Lomas de Zamora, diciembre 13 (AUNO).- En lo más alto de la “Bombonera”, ahí donde los claustrofóbicos se exponen a una tortura de 90 minutos, ahí estaban ellos dos. Contra la pared que da el Riachuelo, en esa especie de pasarela por la que desfilan los hinchas visitantes antes de toparse de frente con el mítico escenario. Pensar que había costado tanto conseguir aquella entrada y ahora le daba la espalda al partido. En realidad, por ese entonces ya no había partido. Eran 22 jugadores corriendo detrás de una pelota, sin un objetivo claro pero con la evidente ambición (un cóctel de tensión, emoción, miedo, nervios, ahogo) de que todo terminara (para bien o para mal) de una buena vez.
Y ellos dos ahí, contra la pared. El policía con su radio y el hincha con su mente en blanco. Cristian Lucchetti; Julio Barraza (después Santiago Ladino), Sebastián Méndez, Víctor López y Marcelo Bustamante; Marcelo Quinteros (Julio Marchant), Roberto Battión, Walter Erviti y James Rodríguez (Cristian García); Sebastián Fernández y Santiago Silva. También Enrique Bologna, José Devaca y Emmanuel Pío, que esperaron en el banco. También Maximilano Bustos, ayudado por dos muletas. Y el esencial aporte del cuerpo técnico encabezado por el maestro mayor de obras, Julio César Falcioni.
Y ellos dos ahí, contra la pared, de espaldas al 2-0 de Boca que sería inamovible. Fue una campaña enorme de un grupo que soñó con la estrella antes de que nadie se lo hubiera imaginado. El golazo de Erviti contra Estudiantes, la remontada en cancha de Independiente, el fierrazo de Fernández (nada de Papelito) en el Nuevo Gasómetro, los del Tanque Silva en Lanús, el polémico y ajustado 2-1 ante Newell’s que fue cotizando cada vez más con el correr de las fechas. El traspié ante Racing que mutó en banderazo para la recta final.
Y allí habían llegado. A la cancha de Boca con la lapicera en la mano para escribir la página más gloriosa en 113 de vida. El viejo no se dio el lujo de llorar. No hacía falta que lo hiciera, realmente. El pogo que se hizo ritual antes de saltar a la cancha. Las corajeadas del Gallego Méndez (perdón gladiador, no sabían lo que decían), el mejor semestre del Laucha, la calidad caribeña de James (nada de” yeims”), la solvencia del elegante Víctor y la prolijidad de Battión.
San Lorenzo metía el segundo gol en Rosario. El grito se transportó 300 kilómetros y penetró en el oído (tenía un solo auricular puesto) del policía. La cabeza del hincha hizo un corto pero rápido movimiento hacia arriba. Apuntando con el mentón y abriendo los ojos esperando la confirmación oficial. Aquel enorme cartel electrónico, a más de 100 metros de distancia en línea recta, no se había inmutado. Los viajes a Rosario y Santa Fe, la excursión a La Plata entre semana, el regreso de Parque Patricios, las promesas, el barrio, la familia, los amigos.
La pasarela estaba colapsada. Eran varios lo que entendían que lo importante no ocurría allá abajo, si no ahí arriba. La estupidez propia del hincha argentino estiró el desahogo más de la cuenta. El policía sacó su celular del bolsillo. Levantó la tapita y mostró el escudo de San Lorenzo de fondo de pantalla. No hubo más nada que decir. Unos segundos antes había confirmado el segundo grito de Fabián Bordagaray que terminaba con las esperanzas de Newell’s.
Hoy Banfield celebra el primer aniversario del día más importante en su historia. Cada uno guardará su propia historia de aquel 13 de diciembre de 2009. Único. Histórico. Indeleble.
AUNO-13-12-10
MV-MFV-LDC