Lomas de Zamora, julio 7 (AUNO).- El Buenos Aires Ballet, dirigido por el primer bailarín del Teatro Colón, Federico Fernández, deleitó anoche al público lomense con las interpretaciones de los mejores pas de deux del repertorio clásico y neoclásico, con bailarines de prestigiosas compañías, en el escenario del Teatro Maipú de Banfield.
Las butacas se colmaron de vecinos que, a pesar de la lluvia y el frío, fueron cobijados en la calidez de un teatro que se vistió de gala. Tras la apertura del telón negro, la fantasía en el Maipú fue iluminada para dar la entrada al director del BAB, esta vez, en su rol de partenaire de Eliana Figueroa. La pareja interpretó Raymonda, con música de Aleksandr Glazunov.
Con un atuendo verde intenso, ella realzó su delicadeza con una corona de princesa, convirtiéndose en la apasionada Raymonda. Ambos lograron endulzar al público, enamorarlo y asombrarlo con la primera pasada de solistas, en la que Fernández mostró sus piruetas, propias de la coreografía de Marius Petipa.
El público quedó enmudecido ante el momento más emotivo de la noche, con la interpretación de La Bayadera, a cargo de Emilia Peredo y Facundo Luqui. Él era un joven guerrero que salió al escenario a buscar a su bayadera. Su danza parecía devenir de una dimensión sombría; sus manos buscaban a su amada por cada rincón. Hasta que, desde el fondo, ella apareció con un blanco tutú, decorado con brillos y una corona, de forma bella y, a la vez, fantasmagórica.
Con una conmovedora mirada y la musicalización de los violines de Louwding Minkus, bailó con su partenaire como si fuese el recuerdo de un amor que ya no está, unida en la eternidad con ese guerrero. En este punto dramático, Peredo se retiró en puntas del escenario, sin dejar de mirarlo a Luqui en forma nostálgica.
De la mano de Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias, el Carnaval de Venecia no sólo trajo la alegría y la energía italiana, sino que contagió sonrisas. Ella se lució desde la danza y, por supuesto, desde su carisma.
Antes del cierre de la primera parte del espectáculo, un apagón y silencio anunciaron al público lo que fue lo mejor de la noche. “¡Carmen!”, exclamó una señora sentada en las butacas de adelante, al adivinar que comenzaba a sonar Habanera.
Una luz roja que abarcó toda la escena iluminó a Figueroa, quien comenzó con su número solista de Carmen. Desbordante de sensualidad, con flecos en su vestido, la bailarina miró con orgullo, provocó al público y bailó para él. Cuando apareció su Don José celebraron juntos la unión en un pas de deux, lo que sería “el triunfo del amor”, con un beso final que despertó la ovación de todos.
La templanza y la precisión de sus movimientos entrelazaban romance, presencia imponente de las bailarines y el trabajo de un excelente cuerpo de baile profesional.
Para la segunda parte de la función, las variaciones pasaron por momentos intensos, con solistas caracterizados por la destreza. Aguas primaverales, con música de Sergei Rachmaninoff, fue interpretado por Luqui y Peredo. Brindaron un cálido regreso después del intervalo, ya que Luqui recreó a un joven que cae rendido ante los encantos de una mujer. Desde este enamoramiento, ambos se mostraron con bravura, exuberancia, delicadeza y goce absoluto.
Lucía Giménez apareció junto a su compañero, con un traje tan simple y fino, también alegre por sus detalles floreados. Ella no sólo demostró sus dotes de perfecta bailarina, sino que su encanto y simpatía brindaron aún más ángel a sus interpretaciones. En escena, nunca dejó de sonreír. Junto a David Gómez bailaron el Festival de las flores en Genzano, un gran pas que brindó un juego de solistas que mostraban su destreza.
La danza continuó con la misma energía del Festival, porque Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias volvieron para recrear el Moskovsky Valse. Un dúo que hizo vibrar al público con energía y atletismo en pasos juntos, con un vuelo indiscutido. No sólo demostraron el trabajo de sus cuerpos a la hora de bailar, sino que transmitieron amor del más bello. Fueron ovacionados en este pas.
El cierre estuvo a cargo de Fernández, el director del BAB, que ingresó a escena con una camisa desabrochada en el pecho, todo de negro. Luego salió Figueroa, con un vestido rojo fuego.
Las distintas historias se desmenuzaron en el momento más apasionante al tempo de A Buenos Aires de Piazzola, para poner un broche de oro a un encuentro íntimo entre el público del Teatro Maipú y los primeros bailarines del Teatro Colón, por parte de esta compañía independiente que busca “hacer llegar el arte del ballet clásico a todos los escenarios posibles de la región”.
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