Lomas de Zamora, abril 17 (AUNO).- Alto, desgarbado, un poco desalineado y con esa sonrisa del gato de “Alicia en el país de las Maravillas”, apareció por un costado, a paso lento, relajado. Es que el escenario le tiñó las canas y sabe cómo caminarlo. Con su prosa y encanto, Joaquín Sabina festejó en Banfield, a cancha llena, los 150 años del municipio de Lomas de Zamora y conquistó a los vecinos en una velada colmada de música y poesía.
Adultos, jóvenes, familias enteras a la espera del hombre del bombín negro. Mientras todos esperaban, debajo de las tribunas Sabina recibía la Llave de la Ciudad de manos de Martín Insaurralde. “Nos han dado una llave con la que volveremos para abrir Lomas de Zamora”, dijo el español que siguió haciéndose esperar, pues fue el intendente quien subió primero y, micrófono en mano, agradeció la presencia de los vecinos. Después de esa arenga, otra vez la espera. Música, video institucional y mucha ansiedad. Minutos. Luces apagadas. Y ya. La banda dijo estar lista y entró él, la musa inspiradora de la ovación.
Fue amor a primera vista entre los lomenses y Joaquín. Abrió el show con Esta noche contigo para seguir con Tiramisú de limón”, la única canción que interpretaría en la noche de su último álbum editado “Vinagre y rosas”.
Después vinieron Ganas de, Medias negras y Aves de paso. Con el estadio colmado y el cielo estrellado cantó Peor para el sol. Hizo caminar a todos Por el boulevard de los sueños rotos, dedicada a la cantante costarricense Chavela Vargas. Y luego cantó el popular tema que compuso junto a Fito Paez, Llueve sobre mojado.
Junto al guitarrista y compañero de larga data Pancho Verona, interpretaron El rock and roll de los idiotas. “Yo no jugaba para no perder, tú hacías trampa para no ganar”, cantaron los dos. Enseguida llegó la segunda ovación de la noche, esta vez para la mujer de la banda, Mara Barros, que dejó pulmones y corazón al entonar Yo quiero ser una chica Almodóvar. Pero no fue la única que se lució. Antonio García de Diego, tecladista y compositor, conmovió con su interpretación como un Rolling Stone de Tan joven y tan viejo.
“Hace mucho queríamos hacer algo así, popular”, dijo Sabina que, para esa altura, ya tenía a todos en el bolsillo. Otra vez Mara provocó los aplausos del público al cantar Y sin embargo te quiero, canción que él supo acompañar sobre el final para seguir con Y sin embargo, que fue coreada por una multitud decidida a que se repitieran tres veces las últimas estrofas, como el acústico grabado en Madrid en 2000.
El recital concluía. Pero nadie se resignaría. Ni siquiera Sabina, que luego de haberse ido, regresó al escenario para alegría de todos y arremetió con Nos sobran los motivos y Una canción para Magdalena. Nuevamente abandonó la escena para volver Con la frente marchita y cantar Todavía una canción de amor.
Ahora sí se palpitaba el final. Lo confirmaba la guitarra inconfundible de 19 días y 500 noches, con sabor a despedida. Pero otra vez más el español hizo vibrar el estadio con una versión bastante rockera de Princesa. Y cuando ya no se podía pedir más, el hombre del bombín siguió regalando poesía en un enganche perfecto entre Noches de boda y Nos dieron las diez.
El caso de la rubia platino, Contigo, y La del pirata cojo fueron las demás yapas del show, que a esa altura ya superaba las dos horas. Y como en casi todos los recitales de Sabina, Pastillas para no soñar cerró definitivamente la velada.
Con los aplausos de fondo, saludó por última vez con la casaca de Banfield en los hombros y dejó el escenario. Las luces se encendieron y el romance entre los lomenses y Sabina se renovó. Esa noche se dijeron “adiós”. Pero como dice la canción, “¡ojalá que volvamos a vernos!”.
JA-AFD
AUNO-17-04-11