“En Argentina sólo corría y se jugaba muy poco”. Simple pero contundente, Lionel Messi recordó en un reportaje concedido al diario deportivo español Marca cómo eran sus tiempos en las divisiones inferiores de Newell’s. En apenas nueve palabras, el mejor futbolista del mundo entregó una certera crítica hacia los sistemas de entrenamiento utilizados en el país para formar a los futbolistas. Su visión quizá sirva para entender el declive en el rendimiento de los seleccionados juveniles.
Sucede que las canteras, esas fuentes inagotables de pichones de cracks que se renuevan constantemente y nutren a los clubes, están en el ojo de la tormenta. Y no únicamente por la afirmación del astro del Barcelona, sino por todo un proceso en el que se advierten grietas y déficits en comparación con los resultados que se obtenían en tiempos no muy lejanos. Suele decirse que no hay fórmulas mágicas para el éxito, pero es sabido que la piedra fundamental para impulsar un logro está en el trabajo de base, en la organización y en la búsqueda permanente de un crecimiento para desarrollar nuevas estrategias de entrenamiento. Y hacía allí está apuntado el cuestionamiento.
Lejos del análisis estadístico y puramente numérico, dado que la cosecha de los Sub 20 y Sub 17 luce magra si se toma como referencia el tendal de títulos cosechados un puñado de años atrás por los equipos que supieron comandar con sabiduría José Pekerman y Hugo Tocalli, el hilo conductor de este trabajo tiene como pauta encontrar una respuesta a la realidad que atraviesan los jóvenes que por estos días dan sus primeros pasos en las divisiones inferiores de los clubes al tiempo que sueñan en convertirse en herederos de Messi, Agüero y compañía.
“Es clave que se haga una reestructuración en la forma de trabajar en las divisiones inferiores. Y con esto no quiero decir que se debe correr menos y sí tocar más la pelota. Más que nada se le debe prestar atención a las necesidades de quien llega a un club para empezar una carrera en el fútbol. Lo fundamental es potenciar las aptitudes individuales y no simplificar y poner a todos en una misma bolsa”. Quien deja entrever su pensamiento es Ramón Cabrero. El experimentado entrenador, de largo aliento en las juveniles, especialmente en Lanús, cuestiona el sistema de trabajo empleado por los clubes para seleccionar y más tarde arropar a los chicos.
Y profundiza: “Muchas veces, cuando se hacen las pruebas de jugadores, en la búsqueda de una figura que deslumbre se pierde la vista a aquellos que tienen un rendimiento más regular y pueden tranquilamente saltar a Primera División en un futuro”.
Una cuestión de prioridades, entonces, parece ser el motor que mueve el andamiaje de las canteras argentinas. El problema radica en determinar cuáles son esas pautas trascendentales. “El abanico de actividades se reduce y lo que se debe hacer es ampliarlo”, asegura Fabio Escribano, que hasta hace unos meses fue coordinador de las divisiones inferiores de San Telmo y que cumplió la misma labor en Independiente.
“Cuando uno coordina, lo que tiene como meta es ensamblar, pero no en el sentido técnico del término de simplificar criterios y convertirlos en una masa uniforme. El objetivo es que los chicos vayan escalando posiciones y crezcan antes de llegar a Primera para que, una vez en ese lugar, le den las satisfacciones al equipo que representan. Y para eso hay que trabajar particularidades y no generalidades”, remarcó Escribano.
En la misma sintonía está Ricardo De Angelis, que supo ser formador en Boca y en River. “Los problemas centrales que se requieren plantear son el cómo y con qué. Son dos preguntas básicas que brindan el despegue necesario y que te limitan en el momento en que planificás tu tarea. ¿Cómo determinar los lineamientos básicos a seguir para que el futbolista conozca sus virtudes y sus defectos? ¿Con qué herramientas cuentan los clubes para ayudar a esos chicos a responder la primera pregunta?”.
