Acaban de tirar fuegos artificiales en el campo lindante:
—¡Vienen un montón para acá! Mirá cómo se asustan y corren pobrecitos, ¡qué pelotudos que son eh!… —dice Blitto, un ayudante, al ver a los caballos que se le vienen encima despavoridos y provocan una estampida.
—La verdad que sí ¡correte a la orilla Victoria! —le pide Yésica a su hija para que se aparte del centro del corral y no la atropellen los 10 caballos que vienen de frente galopando.
—¡El susto que tienen! —responde otra señora voluntaria que va siempre a ayudarlos.
Manzanilla, una potrilla bebé color negra y mancha blanca en la frente, que nació hace 6 meses, viene corriendo velozmente y del miedo casi se estampa contra uno de los alambrados eléctricos del lugar. A su lado la acompañaban India, la primera hija equina rescatada de Yésica, que según cuentan es la que más rezonga. También galopan cerca Esperanza, Chispita, Morita, Aria la mamá de Estrellita, más Leyenda, Gari y Morita.
Calman los sonidos ensordecedores que explotan a lo lejos del cielo nublado y todos se tranquilizan, vuelven a asomar de a poco al monte. Huele a estiércol, tierra mojada y a pelo impregnado de aroma campestre.
Yésica, la creadora de este lugar sanador llamado Rescate Equino Cinco Corazones (RECC), quien lleva el pelo rubio rizado agarrado en un rodete, tiene dos trabajos para sostener los gastos: es policía de la Federal y decoradora de eventos, porque “no alcanza sólo con las donaciones, nunca alcanza”.
La rescatista vive y trabaja en Avellaneda, entonces dos gauchos y una señora desde el campo alimentan a los auxiliados y por mensajes le enumeran cómo va todo. Los fines de semana o de franco viaja a verlos y no publican la ubicación exacta para prevenir los robos de sus animales.
Son las 11 horas de un sábado frío de junio en la pampa de la Zona Oeste bonaerense, cuando Palomo y Gabriel, dos caballos abuelos de mirada triste, observan a los nuevos voluntarios Paola y Blitto, que les sacan del pelo abrojos, muy ansiosos ya que fueron por primera vez a ayudar en lo que haga falta.
Al fondo de la pampa infinita de 14 hectáreas de amplitud come pasto Relincho, el papá de Manzanilla, de los caballos más bravos del espacio. Le pusieron ese nombre porque el día de su salvación no paraba de relinchar ya que “estaban cerca su esposa y su hija”, dice la proteccionista. Avisaba que no se iría solo y ahora si los dan en adopción es a la familia junta.
Cerca de él están los viejitos Chispita, Gabriel y Matías, blanco de pintitas negras, parecido a un dálmata, y ellos duermen en el establo techado, cubierto de aserrín en el suelo para que se echen. Los más jóvenes descansan a la intemperie, bajo la lluvia o las estrellas.
“Estamos por hacerles más techos de chapa”, advierte Yésica, pero vienen con muchos gastos porque acaban de mudarse del campo anterior, el cual “era alquilado como éste”.
En la laguna también comen hierba Spirit, Kioba, Alex, Palomita, Flor, Libertad, Kadir, Kasandra, July, Candelaria, Nuria, Noe, Mauri, Gitana, Paz, Templario otro anciano, Juma, Indio, Mística, Alelí, Alma, Jade y Artax, un equino que liberaron de la causa del campo del horror de Avellaneda.
Francisco, marido de Yésica, con su pinza empareja un alambre para crear nuevas divisiones de piquetes —así les llaman a los corrales para dividir a los caballos en grupos— mientras su hija de 8 años levanta bosta. En sus días de franco ayuda en todo lo que puede porque “hay mucho por hacer”. Indicios de que no descansan un minuto de sus vidas.
Algunos caballos pelean entre ellos y conviene que descansen separados, “socializan en grupitos y a veces apartan a alguno”, dice el hombre, y que tienen distinto carácter cada uno, muestran sus distintas preferencias frente a sus cuidadores.
El campo de los “seres sintientes”
A los caballos los socorren hace mucho, pero oficialmente desde 2021, en plena pandemia, le pusieron a la ONG el nombre RECC porque “cada una de sus patas tiene la misma fuerza de su corazón”, recuerda Paolantonio.
Cada órgano cardíaco pesa 4,5 kilos y succiona hasta 45 litros de sangre. Sus cuatro extremidades tienen pequeñas bombas que empujan la sangre hacia arriba, por eso suele decirse que atesoran “Cinco corazones”.
La anfitriona logró mediante marchas de protesta que en abril el municipio de Avellaneda prohíba la Tracción A Sangre (TAS) animal, es decir los carros tirados por caballos, y en Lanús el 13 de junio mediante una ordenanza establecieron lo mismo sumado a que los declararon “sintientes sujetos de derechos”.
Ahora buscan que se apruebe Buenos Aires Sin Tas, el nombre de la organización madre que busca concretar lo mismo en los 135 municipios bonaerenses, en consonancia con el proyecto de “Ley Sintientes”.
