Nicolás Pavlovich es una de las caras nuevas de Banfield. Con 29 años, desembarcó en el equipo dirigido por Juan Manuel Llop con la idea de aportar experiencia y goles tras un periplo de cuatro años por Europa y México. Su historia como profesional se inició en Newell’s Old Boys. Con chapa de delantero rendidor, llegó para reforzar a Racing Club, que se preparaba para disputar la Copa Libertadores 2003. Sin embargo, el ‘Buitre’ jamás cumplió su cometido. Una seguidilla de buenas actuaciones lo colocó en vidriera e inmediatamente recibió una propuesta para emigrar a Rusia, un destino inédito para los futbolistas argentinos. “Estaba en Racing cuando me llamó mi representante y me dijo que tenía una oferta para mí, que era medio loca, pero que la escuchara. Me comentó que había unos rusos que me querían, que habían venido a ver jugadores y que pretendían que me fuera a jugar allá”, recordó. Y Pavlovich no dudó. En enero de 2003 aceptó la oferta del FC Saturn y se convirtió en un adelantado. Desde entonces, otros 15 argentinos siguieron su camino y se sumaron a la fría y millonaria liga del país más grande del planeta.
Más allá de la lejanía y del poco cartel, el fútbol ruso se transformó en una opción interesante para los jugadores argentinos. ¿El factor de seducción? La posibilidad de hacer una buena diferencia económica. La pregunta ante cada transferencia se repite. ¿Por qué aceptan a sabiendas de que futbolísticamente se desprestigian? “Eso es cierto, el jugador se pierde un poco. Pero yo creo que depende cómo se adapte cada uno. Lo más difícil es acostumbrarte a la vida de ellos. A mí me sirvió mucho a nivel cultural, conocés lugares increíbles. En cuanto al fútbol, lo peor son las pretemporadas, que son larguísimas, de tres meses. No se te terminan más”, recordó el atacante, que militó un par de temporadas en el Saturn y luego, antes de recalar en el ‘Taladro’, pasó por el Kaiserlautern de Alemania y el Morelia de México.
A continuación los puntos más salientes de la charla que mantuvo Pavlovich con la Agencia Universitaria de Noticias y Opinión.
-¿Qué pensó su familia cuando le dijo que se iba a Rusia?
-Fue increíble. Mi vieja, por ejemplo, no quería saber nada de nada. No había plata que la convenciera. Mis amigos, lo mismo. Me decían que era una locura, dónde me iba a meter. Cuando estaba por viajar me llamaban mis tíos, mis familiares, y parecía que me estaban dando el pésame. ‘Loco, para eso no me llamen’, les decía.
-¿Y cuando llegó? ¿Cuáles fueron las primeras sensaciones?
-Desde que llegué fue raro. Primero fui a España y obviamente todo era espectacular. Pero después, cuando llegamos al aeropuerto de Moscú… Nada que ver. Es muy particular. Sentía que todos desconfiaban de todos.
-En cuanto al fútbol, ¿qué diferencias encontró además de la económica?
-La económica es una gran diferencia. Los 15 de cada mes se cobra sí o sí. Te depositan el sueldo o te lo dan en efectivo, como uno elija. Y la verdad es que hay muy buenos premios contra los equipos más grandes (Lokomotiv, CSKA y Spartak). Pero lo que más me sorprendió fue la organización. Antes del comienzo del torneo ya estaba diagramado todo el fixture, con los días y los horarios. Algo que para nosotros es impensado. Es una locura.
-¿Cómo lo trataban sus compañeros?
-Al principio no me daban bola. Como al comienzo no entendía el idioma, no podía hablar con nadie afuera de la cancha. Además, era un club al que nunca habían ido extranjeros y te discriminaban, te dejaban a un lado. Te cuento: en una de las primeras prácticas, no me pasaban la pelota. Entonces, me señalé la pechera y se la mostré a mi compañero para que se diera cuenta de que era del mismo equipo… Cuando llegás, te tantean para ver si aguantás.
-¿Cómo fue la adaptación a una cultura tan diferente?
-La vida es dura. Me fui con un amigo y al principio la pasábamos bien. Teníamos un traductor que estaba siempre con nosotros, pero igual te sentís aislado porque no entendés nada. Una anécdota: después de estar un mes viviendo en la pensión del club, nos llevaron a una cena en la embajada argentina en Moscú. ¡Me quería quedar a vivir ahí! ¡No me quería ir más! Hablábamos todos en castellano… Al fin alguien nos entendía, ja, ja ja.
-¿Cómo es el vínculo con los directores técnicos? ¿Son autoritarios?
-Nada que ver a como es acá. Allá, por ejemplo, llovía muy seguido y el técnico siempre pedía que jugáramos los partidos con tapones altos. Pero había un compañero al que le molestaban y prefirió jugar con unos cortos. El tema fue que en una jugada se resbaló y nos hicieron un gol, justo por el lado que tenía que marcar. Después de eso, no jugó nunca más. El técnico pidió que lo declararan transferible y se tuvo que ir. Son bravos. A mí, por suerte, no me tocó.
-Imagino que los presidentes de los clubes son personajes especiales.
-El presidente de nuestro club (FC Saturn) era el gobernador de la región. Antes de que él llegara a la cancha, venían un montón de custodios y de hombres de seguridad para revisar la cancha y controlar que no hubiera bombas. Era increíble: veías un montón de tipos que revisaban cada rincón del estadio y después se iban. Ahí vos ya sabías que en un rato caía el presidente.
-¿Qué hay de cierto en el vínculo entre los clubes y la mafia?
-Se escucha que hay varios clubes que son bancados por familias o grupos mafiosos. Se parece a lo que observa en las películas: los Mercedes negros van por las calles custodiados por dos camionetas negras gigantes. Eso al principio te choca, porque te repito, es igual que en las películas. – ¿En algún momento tuvo miedo? – En un momento sí, tuve miedo. El tránsito es terrible y yo siempre viajaba en metro. Un día, volviendo a mi casa, explotó una bomba a una estación de distancia. Ahí tuve miedo y dejé de viajar en el metro. Además, mi familia no se podía comunicar. Fue feo.
AUNO 05-09-07 MV-MFV