La respuesta podría darla Nicolás Frutos. De vertiginosa carrera y rápido retiro debido a las lesiones que lo marginaron prematuramente de las canchas, hace un par de años que el ex delantero se hizo cargo de las inferiores de Unión. Allí, en Santa Fe, se dedicó a ser una especie de “cazador de talentos”. Por lo pronto, más allá de las pretensiones y los objetivos logrados, ya que, entre otras metas, promocionó un grupo de juveniles que formaron la base del plantel que retornó hace dos temporadas a Primera División, Frutos pone énfasis en el tema de las herramientas. “Todo se complica cuando se entrena a un chico con pelotas rotas, en terrenos destruidos, con un trabajo muy liviano y sin la fuerza necesaria o la exigencia que luego tendrá en Primera”, afirma. Y al toque lo justifica: “Es que cuando tiene que dar el salto profesional hay campos de lujo, hoteles cinco estrellas, pelotas nuevas y otro ritmo de prácticas, situaciones a las que en la mayoría de los casos no se terminan adaptando. El que lo logra es un fenómeno, pero es un número reducido. Gran parte de los jóvenes se frustra porque se encuentra con un camino que, en vez de estar allanado, se llena de obstáculos y presiones”.
Presión. Esa es la palabra en cuestión. Si acaso la sienten los futbolistas experimentados a la hora de afrontar partidos importantes, ¿por qué no la van a padecer los chicos para quienes arribar a la cúspide en el mundo fútbol es una infinita final disputada día tras día? Toma la palabra el psicólogo Rafael Linares. “El juego deja de ser juego cuando se le generan responsabilidades de sobra a quien lo practica”, apunta el autor del libro Psicología del deporte, la ventaja deportiva psicológica, una mirada distinta. “El chico crece con la obligación del contexto. Llegar a Primera se lo toma no sólo como una pasión y un objetivo en la vida, sino también como una especie de salvación que involucra a él mismo pero también a todo el entorno familiar”, agrega.
Linares entiende que tanto para los jóvenes como para los más grandes, “esa presión corre por igual”. “Cuando esas situaciones se van generalizando, hacen que se actúe en contra del rendimiento. Primero, el jugador tiene que tener conocimiento de que está frente a un problema y, una vez detectado, ver cuáles son las partes vulnerables de ese enemigo que representan los miedos, la presión interna o la ansiedad”, remarca.
Los inconvenientes se multiplican mientras en el horizonte aparece la opción de encontrar facilidades. El objetivo es concreto: llegar a la máxima división te da privilegios casi de clase. Y en un fútbol asemejado a las castas, las chances de trepar no abundan, mientras que los que pretenden arribar a la meta aumentan su número día a día. “Esa situación hace que la labor del formador sea vital”, sostiene Cabrero.
Campeón con Lanús en el Apertura 2007, su trabajo fue fundamental para moldear las habilidades de varias de las figuras de aquel plantel que se llevó el título. “Quien tiene el deber de estar constantemente con chicos, primero requiere apelar a la pedagogía y saber guiarlos en los momentos indicados, sin apurar crecimientos”, explica.
En ese sentido, revela cuál es la premisa a la hora de elegir a un jugador. “La prioridad es que juegue bien, gane un estilo y sepa diferenciar sin exigencias. Nosotros resaltamos a aquellos que tienen buen trato de pelota y el resultado de los campeonatos no nos importa demasiado”.
A su vez, advierte que el joven que llega para desempeñar sus virtudes dentro de la cancha no debe olvidar que antes que futbolista es persona. “Tienen que estudiar. Eso no se puede obviar. Aquel que no estudia, no puede jugar”, enfatiza Cabrero.
“La enseñanza es un camino en el que el formador debe aprender, como primera medida, que el chico tiene que encontrar sus propias armas por si la carrera en el deporte no funciona como es esperable”, coincide De Angelis. Y detalla: “Para muchos, el ser futbolistas lo es todo. Y si no se da, no encuentran alternativas dentro del mundo laboral. Entonces, debería ser primordial que cada club intervenga para que sus juveniles completen los estudios. Desde allí también se necesita partir para ser mejor dentro del campo de juego”.
¿En qué beneficia el estudio a la hora de conectarse con una pelota? “Todo. Es el paso más importante”, remarca Escribano. “Potencia las chances y abre la cabeza. Brinda tranquilidad a la hora de saltar al terreno a rendir las exigencias del fútbol y, fundamentalmente, es un paliativo para las frustraciones que pueden generar los pasos en falso”, especifica.
Ahora bien, ya en la cancha, ¿cómo se explotan las virtudes de los chicos? “Es un tema estructural. En Lanús la idea pasa porque se juegue bien y que todas las categorías, desde Novena hasta la Reserva, mantengan una línea de juego coherente”, puntualiza Cabrero, que, sin embargo expone que “todo depende de los futbolistas que aparezcan”. “Si bien las pautas son las mismas para todas las categorías, lo concreto es que las individualidades marcan el camino. Ahí está la clave: saber apreciar las virtudes particulares para hacerlas pesar”, sostiene.
