“Más allá de que tenía cinco años, recuerdo perfectamente lo que pasó esa noche: cuando explotaron la puerta de casa, papá salió enseguida porque sabía que lo venían a buscar a él, rememoró Daniel, el único hijo de Ramón “Moncho” Pérez. Entre silencios largos, Daniel dejó escapar las frases de a poco. Claro, aún hoy le cuesta hablar de su papá.
“Los días previos su secuestro ya no dormía en casa porque sabía que lo estaban persiguiendo. Estuvo ‘boyando’ de casa en casa para despistar a sus captores, pero no lo logró —recordó en diálogo con AUNO—. La noche que volvió a casa a dormir con nosotros, con mi vieja y conmigo, lo vinieron a buscar y se lo llevaron para siempre.”
Gracias a los relatos que pudo rescatar de vecinos y familiares, Daniel pudo reconstruir la historia del secuestro de su papá, al que un comando del ejército se llevó el 9 de noviembre de 1976. “Un vecino, que zafó de ser secuestrado junto con mi viejo, porque tenía un hermano que en ese entonces era capitán de corbeta, me dijo que en la vereda de mi casa había dos Ford Falcon esperándolos y la calle estaba cerrada al paso de vehículos”, relató.
Por más de que los hermanos de Moncho lo buscaron por todos lados, ese 9 de noviembre fue la última vez que la familia supo algo de él. “Desde ese día le perdimos el rastro”, dijo Daniel. Luego del secuestro, él y su mamá dejaron el ph de Temperley y se fueron un tiempo a Tandil, donde ella tenía familiares.
“Aún hoy me sigue costando mucho hablar de mi viejo; más con mi mamá, que nunca fue militante y que está completamente cerrada al tema”, comentó. Gran parte de la historia la supo el año pasado, para esta misma fecha, cuando decidió contactar a amigos y compañeros de su papá para saciar sus dudas.
Porque la realidad fue que, aunque la curiosidad “estuvo siempre” en él, fue recién al final de su adolescencia cuando las puertas hacia lo que verdaderamente pasó comenzaron a abrirse. “Para mi significó la separación de dos familias conmigo en el medio. De hecho, me reencontré con mi tía (la hermana de Ramón) en la estación de Temperley, cuando estudiaba en la facultad”, recordó.
Los relatos de los compañeros de su papá le sirvieron para reconocerlo como “un gran tipo, una persona maravillosa y solidaria”. No obstante, aún le parece que “es muy complicado analizar la lucha de mi viejo como militante y la defensa que hizo de sus ideales por todo lo que me quitó”.
Sin embargo, afirmó que hoy por hoy respeta “a muerte” las decisiones que tomó su papá y no se consideró “apto para criticarlo ni para juzgarlo, porque si él lo hizo fue por algo mejor para mí y para todos, por algo que valía la pena”.
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