El otro día pensaba en lo difícil que es vivir en este gobierno macrista, en lo infeliz que nos hace un gobierno neoliberal. Cualquiera que camine un barrio popular del conurbano profundo verá que las cosas no están fáciles para el pueblo obrero. Los despidos están a la orden del día, suspensiones rotativas, ya no hay horas extras, la jubilación no alcanza, los servicios andan pésimo y están cada vez más caros. El ajuste es innegable.
Aun así con esta tristeza y congoja que produce en el trabajador del conurbano este gobierno antiobrero y cheto todavía hay cosas para celebrar, para festejar. Y esto radica exclusivamente en que el laburante de los barrios, el pueblo humilde y trabajador es en esencia, y por naturaleza. peronista.
Y una de las tantas cosas que hacemos los peronistas por la Grandeza de la Patria y la Felicidad el Pueblo es tratar de divertirnos, ponerle la mejor onda a esta coyuntura contraria a nuestros intereses, y para eso, comemos, bebemos, cantamos y bailamos. Tenemos nuestras fiestas, y si no las tenemos, las inventamos.
Entre las más importantes que tenemos los negros obreros del conurbano profundo podemos encontrar varias, pero siempre con un eje transversal que es la familia, los vecinos, los amigos y compañeros. Porque acá somos así, gente de bien. Para nosotros las fiestas más importantes son las que nos unen. Nada de casas quintas con piletas, boliches, salones majestuosos, ni esas cosas raras que hacen los chetos que se juntan con otros chetos que no conocen y que capaz nunca más verán en sus chetas vidas. Tenemos nuestras formas, nuestra idiosincrasia, nuestros simbolismos, nuestro totemismo. Y nuestras fiestas.
Sufreeee chetooo/devolveme a mi chicaaaa…
¿Cuáles son? Ordenaré estos eventos conurbanos para después desmenuzar sus características principales.
En primer lugar, nada más y nada menos que el cumpleañito de un año de los wachines. Infaltable. También tenemos el Quince de las pibas. Y las fiestas de entrega de trofeos en los clubes. ¿Hay más? Hay más. Pero nos detendremos en estas.
Aquí vamos. Los hermosos habitantes del conurbano profundo, los negros, los sucios, los feos y los malos, celebramos cumpleañito. El primer año de un hijo se empieza a pensar mucho antes de que nazca. Voy a ser categórico: si, acá tenemos wachines de jóvenes. Es tradición. Es cultural. Es genealógico. Lo llevamos en la sangre y así lo hacemos. Claramente esto no es una generalización, pero si una observación. Tenemos pibes por amor. Porque nos gusta ser padres. Y porque no tenemos ese concepto progre de realizarse en la vida con ascensos en el trabajo o una carrera universitaria. Nuestra realización es poblar la Patria. Son cosmovisiones.
El cumpleaños de un año de los bebés se prepara con tiempo. Con meses de planificación. Se arranca eligiendo el lugar, que si andás medianamente bien es un pelotero. Y si no, en las casas. La madre junto a la tía mas artesana se encargan de los suvenires, que pueden ser hechos con palitos de helado, porcelana fría y pinturas, frascos, botellas o cualquier otro elemento que se recicla, se elabora, se crea y se hacen cosas maravillosas. Imposible describirlo. Hay que verlo en vivo y en directo.
Los abuelos, tíos y el padre se encargan de las bebidas, de tirar algo a la parrilla si es que se puede y, en el caso de hacer la fiesta en la casa, cortar el pasto y limpiar bien, buscar los tablones para hacer bancos y mesas. Luego se decora el lugar y las abuelas hacen las pizzas, las empanadas y la mesa dulce, que consta de la torta, pastafrola y bizcochuelo.
Debo confesar que hay un avance de cupcakes, candy bar y cosas así,* pero viene sin fuerza.* Y hay algo que nunca falta, los inflables alegóricos a dibujitos animados.
La lista de invitados suele ser muy larga porque si algo* queremos es mostrar con mucho orgullo el hermoso hijo que tenemos.* Caen familiares, familiares de segundo, tercer orden, vecinos y pibitos, muchos pibitos. Indudablemente hay toda una inversión en esto. El momento cumbre es claramente el corte de la torta con el cumpleaños feliz. Y después de las Manaos que corren, los palitos y las papitas se entregan las bolsitas con alfajor Guaymallén, caramelos sueltos y alguna golosina mas.
EL QUINCE DE LAS PIBAS
Es el evento con mayúsculas y lleva dos años mínimos de planificación. Se invierte una moneda muy fuerte. Los prestamistas barriales le sacan jugo a la deuda de los padres que pagarán antes, durante y después de la fiesta. Pero como todas las fiestas tienen los rasgos de la comunidad organizada, todos colaboran a su manera.
Los padrinos, vestido, torta y parrilla; las abuelas y tías, el resto de la comida.
Cuando te sientas muy sola/y en tu alma haya dolor…
Los amigos y amigas de la quinceañera van a decorar ese día con el interés sabido de tener ese sábado un lugar para bailar y de transa con él o la piba que les gusta. Algún primo con ansias de ser DJ y con equipos pasa la música que, como todos sabemos, es predominantemente cumbia.
Antes de la fiesta la piba pasa a sacarse fotos en algún lugar lindo de la zona, para el álbum, o como se estila ahora, dvd o pendrive. Quien lleva a la piba a este lugar es el pariente con mejor auto de todos adornado con un moño a lo largo del vehículo. Se acerca el momento cumbre, la piba entra al lugar. Todos lloran. Son lágrimas de amor, de orgullo, de cansancio por todo el esfuerzo y lagrimas de sacrificio. Hay aplausos.* Porque al obrero todo le cuesta y cuando lo logra se aplaude y se aplaude fuerte.* Costó pero la piba tiene su fiesta. Y bailarán, comerán, se pondrán en pedo y a las seis de la mañana se irá cortando todo para luego ayudar a limpiar. En una noche se va un esfuerzo de mucho tiempo pero que quedará en el recuerdo y en las futuras charlas de toda la familia y eso, es invaluable.
Cerraremos esta etnografía sociológica de experimentación sobre una fiesta en particular que me gusta mucho, y como es mi texto desglosaré a mi antojo: las entregas de trofeos de los clubes de barrio.
Sale a caminar/una noche hermosa/ pero de repente se quedó sin luz la ciudad…
Todo el club en general y cada categoría en particular preparan este gran evento donde cada pibito jugador recibirá su trofeo y su medalla. Las instalaciones del club se llenan de globos y guirnaldas, de mesas largas con bebidas y comidas aportadas por los padres. No hay nada más conmovedor que ver la sonrisa de un niño recibiendo su premio. El que no llora maneja el patrullero.
Los flashes de las cámaras hacen un juego de luces incandescentes cada vez que sube un pibe por su trofeo y con toda la humildad y la grandeza del mundo, estos pibitos, levantan sus copas cual Maradona en el 86.
Porque todos son cebollitas queriendo jugar el Mundial.