Lomas de Zamora, junio 4 (AUNO).- Viejitas, de pelos grises y rostros arrugados. Adolescentes con caras redondeadas. Algunas con zapatos y ropa de marca, otras con humildes jogging y camperas deportivas. Las que salieron de la oficina, las que vinieron del colegio, las que faltaron a la facultad para asistir, las que llegaron desde sus casas. Algunas vienen por primera vez a una marcha. Otras son veteranas de luchas políticas y sociales. Con amigas, con los novios, con sus padres o con sus hijos. Estos diversos grupos de mujeres se unen de a miles frente al Congreso, con un mismo sentir y grito al machismo: “Ni una menos”.
Ellas están ahí para reclamar un alto a los femicidios y a sus principales causas: una sociedad patriarcal que considera a las mujeres un cacho de carne, en condiciones de inferioridad al hombre, y la falta de políticas de Estado para revertir la situación. La convocatoria conquista la Plaza de los Dos Congresos y cuatro cuadras a la redonda. Y es una conquista real, porque el sexo femenino es protagonista de la marcha, y a diferencia de lo que sucede en la vida cotidiana, donde el hombre ejerce su “supremacía” a través del acoso, la calle es de ellas.
Lo que se nota es la falta de miedo: el empoderamiento, la fuerza que transmiten, conmueve. Se les nota en los ojos lo resueltas que están, tienen una mirada cristalina, desafiante que se endurece cuando levantan los carteles que escupen: “Disculpe la molestia, nos están matando”, “Que ser mujer no sea motivo de muerte” o “Con pollerita o con short, respeto”. La pesadilla del subyugador. Si algún “machito” hubiese estado en la plaza y sus ojos hubieran cruzado los de una de estas mujeres ¡ja!, pobre de él.
Como para demostrar la potestad absoluta que tienen sobre sus cuerpos, hubo en medio de la marcha intervenciones artísticas. El Centro Cultural “Crear Vale la Pena” realizó una coreografía de baile con música original creada en conjunto con alumnos y profesores del laboratorio Big Mama. “Ni una menos, nunca más” susurran, en principio, los bailarines y cantores. La vocalización va in crescendo, se hace escuchar, y el ritmo de los movimientos se acelera. Los danzarines se sacuden, se contorsionan con fuerza, se rebelan contra la opresión. Y ahora gritan la frase, y como miles de mujeres en la convocatoria, gritan con impotencia, con bronca, pero también gritan, quizás por primera vez, con libertad, gritan con la voz ronca y con la potencia del reclamo intentan hacer mella en los oídos tapados de mugre de una sociedad para la que ellas son sólo culos y tetas que deben lavar, planchar y criar hijos.
El eje del reclamo por el que marcha una impactante cantidad de personas (hombres también, aunque en menor número) está puesto en las desigualdades entre ellos y ellas. En este sentido, el tema del aborto legal está en agenda. Otra performance que se hace en los alrededores de la plaza tiene como protagonista a la interrupción voluntaria del embarazo.
Hombres vestidos de negro y mujeres de rojo, formados en fila casi militar, con la mirada vacía hacia el horizonte. Unos segundos que se vuelven eternidad, quietud completa de los actores. La no-mirada se vuelve insoportable, perturbadora, inquietante. Jóvenes sostienen carteles que explican: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Mientras, una narradora detalla que en Argentina se hacen más de 500.000 abortos clandestinos por año y que como consecuencia de ello muere más de una mujer por día, debido a las desastrosas condiciones sanitarias. De repente el shock, las estatuas vivientes empiezan a correr desaforadamente, sin orden, de un lado para el otro. Una ebullición de personas, violenta: el vértigo invade al ver que se rozan, que están a punto de chocar, pero no lo hacen. Y tan rápido como comienzan se detienen y se forman de nuevo. En el proceso, dos mujeres caen al piso y yacen allí. Uno de los participantes se acerca y pinta a su alrededor la silueta de sus cadáveres. Y como una montaña rusa, todo vuelve a suceder una y otra vez, siempre con el mismo resultado: cuerpos femeninos en el piso, cuyo único rastro es una pintada blanca en la calle.
La protesta permite visibilizar infinidad de casos de violencia de género. Es imposible no cruzarse con algún familiar que no haya perdido a una hija o hermana en las manos de un marido o novio. Como su cruz personal, cargan a cuestas con la pesada foto del que ya no está.
Algunas jóvenes escenifican a una mujer golpeada y se maquillan moretones, se pintan sangre falsa, son como zombies, muertas caminantes que sólo están vivas porque —todavía- sus maridos no le dieron el golpe de gracia. En este ambiente efervescente, afloran padecimientos que no se habían animado a contar. Una joven de 20 años se desarma en lágrimas en medio de su grupo de amigas. Su padrastro golpea a su mamá, y la muchacha tiene miedo, miedo de un día volver a la casa y encontrarla, ahí, tirada. Muerta. Una vez que cuenta eso, se rodean en un abrazo protector. ¿Y acaso no se trata también de eso la marcha: un abrazo gigante para escudarse y darse fuerzas para continuar la lucha?
Hubo varios hombres que acompañaron la propuesta. Algunos con sus carteles piden “perdón”, otros instan: “Si sos macho, marchá”. Confiesan que alguna vez han actuado con machismo, y que en ese momento no pensaban que era algo malo. Reflexionan que ahora se dan cuenta de eso y que hay cosas difíciles de cambiar, pero que meditando se puede modificar. De todas maneras, ellas son las protagonistas. Ellos, los laderos.
Las mujeres pudieron, salen a la cancha y se dan la posibilidad de definirse por ellas mismas para patear los estereotipos que las cosifican en las campañas de marketing y de los programas de televisión, para las que son sólo tetas en un mostrador.
Con su innegable potencia, la manifestación muestra lo que el machismo invisibiliza. La mujer como sujeto político, como ser con sentimientos, la mujer con ideales, que lucha, que es fuerte, resistente a pesar del mundo adverso, que se defiende, que elige, que es libre y no depende del hombre sino que mira de igual a igual. En definitiva, para decir “Ni Una menos” tenemos que reconocer esta complejidad. Complejidad que la mirada obscena de un machista no puede interpretar y que la desprecia porque sólo le interesan los objetos manipulables.
AUNO-4-6-15
FRS-SAM-AFG
Sandra Sabg dice:
Excelente mirada sobre la marcha