El Che Guevara, historia de dos fotografías

La espontaneidad y el retratismo de Alberto Korda y la puesta en escena de Freddy Alborta: dos fotógrafos, dos escenas, dos estilos y la inmortalidad de una imagen. En octubre se cumplen 45 años del asesinato del argentino-cubano.

Gabriela Pirlo

Lomas de Zamora, ago 23 (AUNO) – El próximo 9 de octubre se cumplirán 45 años del asesinato de Ernesto Che Guevara ocurrido en Bolivia, aunque su imagen ya había sido capturada por el lente de una máquina que el paso del tiempo logró inmortalizar de manera universal.

Todos sabemos que la famosa fotografía del Che la tomó el cubano Alberto Korda, pero ella estuvo siete años en archivo del Gobierno de Cuba que había surgido como parte de la revolución de 1959.

Después de estar esos años guardada, un editor italiano la rescató, la llevó a su país y la publicó en un medio de allí.

El índice ocioso seguramente que dudó un momento, mientras el lente de la cámara fotográfica jugueteaba por entre la gente que asistía a un acto callejero en homenaje a los muertos en un sabotaje en la Habana.

Era 1960, año de pólvora, muerte, sacrificios, inmolaciones y destierros, donde la utopía ya real de la nueva nación socialista, igualitaria y solidaria todavía peleaba contra los fraticidas a sueldo ante la consternación internacional.

El índice de pronto se puso rígido al descubrir una figura luminosa, atlética, casi sobrenatural, con su mirada perdida de ensueño; la pupila experta ordenó gatillar y el dedo bajó sumiso hasta la impresión póstuma, aquella inmortalización gloriosa e incalificable que elevaría al Che al pedestal de inmortales a partir de 1967.

Ya no sabremos qué impulsó a Korda gatillar sobre la humanidad aventurera del doctor Ernesto Guevara de la Serna una tarde destemplada y ventosa en la revolucionaria Habana del ‘60.

Beavoir y Sartre, ¿desapercibidos?

No sabremos tampoco por qué esquivó asumir el compromiso obvio de retratar a los ilustres visitantes que acompañaban a Guevara (Simone de Beavoir y Jean Paul Sartre); y, en cambio, direccionó su lente romántica hacia el rostro juvenil, austero y monumental del aristócrata argentino devenido en guerrillero.

La cara irreverente y triunfal de Guevara, que busca en la letanía de sus ojos oscuros el espíritu innegociable y redentor de la Cuba liberada, permaneció en las sombras de algún archivo alborotado por las fuerzas imponentes de la nueva Nación hasta casi su muerte.

El editor italiano que se hizo de la foto, como una premonición, publicó la famosa imagen una semana antes de que el fotografiado fuese asesinado en Bolivia.

La publicación de la fotografía de Korda, al mismo tiempo que llegaban noticias de la muerte del Che, no hizo más que elevarlo como icono juvenil, provocador, mítico y revolucionario en todo el orbe.

Pero el tiempo ha hecho estragos con la fotografía de Korda: reducida a comercialización hedonista y despreocupada, vació su contenido ideológico en pos de la repetición y la descontextualización en extremo.

Sin dudas Korda, fotógrafo disciplinado por siglos de retratismo europeo (entre cuyos maestros están Velazquez, Da Vinci, Miguel Ángel, entre otros), no se dio cuenta de la imagen irreal y virtuosa que su lente capturó sin proponerlo.

No hay en la imagen de Korda un mínimo atisbo de la construcción de un cuadro, del armado de una escena; sino solo el robo de un instante a un gigante de leyenda, pero irremediablemente humano.

Otro fotógrafo, Freddy Alborta, saltó a la fama al mismo tiempo que la imagen de Korda, pero para eso tuvo que preparar la escena del crimen.

Una de las fotos tomadas por Alborta, en la que se ve al Che yaciente y eterno sobre dos piletones en un cuarto de Vallegrande, Bolivia, rodeado de improbables curiosos y militares cabizbajos, no hizo más que aumentar la construcción simbólica y mística del doctor Guevara.

Pero a diferencia de Korda, el fotógrafo Alborta construyó la escena, es decir, una magnífica recreación de la ‘Lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp’, de Rembrandt.

Todo indica que el fotógrafo digitó a los personajes retratados, pues sus posturas ficticias y teatralizadas se inclinan en estudiada postura hacia el cadáver previamente puesto de tal manera que se pudiese maximizar el golpe estético y la luminosidad.

El armado pictórico de Alborta, cuyo modelo logra salirse de los abismos morbosos del martirio, superó a la imagen de Rembrandt en realismo y voluptuosidad: la desmesura auténtica de un hombre que se inmortalizó sin proponérselo.

Alborta y el estertor réprobo como espectáculo: la simulación de la espontaneidad monocorde de los grises protagonistas de la exposición del cadáver y el pragmatismo de la imagen fabricada para su comercialización, aun conservan la fuerza simbólica de la mística del amor desenfrenado del doctor Guevara por la América desigual y marchita, la que amó con locura hasta que la metralla acabó con él en la escuelita de la Higuera.

Y la hermosa foto de Korda, espontánea y varonil, no ha logrado más propósito que ser despojada de su real significación política.

AUNO 23-08-12
GP-HRC

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