Lomas de Zamora, mayo 28 (AUNO) – “En 1930 había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargo que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses del pueblo”.
El texto es del gran Raúl Scalabrini Ortiz. Lo escribió en 1957, en la revista Qué. No es difícil irse de una empresa de ese género. Menos cuando la línea editorial es hostil con los principios del periodista y/o cuando se lo hace para sumarse a un proyecto político mayor.
Scalabrini, entonces, se va de ese diario, arcaico vocero secular de los intereses pastoriles y retardatarios de la Argentina, para ir a la arena de los de abajo. No se trata de un mero paso al costado de índole laboral. Renuncia para irse con los plebeyos. Nada más y nada menos.
El poeta renuncia al caro prestigio que suele otorgar el poder real: plata, premios, lisonjas y viajes por “pertenecer” a ese mundo pálido y perverso que hace el mal en forma organizada.
Se trata de una conducta política que tiene costos. El poder real te puede matar de diferentes formas mientras pueda. Eliminación física, y otra igualmente letal: Te callan, que es otra forma de desaparición, pero con vida.
Si vas contra el sentido común te excomulgan de la “libertad de prensa”, que no es lo mismo que “libertad de expresión”. Te echan o te vas solo y no entrás a las instituciones consagradas. O sos víctima de persecución mediática, que no es una moda del amanecer del siglo presente.
Digresión. Perón, después del golpe civil militar de los fusiladores del 55, tuvo que escribir La fuerza es el derecho de las bestias para defenderse de las diatribas de los milicos y de partidos políticos golpistas propaladas en diarios, revistas, radios y agencias. Nada nuevo.
La desobediencia
El poeta, entonces, lo que hizo es salir de la centralidad del poder, que sólo en apariencia parece permanente. No lo es. Lo hace para “descender voluntariamente (destacado nuestro) a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo”. El giro es impecable.
Lo fundamental que hace Scalabrini es desobedecer. En vez del diario de la oligarquía, opta por “el subsuelo de la patria”, como escribió después con musical literatura en Tierra sin nada, tierra de profetas. Es una conducta revolucionaria. Abandona el poder establecido.
Llevó a cabo un acto de libertad, que no será perdonado nunca porque no se fue a la casa, sino que se pasó a la vereda de enfrente, que después será el “aluvión zoológico”. Scalabrini, con esos antecedentes, era número puesto para el olvido que imponen ellos. Pero la arena plebeya no olvida.
Todo es falso
Escribió durante la Década Infame el fundamental Política británica en el Río de la Plata (1936), un libro canónico que debiera estar en los programas de estudio de las carreras de economía, periodismo, historia, sociología, letras, ciencias políticas, entre otras. No está.
Allí repiensa el sentido común en que le toca actuar, que es la naturalización de la Argentina como semicolonia. Al hacerlo, se opone a todo eso. En el prólogo que escribe a Política británica…, con nueve palabras, tira abajo todo ese engranaje insoportable de la dominación oligárquica y británica: “Todo lo que nos rodea es falso e irreal”.
“(…) Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de querer saber exactamente cómo somos (…)”, escribe en ese brillante prólogo. (7)
Pide exigirse una virginidad mental. No dice exijo. “Virginidad mental” no es la nada. Nunca podría serlo. Llama a repensar para desarmar “la hegemonía financiera británica” en la Argentina, y a su sistema de diarios y revistas.
Eso es ir contra del sentido común, que es el peor de los sentidos. En lugar de la dominación británica en la Argentina, pone en el centro “los intereses del pueblo”.
Scalabrini estuvo a punto de ingresar a ese submundo de escritores argentinos defensores del arcaico mundo estanciero pastoril. Se redimió también de algunos extravíos respecto de la inmigración que había escrito en El hombre que está solo y espera, al iniciar la Década Infame.
Tomó parte junto con otros escritores y militares en la revolución radical yrigoyenista del verano de 1933, acaudillada por el teniente coronel Gregorio Pomar, en Paso de los Libres. Después de la derrota, Scalabrini se fue desterrado a Alemania, volvió para integrar FORJA, renunció a esta agrupación, y después adhirió al peronismo.
El poder mediático
“En un país empobrecido, los grandes diarios son órganos de dominio colonialista. El periodismo es quizás la más eficaz de las armas modernas que las naciones poderosas han utilizado para dominar hasta la intimidad del cuerpo nacional y sofocar toda oposición”, dice en un texto de Bases para la reconstrucción nacional.
Está allí el germen del comportamiento mediático pútrido de los albores siglo XXI: “Los medios del Poder están en manos del Poder y difunden la ideología del Poder. Con una virulencia que va de los brutal a lo soez”, asegura José Pablo Feinmann, en Filosofía política del poder mediático. (133).
Las preocupaciones acerca de las andanzas mediáticas del continente ocupó tempranamente también a Manuel Ugarte durante la década del diez del siglo XX, que detecta cómo se intentaban crear problemas ficticios o se acrecentaban las diferencias entre las repúblicas de América Latina, en pos de la balcanización.
En Política británica…, Scalabrini se ocupa también de ese tema y da en el centro: “Un diario tiene su director, su secretario de redacción, su jefe de noticias, sus cronistas, su imprenta (…) Pero ese conjunto no es el diario. El diario es algo más”.
“El diario es la manifestación concreta de algo más grande que el diario mismo. Por eso el lector, que estima que los diarios son la simple materialidad de papel, se sorprende del alcance de los temas que se desenvuelven a su contorno. Esos lectores no han comprendido aún que el periodismo no es más que una expresión del estado del país”, asegura. (248)
Cita después a Aldous Huxley (el de Un mundo feliz): “Decía que la prensa era una de las armas más eficaces de los dictadores modernos. Mediante ella se maneja a la opinión pública y se la inclina en uno u otro sentido, con gran facilidad”. (251). Basta examinar las campañas mediáticas que precedieron a cada golpe cívico militar en la Argentina.
Raúl Scalabrini Ortiz nació el 14 de febrero de 1898, en Corrientes, y murió el 30 de mayo de 1959, en Buenos Aires.
Bibliografía
Raúl Scalabrini Ortiz, ‘El periodismo, instrumento de la dominación británica’, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Plus Ultra, 2001. La primera edición es de 1936.
José Pablo Feinmann, ‘El sujeto mediático’, Filosofía política del poder mediático, Buenos Aires, Planeta, 2013.
R. Scalabrini Ortiz, Bases para la reconstrucción nacional, Buenos Aires, Plus Ultra, 1965. (Compilación de textos del autor). Prólogo del escritor peronista Vicente Trípoli.
R. Scalabrini Ortiz, ‘La ciudad sin amor’, El hombre que está solo y espera, Buenos Aires, Biblos, 2005. En ese capítulo, el poeta ataca con dureza a los inmigrantes que habían llegado a la Argentina desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siguiente. La primera edición es de 1931.
AUNO 28-05-17
HRC