Leyendas y mitos del Conurbano: las historias nunca antes contadas

El Conurbano bonaerense es una caja de misterios llena de secretos que esperan a ser contados. En AUNO, decidimos salir a la caza de estas historias y explorar nuestra mitología, a través de relatos de terror contados en primera persona por sus protagonistas.

Ciertos relatos del Conurbano tienen un aura misteriosa digna de las más espeluznantes historias de terror,  pero al mismo tiempo, una impronta local y cotidiana que las hace ser mucho más que un “especial de Halloween”: son parte de nuestra cultura, son memorias de una espera tenebrosa del “51”, o recuerdos de la niñez, cuando se iba la pelota al patio de la “bruja” del barrio.

Sin embargo, no es fácil encontrar un corpus que contenga estos mitos y leyendas, por más que sean parte de nuestra cultura, solo algunas historias lograron trascender en el tiempo más allá del “boca en boca” y quedaron retratadas en el imaginario colectivo.

En diálogo con AUNO, Dietris Aguilar, autora del libro “Fantasmas Suburbanos” y profesora de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, compartió su reflexión sobre la necesidad de dar a conocer estos relatos, como ella hizo en su publicación.

Dietris convirtió a lugares entrañables, como la avenida Pavón, la estación de Llavallol o las veredas de Banfield en escenario de crónicas de fantasmas, espectros y aparecidos, alojando al germen del miedo en la proximidad que hay con los lugares narrados. 

Un condimento que no solo agrega “credibilidad”, sino también el eco: es probable que cada vez que pases por ese lugar de Temperley, el lector recuerde y piense “acá pasó algo”, y le cuente a alguien cercano la historia.

“La casa de Adela” es un cuento de terror escrito por Mariana Enriquez que tiene el conflicto principal en una casa abandonada de Lanús y en como una travesura de niños se convierte en una experiencia traumática para todos.

“Es importante divulgar los mitos y leyendas del Conurbano porque forman parte de la identidad del territorio”, remarcó la autora, y añadió que la ventaja que tiene zona sur es que hay testimonios sobre sucesos en los escenarios más variados, como hospitales, cementerios, y hasta escuelas.

De esta forma, Dietris dejó en claro que “la cuestión del territorio es importante porque son situaciones de ciudades nuevas, que se van ampliando”, y consultada acerca de si existe un núcleo duro de relatos locales, opinó: “Sí, creo que hay un corpus propio del Conurbano”.

“Las historias nuestras llegan de todo lo vivido por extranjeros y gente del interior, que vienen con saberes en cuanto a lo oculto, en cambio en CABA, los relatos se basan más a lugares históricos o viejas casonas”, señaló al contrastar los mitos conurbanos con los porteños, y completó: “son historias que no tienen prensa. Nunca tuvieron la difusión necesaria”.

También hizo hincapié en cómo la cultura de los países vecinos, con gran presencia en los orígenes de los habitantes del Conurbano: “Las costumbres de cada pueblo, aunque ya no estén en sus países, se conservan, como por ejemplo, no silbar de noche”, un guiño a la famosa leyenda del Pomberito.

Seguir sembrando el terror

Buscando centrar un precedente para la puesta en valor de estas historias, AUNO fue a buscar a los protagonistas locales, que decidieron revelar los secretos de sus barrios, desde Monte Grande a Wilde, y, también, ese momento de sus vidas en el que protagonizaron situaciones increíbles. Sus relatos demuestran que nadie está excepto de pasar por lo mismo que ellos. 

El ángel del Tren Roca

Gabriela, una vecina de zona sur que se encontraba en una época de rachas negativas, recibió la ayuda de alguien totalmente inesperado. Tras una desilusión amorosa y una búsqueda de empleo que no daba frutos, volvía en el Tren Roca ramal Ezeiza desde Capital Federal después de un día agotador. “Eran las 18 y la gente me aplastaba”, recordó la mujer.

En un momento, el tren se vació un poco, y Gabriela hizo contacto visual con una chica “hermosa, rubia y con unos ojos cautivantes”. “Me sonrió y yo le devolví esa sonrisa”, dijo la enfermera de Monte Grande. Después de eso, la joven se acercó y, como si pudiera leerle la mente, le dijo que todos sus problemas se iban a solucionar.

“Vos estás mal porque no encontrás trabajo” susurró al oído con una “dulce voz”, según recuerda Gabriela, La misteriosa muchacha siguió mirándola con fijeza, y aseguró que este problema se resolvería, al igual que su malestar amoroso. 

