculación directa con los problemas nutricionales, como por ejemplo, apoyo en lectoescritura, y talleres de oficios para padres, además de un ropero familiar. Una segunda mirada muestra que, en realidad, son herramientas necesarias para abordar la desnutrición de manera global.
Para ilustrar la importancia de este abordaje, Albino señaló que las mamás que asisten a los centros de prevención manejan 180 palabras, “cuando lo habitual es dominar 10 o 15 mil palabras diarias: sus hijos se desenvuelven con 40”. Esto deriva en una situación muy angustiante: “El nene llega a la escuela, la maestra dice ‘saquen una hoja’, les plantea la tarea y el chico no entiende de qué se está hablando”, lo que provoca altas tasas de deserción.
“Realizamos una experiencia con sesenta chicos que habían pasado por nuestro centro y un grupo de control –comentó- Entre nuestros chicos, el cien por ciento pasó de grado, y en el otro lo logró el 53 por ciento. En nuestro grupo, todos leen y escriben. En el otro, el 59 por ciento es analfabeto. Procuramos que tengan manejo del vocabulario, al menos de 3500 palabras”.
Los chicos que pasan por los centros de prevención tienen hasta cinco años. Provienen de un ambiente de “extrema pobreza, donde no hay colores: es un lugar depresivo”, apuntó Albino. “Hay desnutrición si hay desempleo, nunca se come bien en una casa si el papá no tiene trabajo. Esto es casi diabólico, hace más de 60 años que estamos manejados por gente que no tiene estatura moral”, opinó.
En este sentido, añadió que “siempre se habla de modificar los planes educativos, algo que es secundario, porque ¿a quién se va a educar si no hay cerebros?: es como tener una semilla sin un lugar donde sembrar”, ejemplificó. Es que el cerebro, al año y medio de vida “ya está formado, es una etapa clave para la recepción de estímulos. Políse es el plazo para actuar”.
De otro modo, comparó Albino, “es como volver al camino un auto que desbarrancó: estará dañado, abollado”. La metáfora, aplicada a la desnutrición infantil, trae aparejada una triste consecuencia: “se traduce en una falta de respuesta de la sociedad. Es fundamental abordar esto a tiempo”.
AUNO 19-7-04 db mar