Andá, Estela, abrazalo

La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo recuperó luego de 37 años a su nieto, Guido, hijo de Laura y Oscar Montoya. Una mirada sobre una historia de lucha incansable, a fuerza de memoria, justicia y vida.

Alejandra Fernández Guida

Lomas de Zamora, agosto 5 (AUNO).- ¡Apurate, Estela! Apurate que cuesta llegar y tu paso es cada vez más lento. Dale, Guido, hacelo, sacate la duda. Te están buscando. Ella lo buscó; él la encontró. Le dicen Ignacio, pero se llama Guido. Guido Montoya Carlotto. Hijo de Laura Carlotto y de Oscar Montoya. Nieto de Estela.

Aplaudamos. Más fuerte, así nos escucha. Ahí está. Aparece sobre los hombros de las Abuelas, las Madres, los treinta mil. Lo esperan los vivos, también los muertos. Acá arriba se llora el encuentro, mientras abajo los huesitos bailan. Están de fiesta. Apareció Guido, el hijo de Laura y Oscar. El nieto de Estela.

En esta búsqueda, que duró más de 36 años, Estela siempre habló de Guido como si todos los domingos hubiese estado sentado en su mesa de la casa de Tolosa. Nunca fue un extraño. Es el hijo de Laura, la mujer en pausa. La de los ojos grandes y negros.

Él estaba presente, ahora y siempre, kilómetros adentro y con otra identidad. Estaba lejos, pero escuchó los aplausos. Un ruido cada vez más fuerte. Tan insoportable que un día se acercó a preguntar si era a él a quien estaban buscando. Sí, era a él y a otros cuatrocientos.

Se buscaron siempre, se encontraron a tiempo. Estela ya no es la maestra del barrio. La militante reprimida debajo de un traje de ama de casa. Guido ya no es el bebé que en 1978 congeló su historia. El joven de los puntos suspensivos. Ahora Estela es la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Ahora Guido es el nieto de Estela. El hijo de una lucha.

“No nos han vencido”, gritan los otros Guidos en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Estela se asoma. La abrazan los nietos, los hijos, los flashes. El sonido, nervioso, se entrecorta. La ansiedad crece; Estela, como siempre, parece la más tranquila.

“Ya tengo a mis 14 nietos conmigo. La silla vacía va a estar con él, los portarretratos vacíos, que lo están esperando, van a tener su imagen. Es hermoso, es un artista, un chico bueno”, dice Estela, que sonríe con las palabras.

Hoy es 5 de agosto de 2014. Pasaron más de 36 años desde que Guido nació en el Hospital Militar, donde su mamá dio luz esposada a una camilla. Pasaron 36 años desde que Laura miró a los ojos a los milicos y les dijo: “Mi mamá no se va a olvidar de lo que están haciendo y los va a perseguir”. Pasaron 36 años y Estela nunca dejó de aplaudir fuerte en la cara de los torturadores, los jueces cómplices, los apropiadores.

“Querido nieto, qué no daría para que te materialices en las mismas calles en las que te busco desde siempre. Qué no daría por darte este amor que me ahoga por tantos años de guardártelo. Espero ese día con la certeza de mis convicciones sabiendo que además de mi felicidad por el encuentro, tus padres, Laura y Chiquito, y tu abuelo Guido desde el cielo, nos apretarán en el abrazo que no nos separará jamás”, escribió “la abuela de la amor” —como la llaman algunos militantes— hace un par de años. Andá, Estela, abrazalo. Ahí lo tenés. Poné un plato más, que este domingo sí va a comer a casa.

AUNO 05-08-14
AFG-MFV

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