La famosa novela del escocés Robert Louis Stevenson, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, trata sobre una persona que durante el día es un hombre ejemplar, médico, educado y culto, pero por la noche se convierte en un ser aborrecible, lujurioso, que hasta es capaz de matar sólo por el placer de hacerlo.
Estos dos personajes conviven en una misma persona, el bien y el mal, según la moral victoriana de esos tiempos. La represión ahogaba y los hombres para dejar actuar sus instintos más viles tenían que ocultarse detrás de un disfraz.
Aquí en Buenos Aires acaba de morir un hombre que sufría la misma enfermedad que el personaje de aquella novela, pero al revés.
Fernando Peña cuando se disfrazaba era Jekyll: Inteligente, talentoso, sensible con los más débiles del sistema, como con su personaje del villerito Palito, compasivo con la travesti y descarnado con esos políticos que nos avergüenzan como con Rafael Orestes Porelortis.
Era amoroso con el tachero que tomaba su vermut y conversaba con su viejita que se había ido antes que él. Repudiaba a los oligarcas y su egoísmo siniestro con Martín Revoira Linch. Y la mejor, para mí, la Milagritos López, una cubana erótica a rabiar que amaba el bolero más que a los hombres.
Todos sus personajes encarnaron una verdad. Y lo más hermoso de Peña es que nos hacía reír.
Todo hasta aquí va bien, pero Peña, cuando era Peña, era Mr. Hyde y sufría de los más horribles defectos, hasta llegar a ser en algunos casos tan aborrecible como Mr. Hyde.
Era vanidoso, racista, mediático, facho, chupamedias de Mirta Legrand, buchón de putos, gorila, moralista, morboso, egoísta, creía en estupideces y las repetía a viva voz como que un país en serio se lograría cuando uno tuviese un pasaporte en un día.
Era un cagón porque llamó a la casa de Luis D’ Elía y atendió el hijo de 14 años y le hizo pasar un mal momento en una radio. Soberbio hasta el hartazgo, hasta se atrevió a dedicar una carta a la Presidenta para decirle que D’ Elía le dijo sorete. Mal educado, procaz: le gustaba hacer gala de su adicción a las drogas y su promiscuidad.
Pero estos defectos de Peña, no son importantes, era humano. El problema de Peña era que a los medios de comunicación le gustaba más cuando era Peña que cuando era su disfraz. Contrariamente a la moral victoriana, que para mostrar la maldad hay que disfrazarse, los medios y sobre todo la televisión, prefieren mostrar personas reales.
Para los medios de comunicación actuales el Peña persona real, era un héroe y se lo trataba de polémico, desfachatado y el infaltable transgresor. En cambio, sus personajes no interesaban tanto, los hacía en radio y tuvo un gran programa en la televisión pública.
Quizá el Peña verdadero encarnaba la moral mediática actual, pero de eso Peña no tenía la culpa. Lástima que se fue tan joven el extrañísimo caso.
AUNO 18-06-09
VR-HRC