Rosas y los siete platos de arroz con leche

La historia de uno de los textos más populares de Mansilla. Las horas antes de Caseros. El tío y el sobrino comparten una noche estrellada. Los entretemientos de una generación que le daba forma a la Argentina metida en la división internacional del trabajo diseñada por Londres.

Gabriela Pirlo

Lomas de Zamora, jun 30 (AUNO) – Pocos escritores pueden darse el lujo de no pasar inadvertidos a su tiempo y sus contemporáneos. Uno de ellos, sin duda, es Lucio V. Mansilla.

Viajero con fórceps, instigador de forajidos, negociador de leyendas; brindaba solitario por su fracaso, y fue capaz de reírse de sí mismo en un tiempo en el que el humor era una cuestión tangencial y circense. El ilustre condenado, autor entre otras cosas del brillante texto Una excursión a los indios Ranqueles supo rescatar las gracias y cosquilleos de una sociedad solemne y pacata que no fue capaz de permitirse sibaritismo alguno.

Y para peor, Mansilla tuvo un dilema que le ha costado su natural adhesión a los círculos más estrictamente oligárquicos de la Argentina. Los siete platos de arroz con leche forma parte de las famosas Entre nos: Causeries de los jueves. Es decir, charlas.

La pertenencia a la familia Rosas, y el apellido teñido de lealtad al ‘tirano’ no hicieron mengua en su humor y talento estilístico, en el que el ensamble y fluidez de sus anécdotas no se escinden de los fenómenos mundanos que le provocaban su continuo derrotero por tierras argentinas y europeas: la risa, el desparpajo, la sed de aventuras, las bellas mujeres, la provocación constante, la digresión con estilo y sin falso mohín.

La relación con el tío Juan Manuel y su prima Manuelita han cruzado de lado a lado su filosa lengua de sibarita, hasta troncarse en la avara mutilación de la admiración que no puede ocultarse. Ni siquiera con palabras hirientes.

Mansilla, en muchos escritos, pero especialmente en sus famosas ‘causeries’ ha tratado a su tío de ‘neurótico obsceno’, ‘malvado’ y hasta ‘tirano’. Pero a los pocos renglones lo describe de manera amorosa, con la pasión de un idólatra. Palabras como ‘extraordinario’, ‘bello’, ‘hermoso’, caen de la pluma de Mansilla con la misma apasionada espontaneidad de sus asombrosas descripciones:

“Aquella visión clara, aquel conocimiento perfecto de las personas y de las cosas, es una de las impresiones más trascendentales de mi vida; y debo confesarlo aquí, no teniendo estas páginas más que un objeto: iluminar con un rayo de luz más, la figura de un hombre tan amado como execrado; sin esa impresión yo no habría conocido, como creo conocerla, la misteriosa y extraña personalidad de Rosas”.

En las vísperas de Caseros

Mansilla convivió con la fenomenal personalidad sobria y modesta del caudillo, aprendió a admirarlo aunque doliese en su cuna y en su clase. El escritor, que escondía su estirpe criolla y sangre de notable observador, escribió reflexiones ambivalentes y disconformes: por un lado, recriminó a su tío por su aparente obsesión virreinal; pero por otro lado reivindicó en su vejez el espíritu soberano y honesto del brigadier.

La candidez natural de su magnetismo arrollador y la emoción ingobernable de su presencia cargada de feroces ironías descolocaba a todos sus contemporáneos. Por eso Mansilla postulaba ante propios y extraños que su tío era una especie de figura espartana anacrónica pero perfecta: la dominación de los odios, de los amores, rencores y revanchismos; como una hegemonía completa por las pasiones abyectas o glorificables del pueblo en su totalidad.

Pero Rosas no sólo motivaba todo tipo de inconfesables sentimientos, sino que era el acaparador de todos los temas, de todos los escritos, de todos los motivos. El brigadier era un profundo conocedor de la pampa y sus gauchos; eximio jinete, hábil en las tareas de campo, en la administración de sus haciendas, conocedor de los sabores y el olor que quemaba la nariz de los afrancesados de la capital.

La nariz delicada, de química imperfecta y de ceños frágiles que invitaban a la letanía recurrente de los habitantes de una capital que no conocía lealtades ni proyectos más que aquel que la soñada anexión a una potencia europea.

La ironía histórica quiso que el joven Mansilla y el propio Rosas compartiesen una noche estrellada y calurosa días antes del derrocamiento en febrero de 1852. El brigadier, jovial y sonriente, no dudó en prestarle absoluta y total atención al apetito de un sobrino de sangre que comió siete platos de arroz con leche en el nombre del honor.

Obras de Mansilla

De Adén a Suez(1855)
Una excursión a los Indios Ranqueles (1870)
Entre nos: Causeries de los jueves (1889/90, 5 volúmenes)
Retratos y recuerdos (1894)
Estudios morales o sea el diario de mi vida (1896)
Rosas, ensayo histórico-psicológico (1898)
Máximas y pensamientos (1904)
Mis Memorias (1904).

AUNO 30-06-12
GP-HRC