En paralelo está el pensamiento de Frutos. Su juventud apenas pasó los 30 años, le da una cercanía mayor con los chicos. “La técnica hay que depurarla de forma permanente; en eso el aprendizaje no termina nunca. Pero para que eso ocurra hay que inculcarles la intención de que miren fútbol, participen, se empapen del tema”, comenta. ¿Y el sistema de entrenamiento? “Sostenido pero diversificado”. ¿Cómo? “En los clubes de barrio ya existe la presión. Los entrenadores hacen correr y correr. Los chicos aprenden a ser maratonistas porque en la eficacia física está la clave de la superioridad sobre el rival. Así se les impone que lo más importante es ganar, por sobre todas las cosas. Eso es lo que hay que erradicar”, subraya.
Para De Angelis hay que romper los moldes: “Se deben modificar las costumbres de los chicos. Si desde el principio se les dice que lo fundamental es ganar, paradójicamente, estamos perdidos”.
Pero la problemática está en comprender por qué esos son los lineamientos a seguir. Ganar como sea; el cosechar puntos como parámetro del éxito; el superar al rival sin fórmulas concretas ni medios para arribar al objetivo. Esas son las pautas que suelen regir al fútbol profesional. ¿Están mal? ¿Valen a la hora de la formación? “Distorsionan lo que se necesita”, sostiene De Angelis, que también ofició como director técnico de Talleres de Remedios de Escalada. “El fútbol es un espectáculo, y así lo ven los chicos por la televisión. ¿Por qué, si se disfruta al Barcelona semana a semana, no se puede hacer lo mismo acá?”.
Esa pregunta no encuentra respuesta entre los protagonistas, pero sí algunos indicios. Messi fue claro al ponderar el trabajo en Europa, con la pelota en los pies, y cuestionar lo que solía hacer en Argentina, donde corrió más de lo que jugó. ¿Y entonces? “Hay que aprovechar estos momentos para generar un cambio”, considera Escribano. “Nosotros tanto en Independiente como en San Telmo aprovechamos el tiempo con la actividad por estaciones. Es decir que un grupo reducido de jugadores se dedica a ejercitar el cuerpo de forma distinta con y sin el balón. Y la rotación permite dinamismo. Así se ameniza el entrenamiento”.
¿Pero hay que hacer divertida una práctica? “El director técnico necesita que el jugador esté a gusto y la creatividad es parte del trabajo, tanto en los mayores como en los juveniles”, deja entrever Cabrero.
¿Y el mal momento de la Selección? “Es el reflejo de los proyectos. Hoy está en una etapa de transición después de años de un éxito rotundo. No siempre se puede ganar, está claro, pero el tema es no perder una línea. Y eso es lamentablemente lo que ocurrió en el último tiempo. Se pagó caro”, considera Cabrero.
De Angelis va por otro carril: “Argentina es un país que está en constante formación de jugadores y, más allá de cómo se los trabaje, seguirán surgiendo. El problema también está en que quienes se destacan se van muy rápido. Europa se los apropia y acá el fútbol queda un poco anémico. Eso, a fin de cuentas, se siente en las Sub 20 porque no hay un laburo de largo plazo”.
El fútbol está en constante movimiento, las generaciones se renuevan y le van modificando la cara y los rasgos al deporte. Hoy, las dificultades están a flor de piel, quizá, potenciadas por un contexto que se encerró en la vorágine de producir jugadores con un estilo en el que las virtudes no superan a los defectos. La necesidad de ganar; el apuro de los entrenadores para no perder y evitar perder el trabajo en un par de jornadas; y la exigencia de familiares para que el chico deslumbre con la pelota y sea un salvavidas económico, son eslabones de una cadena compleja que ahorca al fútbol y que obliga a quemar etapas formativas. “Aquel jugador que se suelta, es el que llega más lejos. Es lo que todos deben conseguir para un mejor futuro del fútbol” propone Escribano. Tal vez alcance, para barajar y dar de nuevo, con escuchar y procesar las nueve palabras de Messi. Correr menos y jugar más. Si al final se trata de un juego y no de una carrera.
AUNO 28-12-12 MQ MFV EV