Hablar de desnutrición es hablar de un nivel deficiente de ingesta de alimentos. Una dieta rica en harinas y grasas sacia el apetito y deja la panza llena, pero no aporta las proteínas necesarias para el desarrollo ya que son las únicas que el cuerpo no puede fabricar por sí mismo. Así lo entiende la nutricionista Leticia Vasarhelyi, para quien el hecho de que “los chicos no coman lo que debieran comer” convierte a la desnutrición en “una situación natural”.
A la hora de estratificar los cuadros de esta enfermedad, cada cuatro kilos por debajo del peso normal se incrementa en un grado la peligrosidad de la patología, de modo que de menor a mayor gravedad se diagnostica subdesnutrición o desnutrición de grado uno, dos, tres y cuatro.
“Cuando un niño está desnutrido, así como crece poquito su cuerpo, lo hacen sus órganos y, por supuesto, el cerebro. Es decir que sin necesidad de alcanzar los grados mayores (de desnutrición) podemos llegar a tener una generación de débiles mentales”, expresó Vasarhelyi, en referencia a las consecuencias de esta afección.
Erradicar la pobreza extrema y el hambre es uno de los ocho objetivos para el tercer milenio que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se propone alcanzar para 2015, pero en el sur del Conurbano la realidad parece traducirse en la falta de recursos para satisfacer las necesidades básicas y en el temor por denunciar que los niños están desnutridos.
Según Vasarhelyi, muchas de las familias que ha atendido tienen miedo de demandar una ayuda estatal porque “temen que les saquen a sus hijos”, situación que puede volverse cómplice silenciosa de la contracara estatal la médica señala: “Hay una insensibilidad en las personas, una negativa, como si el problema no existiera. Hay una necesidad política de ocultarlo”.
MNL-NV-AFD
AUNO-25-07-08
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