Un pogo en la oscuridad y los maníes sin vender en el show final de Luca Prodan

El autor de esta nota puede decir “yo estuve ahí”: fue a trabajar con su papá al recital de Sumo en la cancha de Los Andes, dos días antes de la muerte del líder de la banda. Acá cuenta como lo vivió ese “casi nene” de 14 años.

Martín Guevara

Tenía 14 años cuando Sumo se presentó por última vez, con Luca, en la cancha de Los Andes. Fue un 20 de diciembre de 1987. Si mal no recuerdo cayó un domingo. Recién empezaba a escuchar algo de rock y solía prestarle atención a las canciones que pasaban en las radios de moda de la época. Había visto a la banda en vivo en el festival que organizó la Rock & Pop en su primer año de vida, en Vélez. Pero tanto esa vez en Liniers como en aquella noche de verano en el Gallardón, fui un espectador a medias.

Por esos tiempos sonaban mucho Charly García, Virus, Soda Stereo, Los Abuelos de la Nada, GIT. Sumo tenía como particularidad un líder de origen italiano que cantaba en inglés y además era pelado, algo para nada común en tiempos donde casi todos los músicos lucían largas cabelleras.

Lo cierto es que esa noche de diciembre, en el recital donde se presentó junto a Los Violadores, fui con mi viejo a trabajar. Mi papá era vendedor ambulante y solíamos ir cuando jugaba el equipo de fútbol, que en esa temporada estaba el Nacional B.

El público no
quería nuestro menú

Habíamos llegado temprano, como era costumbre. En general estábamos una o dos horas antes de empezar el evento. La oferta era la clásica: maní con cáscara, garrapiñadas, gaseosas. Pero esa noche el público quería otra cosa. Pedía cerveza. Y no nos compró nada.

Tampoco el show tuvo una concurrencia masiva. Nunca fui muy bueno para calcular la cantidad de gente que va a un estadio, pero creo que no habrán sido más de 800 personas, siendo bastante generoso. La mayoría se ubicó en la platea central que daba frente al escenario y otros estaban en las tribunas laterales. Solo un pequeño grupo de privilegiados veía el espectáculo desde el césped.

Las instalaciones del Gallardón, si bien es un estadio grande, no tenían muchas comodidades para ofrecer espectáculos artísticos. Además, al no tener iluminación artificial en esa época, todo estaba a oscuras, con excepción de unas pocas luces que no hacían un gran aporte.

En un momento de la noche, pasaron por nuestras narices los músicos de Sumo, con Luca Prodan a la cabeza. Al único que conocía además del célebre cantante era a Roberto Petinatto, que tocaba el saxo. La gente los saludaba mientras recorrían el camino hacía el camarín, los vestuarios de la cancha.

Muchos años después me enteré de que Luca estaba bastante borracho y que se había peleado con un control antes de entrar. Varios testimonios coincidían en que estaba muy desmejorado. Yo no me di cuenta. En un momento pasó por al lado mío, pero no era Maradona o el Loco Gatti, mis ídolos de aquel momento,y no le presté mucha atención. Además nunca fui muy cholulo.

Los primeros en salir fueron Los Violadores, quienes tocaron sus canciones clásicas ante un entusiasmo bastante limitado. Con la llegada del plato principal, el público empezó a entrar un poco más en clima.

Unas sillas que nadie
usaba, en la oscuridad

En un momento, unas personas intentaron entrar sin éxito al campo de juego. Forcejearon un poco con el personal de seguridad pero se quedaron en sus lugares disfrutando el show. Frente al escenario el pequeño grupo hacía pogo en la oscuridad sobre el césped. Había unas sillas que nadie usaba.

Resignados a que no íbamos a sacar un mango, mi papá devolvió la mercadería, nos llevamos unos pocos billetes de la escasa venta y terminamos mirando el show sentados en una tribuna, alejados del público (espacio era lo que sobraba). Las primeras canciones, que eran las más conocidas, me entusiasmaron, pero a medida que pasaron los minutos el repertorio ya no me resultaba familiar, se hizo muy aburrido.

Cuando mi viejo me preguntó si quería volver a casa, no lo dudé y salimos por la calle Boedo para a la estación. En el camino todavía se escuchaba el sonido, fuerte, que nos acompañó hasta que llegamos prácticamente a Pavón. A los dos días me enteré que Luca había fallecido. Yo había estado en su último show.

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