(AUNO-Educación y Cultura*).— A nueve meses de la tragedia de Cromañón, los centros culturales de la ciudad de Buenos Aires todavía no logran adaptarse a los cambios en la reglamentación de las habilitaciones: muchos de los que cerraron ya no volvieron a abrir y en los que sobrevivieron reina la incertidumbre en torno a las nuevas normas. Sus actividades ya no son las mismas que antes. En casi todos hay menos público permitido y las bandas más chicas prácticamente no tienen lugares donde tocar.
Inmediatamente después de la tragedia, el Gobierno de la Ciudad promulgó el Decreto de Necesidad y Urgencia Nº 3 donde estableció los requisitos necesarios para mantener abierto un “Club de Cultura”.
El decreto obliga a los lugares a tener como mínimo cuatro matafuegos, totalidad de materiales ignífugos como así también instalaciones eléctricas en condiciones y botiquín completo.
El mismo decreto también establece que la capacidad máxima de un centro cultural es de trescientas cincuenta personas, pero que esta capacidad se reduce según los metros cuadrados del lugar y el ancho de las puertas.
Esta medida significó que la capacidad de muchos centros culturales se redujera considerablemente y que en consecuencia también se elevara el precio de las entradas a los shows que ofrecen.
Otras medidas a las que se tuvieron que adecuar los clubes de cultura son el horario de entrada, que ahora se redujo hasta las dos de la madrugada, como también las prohibiciones de ingreso a menores y de bailar.
En los centros, las nuevas normas generaron críticas. Ana Gaggero, responsable del centro cultural La Castorera, ubicado en Palermo, aseguró que muchas de las limitaciones le parecen “absurdas” y que “van contra la ideología” de su lugar: “No se puede pedir a alguien que no baile y que no se mueva”, sostuvo.
Sin embargo, el principal problema con el que se deben enfrentar los clubes culturales, y más específicamente los que ofrecen espectáculos en vivo, es la desinformación que existe tanto por parte de los inspectores como de los mismos propietarios de los locales.
Gaggero recalcó que “todo es muy confuso, porque nadie sabe bien cuáles son las condiciones para abrir un lugar”. Como ejemplo, señaló que los inspectores que visitaron su local desconocían el texto del decreto y relató que fue ella misma quien se lo proporcionó.
Para tratar de hacer frente a esta situación, muchos bares que están en la misma situación que La Castorera se unieron para formar la Cámara Empresaria de Bares Culturales con Espectáculos en Vivo (CEBCEV).
“La cámara se creó porque creemos que necesitamos una reglamentación que contemple lo que hacemos”, contó Luis Pezzetti, de Ruca Chaltén, un local de San Telmo, y agregó que “hay un profundo desconocimiento sobre todos los aspectos de la habilitación”.
Pezzetti también se quejó por las “inspecciones persecutorias” en su local y sostuvo que los controladores lo trataron “como delincuente o asesino en potencia”.
Otro de los inconvenientes con los que tuvieron que enfrentarse los clubes de cultura fue que inmediatamente después de la tragedia los shows en vivo quedaron vedados por 90 días.
Los diferentes centros culturales tuvieron reacciones diversas frente a este fenómeno, ya que algunos siguieron funcionando sólo como bares y otros cerraron hasta que cesó la veda.
El caso de La Castorera fue diferente, ya que sus dueños aprovecharon ese tiempo para organizar diferentes talleres que le permitieron superar económicamente el lapso de inactividad, como por ejemplo el curso de teatro dirigido por Daniel Fanego, quien llegó al lugar porque su antiguo taller fue inhabilitado por el gobierno porteño.
Sin embargo otros clubes de cultura tuvieron diferente suerte, como Ruca Chaltén, que tuvo que abrir “a medias”, según relató Pezzetti, quien agregó que “muchos de los lugares chicos tuvieron que cerrar porque no se bancaron la inactividad”.
Por otra parte, lo ocurrido también afectó de manera decisiva a los grupos musicales, ya que “hay un montón de bandas que antes tocaban acá y que ya no pueden tocar, ni acá ni en ningún lado, bandas muy under que no pueden cobrar entradas mayores a 5 pesos porque su público no puede pagar más”, contó Gaggero.
Al igual que los bares, las bandas musicales también se unieron solidariamente y formaron el Movimiento Unidos por el Rock (MUR) que se reúne periódicamente en el hotel Bauen.
“Cromañón cambió un poco la particularidad de Buenos Aires, ya que antes en cualquier lugar había un espectáculo en vivo por 3 o 4 mangos”, destacó Gaggero. “Yo tengo la esperanza de que algún día volverá a ser así”, se ilusionó.
* Agencia Universitaria de Noticias y Opinión.