Se hace difícil escribir sobre alguien que despertaba una profunda admiración como Roberto Fontanarrosa. Resulta muy complicado hacerlo de la mejor manera y sin caer en lugares comunes. Sobre todo porque en este instante de dolor por su muerte muchos emprenden la misma tarea y buscan tributar al Negro con un texto que logre estar a su altura y pintarlo de cuerpo entero. La misión sería imposible.
Porque el genial rosarino marcó un quiebre en la cultura argentina. Derribó bronces y, aunque muchos no tengan el valor de reconocerlo, se ganó un lugar en la elite de la literatura. Tras su ingreso al mundo de las artes por el patio de atrás —a través de sus inolvidables e inoxidables tiras humorísticas—, Fontanarrosa incursionó en las letras y causó una revolución. Y aquí no hay una santificación post mortem. Todo lo contrario.
Su prolífica obra, con doce libros de cuentos y tres novelas, pone en evidencia la posibilidad de entender que la literatura es apta para todo público. No es necesario ser erudito, seleccionar términos difíciles, construir oraciones con figuras retorcidas y recursos literarios suntuosos, para contar una historia magnífica. Fontanarrosa, tal vez tras los pasos de Roberto Arlt y Osvaldo Soriano, logró llevar definitivamente a las letras al llano y, vaya paradoja, con mucha altura. Casi siempre explotando la difícil veta de hacer reír. Porque, se sabe, muchos pueden hacer llorar con facilidad.
Leer los cuentos y novelas de Fontanarrosa es como sentarse en una mesa de un café a escuchar al más hábil de los narradores, capaz de animar relatos con la mágica combinación de simpleza y precisión. Historias posibles de personajes oscuros o marginales. Hazañas y grandes fracasos vinculados al mundo del fútbol. Ficciones irreverentes. Parodias de notables personajes de la historia. Con su prosa, el Negro fotografió y caricaturizó la argentinidad. Siempre al borde del absurdo, con la sutileza para no derrapar jamás. Con las palabras adecuadas, sin reparar en si son buenas o malas, palabritas o palabrotas. Así, Fontanarrosa transitó por ese camino como nadie lo había hecho. Y dejó una huella enorme.
AUNO 19-07-07 MFV-AFD