Hace un par de fechas, en la previa del partido contra Vélez, el “Gallego” Sebastián Méndez, entregó una buena definición en la charla con AUNO. “El grupo es transparente, es lo que se ve”, consultado sobre las bondades que ayudan desde fuera hacia dentro de la cancha. Esa frase sirve como disparador para comprender mejor este gran presente del equipo.
¿Qué es eso que Méndez dice que se ve? Un grupo hermético. “Son muchachos de perfil bajo”, dice Julio César Falcioni y lo refuerza al señalar que a cuatro fechas de escribir la página más gloriosa de la historia del club, nada parece haber cambiado en el ánimo de este sólido plantel. “Yo veo a los muchachos y estoy tranquilo”, tira “Pelusa”, cultor de esa manera de acompañar los momentos. Este grupo hermético al que rápidamente hay que adosarle el calificativo de trabajador, se empezó a forjar en Mar del Plata, durante la pretemporada. Por ese entonces los dirigentes le buscaban destino a Walter Erviti. Y Falcioni se lo encontró. Le dio la camiseta número 10 y la conducción del equipo para que el mediocampista lo manejara a su gusto.
Y a ese grupo hermético y trabajador, que soportó entre risas e incredulidades la rutina preparada por el profe Gustavo Otero porque según escuchaban le serviría para aguantar cada partido hasta el final durante todo el torneo, se le sumaron algunas piezas. Pero sólo algunas. Las que faltaban en el rompecabezas. Sebastián Méndez, Marcelo Quinteros, Julio Marchant, Roberto Battión y Santiago Ladino. Todos –en menor o mayor medida- obreros del fútbol. El primero venía de defraudar en su última etapa en San Lorenzo y de amagar con el retiro. El segundo había descendido con San Martín de Tucumán, lo mismo que Ladino, que se había ido a la B Nacional con Gimnasia de Jujuy. Marchant llegaba del fútbol uruguayo y sus primeros pasos en Boca quedaban muy lejos. Y Battión, que había pegado la vuelta de Grecia para ver si conseguía continuidad en un club del fútbol argentino.
Entonces este grupo hermético y trabajador se empezó a acoplar en base a solidaridad. Quinteros sabía bien que no podía jugar igual que Nicolás Bertolo pero, a su vez, sabía que podía cumplir al pie de la letra el guión que Falcioni diseñaba para él según cada partido. Y lo hizo. Méndez sabía que lo mirarían de reojo y no tuvo reparos en ganarse un lugar a los empujones, para ir consolidándose de menor a mayor como patrón. Y así todos. “Lo que me da placer es ver cómo corren, cómo se matan todos mis compañeros”, afirma Cristian Lucchetti, el principal responsable del arco menos vencido del campeonato. “El Laucha” aclara rápidamente que esa marca “no sólo es mérito de la defensa” sino que “empieza en los dos de arriba (Santiago Silva y Sebastián Fernández) que se matan corriendo”.
Y desde el arquero a esa dupla uruguaya, se refleja otra etiqueta de ese Banfield. Es letal. Juega bien en las áreas, ahí donde se definen los partidos. Sabe que necesita pocas chances para lastimar al rival. Sabe que el rival necesita de muchas chances para lastimarlo. Y juega a su juego. “No me molesta que digan que Banfield no luce, si estamos primeros es porque somos el mejor equipo”, explica Julio Barraza, el castigado marcador de punta derecha que, hace unos pocos meses, pensó en dejar el fútbol y Falcioni rescató para convertirlo en otra pieza –tan importante como el resto- de este rompecabezas.
Walter Erviti para la pelota y también opina sobre el juego del Taladro. “Somos efectivos. Aprovechamos que tenemos dos delanteros que están pasando un momento bárbaro”, analiza el 10 y ejemplifica para que quede bien claro. “A Silva le tirás una sandía, la baja con el pecho y la manda a guardar”.
Así anda este Banfield. En la fecha 15 llegó el quiebre, como venía adelantando Falcioni hace rato. Ahora quedó solo en las alturas. “Mejor, dependemos de nosotros”, dice el petiso Sebastián Fernández, el rebelde del grupo. Mientras que el colombiano James Rodríguez, más serio y tímido desea “seguir por este buen camino y tratar de definir la historia cuanto antes”.
Al sueño le quedan cuatro estaciones. Pero el mensaje es transparente, como el grupo. “Hay que ir partido tras partido”, guía Julio César desde el banco. Y lo sigue el resto. “Si te digo que vamos a salir campeones y después no salimos, soy un tarado”, sentencia Santiago Silva, con la misma contundencia que lo caracteriza como goleador del campeonato.
Banfield es un equipo sin vergüenza. No le teme a las presiones pero tampoco a reconocer sus miedos. No se siente más que el resto, simplemente porque no lo es. Reconoce defectos y por eso intenta potenciar virtudes. Rescatan al grupo por sobre todas las cosas. Ese grupo que grita en el vestuario al ritmo Leo Mattioli, Jambao y ¡hasta Sergio Denis! El mismo que puertas para afuera mezclará modestia con convicción y que, puertas adentro, cuando están por salir a la cancha, explota en un “pogo” que ya se convirtió en ritual, en el que titulares y suplentes chocan fuerte y se golpean “para salir más eléctricos”, según cuenta Silva.
Con eso le alcanza para estar coqueteando con la historia. Para ser el mejor equipo del campeonato. En apenas un par de semanas se sabrá si concretó el encuentro. Pero Banfield hace rato que le mostró sus credenciales al resto. “Es lo que se ve”, dijo Méndez. Ni más ni menos. Le guste a quien le guste.
AUNO-25-11-09
MV-LDC
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