Tiene puesto un pulóver cualquiera, casi viejo, que seguramente ni miró al ponérselo; y no tiene importancia. Habla rápido por momentos, se entusiasma. Puede que en mitad de la frase se detenga para remarcar esa idea que ronda toda la charla: “Hacemos solamente lo que nos gusta”.
Ariel Bermani, de Burzaco, es fundador de Conejos, parte de La Coop un grupo de editoriales independientes que se formó en el 2015.
¿Abandonaste el sur?
Abandoné el sur hace 20 años físicamente. Después tuve una vuelta breve, volví por 3 años. Hay un poema que me gusta mucho que dice: “me fui de Temperley porque en Temperley no había astronautas”. A mí me pasó eso también. Lo abandoné físicamente pero no intelectualmente. Seguí escribiendo sobre el sur, pero no podía vivir en el sur porque yo quería ser astronauta (risas). Y para ser escritor también el conurbano es más difícil. Tenés menos posibilidades, estar viajando todo el tiempo a Buenos Aires…
En la novela Furgón (Paisanita Editora) aparece el sur, pero hacia el final se desdibuja. Hay un corte hacia otra dimensión, como una despedida. En la novela Agua (Zona Borde) también.
Y sí, puede ser que sea un corte, eh… porque las cosas que escribí después no hablaban del sur. Pero ahora tengo novelas inéditas. Una es la continuación de Leer y escribir, mi primera novela. El personaje es Bartel que vuelve al sur después de 30 años. La última que escribí, con una beca del Fondo Nacional de las Artes, trata de alguien que vive acá pero investiga sobre un desaparecido de Adrogué. Tal vez quise cortar con el sur en ese momento. Pero aunque no pueda vivir ahí, el sur aparece en mi literatura.
Cuando volvió a trabajar al sur, viajaba con su bicicleta en el furgón del tren Roca para dar talleres de lectura y escritura en Adrogué. Todavía hoy va a todos lados con su bicicleta. Para la natación no tiene tiempo: ya casi no va. Sus novelas reflejan esas experiencias: cada momento es material para su literatura. Dice que en apariencia su escritura es simple pero que por debajo hay otros elementos.
“No lo voy a decir, no lo voy a narrar, pero se intuye algo que no te esperás, algo que te conmueve”.
Cuanto más simple, más complejo. “Para qué dar tantas vueltas, si se puede resolver enseguida”. Así le gustan los textos también. Tal vez por eso su entrada al mundo editorial fue con sus propios alumnos del taller.
En 2010 creaste Conejos, tu propia editorial ¿Cómo surgió la idea?
La armé con tres chicos que eran alumnos de taller. Les dije: hagamos un sello para la gente que recién empieza. Ellos no tenían nada editado, arrancamos así, con un libro de cada uno de nosotros como para darle el primer impulso. Debutaron en la editorial Paula Brecciaroli, Bruno Szister y Facundo Soto.
¿Te basaste en algún modelo? ¿Qué sabías sobre el tema?
No teníamos la menor idea. Nos habíamos ido al Tigre un fin de semana, la pasamos bien todos y dijimos: hagamos una editorial a ver qué onda. Fue una petición de deseo. Y después dijimos ¿Cómo se hace una editorial? (risas). Nos pasamos un verano corrigiendo nuestros textos. No estábamos capacitados para corregir y editar a nadie; nos corregimos entre nosotros.
¿Cómo financiaron ese arranque?
Pusimos un poco de plata cada uno y con la venta de esos cuatro libros seguimos haciendo libros. Ya vamos por 19 en el sello, y siempre así, con la plata de la venta de un libro hacemos otro.
¿Esa sigue siendo la forma de manejar la editorial? ¿No quieren ganar plata?
Se ríe por un segundo. Después se pone serio, firme.
-No.
No porque… no es que no queremos, es que no podemos, si hacemos tiradas de 300 a lo sumo 500 ejemplares, no entra un flujo de dinero grande y si empezás a sacar plata de ahí te quedás sin plata para editar.
Conejos es una editorial amateur, pero con una concepción profesional. “Hacemos libros muy cuidados, son objetos lindos, las tapas siempre son pedidas a dibujantes que las hacen especialmente. Y pagamos a todos, al diseñador, al dibujante. Al escritor le pagamos las regalías del 10% cada seis meses. El dinero que sacamos de la venta lo usamos para pagarles a todos. No nos pagamos a nosotros mismos porque no hay tanto. Además es una elección, esto le da al proyecto un carácter más amateur, más puro, que es interesante, es lindo. Es puro amor a los libros.”
¿Y quieren seguir así?
Sí, porque nosotros publicamos solemente los libros que nos interesan. Hacer otro tipo de negocios con la literatura llevaría a publicar libros que pueden llegar a vender, pero que no nos gustan tanto. Apuntamos a una literatura al long seller no al best seller, a ese libro que va goteando lentamente y se va moviendo moviendo…
¿Qué mecanismos ayudan a ese movimiento de los libros?
Internet te da mucha visibilidad, las ferias en todo el país, las lecturas. Y este fue el segundo año que estuvimos en la Feria del Libro. Nos movemos un montón, pero siempre con ese concepto de que lo que hacemos es porque nos gusta, no vamos a publicar algo que no nos guste, o hacer algún tipo de esfuerzo económico que puede llegar a ser favorable pero que sabemos que va contra nuestra concepción. En algún momento recibiremos algún tipo de subvención estatal y eso no lo vamos a rechazar, pero siempre con el concepto de seguir haciendo libros. La idea de catálogo a largo plazo.
