Todos juntos, ese clásico de Los Jaivas, sonó el sábado por la noche en el escenario de la avenida 9 de Julio como una réplica de la versión original, en la década del ’70. Y podría decirse ahora, también, que fue una suerte de vaticinio de lo que ocurrió en las horas que siguieron: todo un pueblo –o casi todo— seducido por la celebración, ya sea en la calle o desde las pantallas de televisión.
¿Cuántas veces en los últimos 50 años salió tanta gente a la calle y se reunión e un mismo lugar? El retorno a la democracia, el 10 de diciembre de 1983, frente al Obelisco, como celebración; la Semana Santa de 1987, como compromiso en defensa de esa democracia. ¿El campeonato Mundial de 1978, esa fiesta en medio del genocidio? O, más atrás, el 20 de junio de 1973, en el regreso de Perón a la Argentina, cuando también se pudo viajar gratis desde el interior y millones de personas –se estimó—llegaron hasta Ezeiza.
Mas allá de las comparaciones, de saber si fue o no la más grande concentración popular, la celebración del fin de semana va a pasar a la historia como aquella en que, en una sociedad donde los medios de comunicación tienen la virtud de acercar el acontecimiento hasta el hogar, hubo millones que no se conformaron –no nos conformamos— con mirar el espectáculo por TV. La cosa era estar ahí, poner el cuerpo, aún corriendo el riesgo de no poder entrar a un stand o de quedar lejos del escenario. Fue un compromiso con lo que estaba pasando –la celebración, pero también más que eso— y una ilusión sobre lo que puede llegar a pasar.