“Tomá, te lo regala Dios”, se despidió la chica y le regaló un “Bon o Bon” a Gabriela. Después de eso, bajó del tren. Para la protagonista de esta historia, esa joven hermosa “era un ángel que vino a ayudar”, ya que a los pocos días pudo olvidar ese amor truncado y el tan ansiado puesto laboral llegó.

La panadería maldita de Wilde

En el barrio de Wilde, los vecinos piensan dos veces dónde comprar el pan. La precaución de los habitantes de este barrio tiene su origen en la macabra historia que encierra una panadería famosa de la Avenida Mitre.

El relato cuenta que un hombre alquiló un viejo local en este barrio del partido de Avellaneda para emprender en el mundo de los panificados, pero ya en el primer día de trabajo el ambiente «se puso pesado».

Lo verdaderamente extraño comenzó cuando vieron por una de las entradas del local la sombra de una persona que caminaba por el establecimiento, para posarse enseguida en el marco de la puerta principal. Esta presencia estaba vestida de blanco, como si llevara puesto el clásico “uniforme panadero”.

“¿Vos también lo viste?” le preguntó Martín, el dueño del establecimiento a Mirta, su hermana, que lo estaba ayudando a reacondicionar el local. “Sí”, le respondió. Pero en el lugar no había nadie más que ellos dos.

A pesar de las inconveniencias, Martín decidió continuar con su proyecto y se mudó a la panadería con su esposa y su bebé. Ese día todo cambió. O mejor dicho: empeoró.

Ruidos por la noche, cosas que se movían y «gente pasando» eran la rutina de cada día. Pero lo más aterrador era ver cómo su bebé observaba todo el tiempo al techo y se reía, además de tener “conversaciones” con el aire.

Lo que descubrió Martín poco tiempo después, es que la panadería había estado cerrada durante años porque allí ocurrió un asesinato múltiple, y, según supo gracias a los vecinos, entre los fallecidos se encontraba una mujer embarazada. ¿Lo más escalofriante? Según el relato popular ese niño que no pudo nacer era el que hacía reír al bebé de Martín. 

La casa embrujada de Monte Grande

En un barrio de Monte Grande hay una consigna para todo aquel recién llegado: “No pasar por la casa embrujada”. “Todo el mundo me lo decía, amigos del colegio, familia de amigos, vecinos y los más viejos del barrio” contó Nicolás, un veinteañero que vive a pocas cuadras del macabro inmueble.

Y es que cuentan los lugareños que la casa ubicada en la esquina entre Laprida y Recarte sufrió un incendio en el que quedaron atrapadas una madre y su hija, quienes no pudieron escapar y fallecieron en el siniestro.

“Por las noches se escuchan los gritos de las dos mujeres pidiendo que las rescaten” relató Nicolás, que también recordó la incomodidad que vivenció al pasar por la vereda del hogar: desde el fenestro que da hacia la calle, aseguró sentir las miradas de aquellas almas en pena que rodean la casa.

El colectivo fantasma

La línea que recorre Ezeiza, Lomas de Zamora y Esteban Echeverría tiene una historia escalofriante detrás de uno de sus coches: se trata del interno 74 del ramal 306. Cuentan los trabajadores del lugar que este vehículo hacía ruidos extraños, prendía sus luces y, durante algunos viajes, hasta sonaba el timbre, como si alguien quisiera bajar.

Fue así como en un momento nadie quería manejar el colectivo, que terminó sus días despachado en Spegazzini.

El dato que causa más temor sin dudas es el asociado a su origen: según se reconstruyó gracias a los registros de la empresa, el coche fue fabricado en México, y desde allí lo persigue la tragedia.

En los años 70´, la máquina atropelló a una joven que cruzaba la calle, por lo que se sospecha que el fantasma de la chica sigue en el vehículo.

La niña del Carrusel

A principios de los años 90´, donde hoy se encuentra la Casa de la Cultura de Adrogué, funcionaba el Shopping Plaza de Adrogué, que tenía locales dentro, patio de comidas y, en el cuarto piso, el salón de juegos.

Un día, por una falla en la electricidad, un cortocircuito hizo que se iniciara un incendio en el juego más popular: el colorido carrusel. El siniestro tuvo un desenlace trágico, concluyendo en la muerte de una niña. Luego de esto, el cuarto piso quedó clausurado, y en 1996 el Shopping finalmente cerró sus puertas.

Pero nunca quedaría totalmente deshabitado: los trabajadores y celadores del lugar reportaron haber visto a través de una cámara de seguridad a una pequeña rondando cerca del carrusel. También una joven, que sacaba fotos para un trabajo universitario, notó que sus imágenes habían captado a una niña escondida en el cuarto piso.

30-10-2024
RL-MEM

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