Son una editorial independiente que forma parte de un grupo. ¿Eso implica ceder en algo? ¿Se pierde un poco de independencia para ajustarse al grupo?
Nada. No se perdió nada. La Coop es el espacio para estar en ferias, para la distribución, pero cada uno trabaja por su cuenta, hace los libros que quiere. La Coop es la oportunidad de acortar caminos.
Pero tienen que aunar algún criterio, son un grupo…
El criterio que aunamos es que tenemos la misma concepción de la edición, no le cobramos a los autores, seguimos haciendo libros, publicando cosas nuevas. Eso es común para todos. Después hacia adentro cada uno hace lo que quiere. Publica la cantidad de libros que quiere y puede.
¿Cómo llega un autor a publicar en tu editorial?
Los textos llegan de distintas maneras. Vamos pidiendo, nos recomiendan, nos llegan por mail y vamos viendo qué nos interesa más, o no. Además hicimos un concurso con Paisanita Editora y eso nos dio mucho material. Ya vamos a publicar el cuarto libro editado a partir del concurso Bernardo Kordon.
Vos sos escritor antes que nada.
Por supuesto.
¿Esta nueva tarea de editor le resta algo al escritor?
No, al contrario. Me organiza mejor. Porque para mí escribir, dar talleres y editar es todo parte de lo mismo. Dar talleres me organiza para corregir mejor mis propios textos; editar también me sirve para eso. Todo va en relación a mi propia escritura. Son actividades complementarias, no me bloquean, al contrario, me potencian. Yo leo algo que me gusta y me dan ganas de escribir, y si no me gusta me dan ganas de corregir. Eso te agiliza mucho la mirada y te da un nivel de rapidez mental para ver los problemas en el texto del otro que es asombroso.
En tus novelas se deja entrever siempre un escenario social y político particular ¿Cuál sería hoy ese escenario?
Mis novelas no están fechadas, no están en las coyunturas; son atemporales. Yo siempre trabajo con personajes que están en los márgenes, con los que están desclasados, los pobres, con personajes del conurbano. Siempre mi elección pasa por ese lado: con los que perdieron. Ahí está un modo de ver la sociedad. No me interesan los ganadores ni los ricos ni los empresarios, me interesan los tipos que no tienen futuro. No lo hago por demagogia sino porque me identifico más con esos personajes que están al borde de la nada. Esa también es una mirada política si querés.
Sí, esa identificación con el antihéroe no es impostada. Como tampoco lo es su postura frente a la lógica del mercado. Nadie lo mueve de su “edito lo que me gusta”, o del “creo en lo que escribo”. La apariencia simple de la complejidad.
Volviste a la poesía con “No sé nada de ballenas”.
Necesitaba volver a la poesía. Yo estoy cada vez más cerca de la poesía también en narrativa, tiene que ver con el trabajo del lenguaje. La poesía es la base de la literatura. Me gusta hacer novelas, pero cuando las termino, para no dejar de escribir, hago poesía.
A los autores “consagrados” parece que les gusta tener algún contacto con la movida independiente. Como editor, ¿te interesan esos autores?
La consagración mediática o del mercado es tan relativa… Eso no determina nada, no significa que sean mejores, no marca una diferencia de calidad. A mí lo que me interesa es tener a los autores que tengo (risas) que por algo los publicamos. Nosotros apostamos a una literatura nueva.
¿Las editoriales independientes, vos, buscan crear un circuito de literatura de culto?
No, ¿para qué? Hacemos algo que nos divierte, que nos da placer, bueno lo que pase con eso no sé. Es igual que con la escritura, cuando vos escribís no sabés que va a pasar, no te importa demasiado. Si esos libros van a tener algún tipo de circulación especial, si son libros de culto o lo que sea. Yo creo en lo que escribo y en lo que edito, lo demás no depende de mí.
¿Cuál es el futuro de las editoriales independientes?
Seguir adelante. En mi editorial nos fue bien, nos fue bien porque estamos acá, eso es lindo porque hay muchos lectores que no llegan a nuestros libros y ahora llegaron. Hay muchas notas de prensa, estamos en todos lados (risas). Eso es la prepotencia del trabajo, tenemos cada vez más presencia, más lectores, más visibilidad. Ahora… que va a pasar después con esto no sé, nosotros seguimos haciendo libros. Yo no pienso en el futuro, no me importa demasiado.
Ficha:
Ariel Bermani nació en Gran Buenos Aires, en 1967. Desde hace varios años coordina talleres de lectura y escritura. Es autor de las novelas: Leer y Escribir, segunda mención en el premio Clarín en 2003 (Interzona, 2006), Veneno, premio Emecé en 2006 (Emecé, 2006), El amor es la más barata de las religiones (Hum, 2009), Quedarme acá (Eloísa Cartonera, 2014), Furgón (Paisanita Editora, 2014) Agua (Zona Borde, 2015), Procesos Técnicos (Paisanita Editora, 2017). También publicó el libro de cuentos Ciertas chicas (Editorial Conejos, 2011) y un libro de crónicas Inoci wa takara – La vida es un tesoro (Postales japonesas, 2010). Parte de su obra fue traducida al hebreo y francés. Acaba de presentar No sé nada de ballenas (Santos Locos, 2017), su primer libro de poesía después de 30 años. Con su editorial Conejos forma parte desde el 2015 del grupo de editoriales independientes La Coop.