A las 14 todos se reúnen en una mesa de camping a comer empanadas fritas veganas, contentos, sentados en banquetas y rodeados de perros, gallos, gallinas y unos 10 caballos sueltos, que merodean curiosos la reunión.
De pronto, uno de los gallos se acerca cacareando y le roba de la mano media empanada a otra voluntaria que va siempre:
—¡Me la sacó! (ríe) no puede ser…
—No te puedo creer, son veganos estos animales. Ya tenés nombre, te llamaremos ¡Ladri! —estalla en risa Yésica.
—Yo lo quiero alzar, ¿se dejará? —responde Francisco tomándolo de sus garras.
—¡Sí, se dejó! Le gustan los mimos parece. Por comida se dejan hacer de todo —añade la primera y toma otra empanada.
La familia y los 5 voluntarios terminan de comer y debaten cómo ordenar los 18 fardos, alimentos redondos de pastura que pesan 400 kilos cada uno y valen 30.000 pesos, que aguardan macizos en el monte mirando en cualquier dirección.
—Bueno, ¿pero cómo hacemos? Son re pesados, intenté y ni los moví —dice Blitto– esta parte del trabajo es la que menos me gusta…
—Hay que empujarlos entre tres o cuatro personas y otro que nos guíe si quedan bien pegados o no —responde Francisco.
—¿Y en cuánto tiempo se comen estos 18 fardos los caballos?
—En un poco menos de un mes —subraya Yésica, con gesto apesadumbrado porque pronto tendrá que comprarles más.
Para que los 40 caballos coman pastura durante 30 días deben juntar unos 540 mil pesos, mientras que los más viejos y las yeguas con hijos desnutridos comen avena y balanceado: unos cuatro kilos diarios cada uno, y la bolsa de 25 kilos cuesta 70 mil. Sin contar gastos de medicación y veterinarios, traslados en batán que valen de 15 mil a 40 mil según la distancia, o el alquiler del campo más lo que adeudan de internaciones.
Eris y África, las dos últimas yeguas salvadas de morir
Las potras llegan de la mano de los gauchos, que las acercan a Yésica para que vea como están de sus heridas. África es una yegua bebé que parece adulta de manto gris humo y tiene algunas lastimaduras de los carros en su lomo. Eris, de color beige, anda molesta por su pata trasera derecha la cual tiene vendada.
Eris tiene un triste pasado, renguea por su infección. Hace 15 días unos carreros de un barrio humilde de Almirante Brown la usaban para transportar carga su extremidad parecía quebrada, por lo que la policía junto a la ONG logró llevársela en un batán al Hospital Veterinario de La Plata en donde quedó internada hasta que le dieron el alta y llegó a RECC.
África tuvo una historia similar pero aún más dolorosa. Estaba tirada en medio de una calle de tierra de la misma localidad que Eris, cuando fue asistida por Yésica y otros policías porque la habían dejado morir ya que se retorcía de dolor en el suelo. Indicaba que tenía cólicos, una obstrucción en sus órganos tras comer basura. Es usual que los dejen a su suerte comiendo hasta bolsas, madera o cualquier cosa que encuentren y los hagan beber en zanjas putrefactas. Tras días de internación también logró llegar al paraíso que jamás creyó que vería en su corta vida.
Para solventar tantos gastos piden ayuda a quienes puedan donar dinero por Facebook o Instagram y también los dan en adopción a quienes no vuelvan a usarlos para carruajes ni a montarlos, mientras los que quedan envejecerán junto a Yésica y Victoria rodeados de lo más importante: amor verdadero por sus almas.
Alrededor de las 17 los van a buscar uno por uno para irse a dormir. A algunos los traen llamándolos por sus nombres o silbidos y a otros hay que ir a buscarlos tomándolos de sus collares:
—¡Gabriel, vamos… adentro!, le gritan y el pony galopa al establo. Todo antes de que anochezca ya que se pierden en el fondo del campo, a oscuras es difícil verlos.
—Vení Eris, te vamos a renovar el vendaje —le avisa Yésica a la imponente yegua que al final tenía una gran infección en su pata. Se acerca rengueando.
—¿Qué tiene ese balde? —le pregunta Paola.
—Pervinox mezclado con agua. Le metemos el casco ahí así cortamos la asepsia.
—Dale, te sostengo la gasa y la cinta.
—¡Cuidado! no te pongas detrás de ella que te puede patear sin querer.
—Ok, menos mal que me avisaste.
Sumergen una gran pata huesuda de 8 centímetros de diámetro y la potra obedece muy paciente a sus curaciones con su extremidad flexionada.
—¡Andá Eris!, le dice su mamá humana cuando terminan, y ella se va despacito a dormir junto a África y sus nuevos colegas. Finalmente Yésica toma lista para corroborar que los 40 caballos estén guardados listos para descansar, en medio de la penumbra.
Cuando las nuevas ingresantes se despierten mañana y salgan a chusmear entre las hectáreas libres de sufrimiento, notarán que gozan de una nueva oportunidad de borrar las heridas de ese pasado latente, ahora junto a 38 nuevos amigos con quienes volver a empezar.
*Crónica elaborada en el marco de la materia de Periodismo Gráfico
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PJ-SAM